Todas las contradicciones que suscita la playa, y son muchas y son cada vez más, aparecen expresadas en la aguda sentencia de Rafael Sánchez Ferlosio, en sus formas de Pecios. Un Pecio ferlosiano, como un aforismo inteligente y deshinibido, que nos permite ver ese enclave tan actual y tan publicitado, de forma inversa a lo comunménte establecido.
Porque a juicio de Sánchez Ferlosio, la playa es un paisaje tan simple y tan abstracto que no es más que dos rayas paralelas. Rayas paralelas que descomponen, como en una pintura de Rothko de bandas cromáticas, los lugares centrales de la tierra/agua y del agua/aire. Todo eso en días de visibilidad aceptable. Ya que los días nublos, con la bruma difusa y extendida, todo será una manta pálida de tonos desvaídos.
Y es que frente a la creencia habitual de la playa como el lugar de la colmatación esencial y de la demasía notable, Ferlosio contrapone su hermetismo y, en parte, su escasez; esto es, es la escasez misma la que apunta al vacío de su abstracción esencial. La búsqueda de la sociabilidad moderna y de su simbolismo creciente y muy alterado, hay que indagarlas junto con Alain Corbin y su estudio central “El territorio del vacío. Occidente y la invención de la playa, 1750-1840”. Para Corbin, en el origen, las playas fueron un lugar residual y un enclave diferido del paisaje; además de constituir una fuente de insanias y un mar de conflictos y de epidemias. Contando con un sólo valor defensivo y aún escasamente productivo en atarazanas y marinas secas, o en secaderos de pesca y en reparación de redes. También cárceles y lazaretos.
La puesta en valor de la playa, tal y como se conoce en el siglo XX, acontecerá, consecuentemente con ciertos postulados de la Ilustración, con el higienismo burgués de los balnearios británicos y más tarde, con el fervor romántico por todo lo naturalizable frente al orden artificial de lo urbano apestado, maquinista y atufarado. Pero en todo caso, llama la atención que Corbin hable de ese territorio como del ‘lugar del vacío’. Un lugar del vacío, en el que acontece, ciertamente, la intersección del mar y de la tierra, y en donde además se verifica la intersección histórica, más destacada aún, entre el Antiguo Régimen de secano y las nuevas sociedades industriales de masas y muy humidificadas.
Entre la abstracción ferlosiana y el vacío corbiniano, situamos por tanto ese lugar perimetral, cuajado de acontecimientos que se debaten entre lo lleno y lo colmatado y, elude por tanto lo vacío y ahíto. Si la sospecha de la plenitud estival de la playa no esconde más que un pleonasmo de su banalidad festivalera, el fondo real de tal enclave no deja de suscitar concomitancias con el vacío que a veces se confunde con el llamado ocio contemporáneo y con la Sociedad del Espectáculo. Un ocio que no sólo surge como vacío en la cultura del esfuerzo/trabajo, sino que apuntala y apunta al entorno del pecado/tentación.
Y ya se sabe que el fundamento del ocio es la antesala, no ya de la pereza, sino de la voluptuosidad pecaminosa. Y no hay nada menos productivo para la salvación personal y esforzada, que la tentación voluptuosa que arrastra el ocio, que prodiga el verano y que multiplica la playa, como un reflejo espejeado y multiple. Esas son las afirmaciones de Vicente Verdú al citar: «¿Un verano? Esta estación era por antonomasia el tiempo de la máxima tentación puesto que una batería de circunstancias empujaban al ocio y con él al agujero del yo. El ocio era opio y perdición… Los veranos probablemente nos condenarían si no redoblábamos la guardia. Siempre alerta a los encantos de la canción del verano y la malicia de la hamacas frente a la voluptuosidad del mar«.
Un lugar tan vacío, por consiguiente, que en él nos obsesionamos por llenarlo con todo tipo de juegos imposibles, de artefactos portátiles de tonelaje variable, de cremas variadas con factores de proteccion multiplicados, de pelotas diversas, de bolsos enormes de promoción publicitaria, de gritos desproporcionados y altisonnates, y de la promesa irrenunciable de una gran y enorme felicidad. De una felicidad eternamente aplazada y pospuesta hasta el crepúsculo venidero. Que a veces, anticipa un otoño en ciernes.
Un lugar tan vacío, por tanto, que pese a estar poblado por una multitud de individuos, todos mantienen su anonimato, todos nos son perfectamente desconocidos. Y casi prescindibles. Una metáfora, en suma, de lo que aparentando plenitud, hunde sus raíces en la extrañeza de toda existencia humana, que es una suerte de soledad esencial y muy problematizada. Aunque se repita a diario.
Periferia sentimental
José Rivero
Chapeau, de sombrerazo no de chapuzón, aunque también
Los sombreros son para el verano: saludan y se despiden, al agitarlos.
Te vas a convertir en el escritor perfecto con estos textos, te leo y me recuerdas cómo debería ser la vida….
Por cierto, también pueden ser dos líneas curvas que no dejan de tocarse de forma muy, pero que muy sensual. Alguna «calita» tengo en mente. De esas donde el acceso es rompepiernas y filtra a todo aquel que no sabe lo que es comulgar con la naturaleza y te ayuda a dejar lo textil donde corresponde.
En la poesía la playa es símbolo de ruina y reconstrucción; Afrodita, diosa de la vida, nació de la espuma del mar, que también era la sangre generatriz que provenía de la castración de Urano.
La mer, la mer, toujours recommencée…
Escribía Paul Valéry en su Cementerio marino. Yo, que lo leí cuando estudiaba en el colegio universitario de Ciudad Real, alteré un poco el verso y lo copié en los servicios de la última planta:
La merde, la merde, toujours recommencée
Qué traviesos éramos. No teníamos perdón de Dios. Pero es que yo, la verdad, estaba de idioma galo hasta el culo.