Grecia

Manuel Valero.- La historia, ese pretérito de grandes momentos gloriosos, emancipadores, sangrientos, que derrotan hacia el momento presente, tiene en la evolución natural de Europa un puerto de llegada: la consecución de un amplio marco de libertades y oportunidades, solidario y común con el objetivo último de un gran Estado de Estados, como no puede ser de otra manera en un territorio desolado tras dos guerras mundiales sin olvidar el prólogo de la aventura imperial del corso Bonaparte, una Europa que conoció hace apenas setenta años la última expansión alucinada y diabólica del nazismo, el último imperio negro cuya semiótica de banderas y signos es todavía hoy sinónimo de terror.

Basta con contemplar cualquier sesión del Parlamento europeo: salvo por la indumentaria y, sobre todo, la morfología de los humanos representantes, evoca un poco la Cámara galáctica de La Guerra de las Galaxias, saga fílmica que ya ratifica en el título la confrontación armada como inevitable y como el estado permanente, no sólo de la raza humana sino de cualquier tipo de vida interestelar, pues dice el titulo de la obra de Georges Lucas que también en un futuro remoto y en una galaxia unos pocos años- luz más allá o más acá, las criaturas de todas las esferas andarán prestas a desenfundar el láser de feria contra la tiranía del comercio y el imperio asmático.

Estos días se ha debatido sobre Grecia y el riesgo del temido “grexit” o la deseada “grentrance”, según vaya el asunto. La historia no arroja más luz sobre el presente heleno que puede hacerlo cualquier pasado de otro pueblo. Somos, sí, ahijados de la clásica democracia aristócrata helena , de Pericles, de Aristóteles, de Pitágoras, y herederos del teatro que conoció en tierras de los graeci su nacimiento dionisíaco pero por lo demás, nada que no sea aplicable al expediente de cualquier otro país: invasiones, repúblicas, monarquías, dictaduras, guerras, asesinatos políticos, purgas… hasta el acontecimiento que da origen a la Grecia comunitaria, fechado el 1 de enero de 1981, data que en sus germánicas lamentaciones dice la señora Merkel que nunca debió producirse.

Pues bien. Después de una pechada de documentación y opiniones cruzadas he llegado a una conclusión poco original: el caso griego ha pasado de lo económico y casi “default” a lo político, “comm,il faut”. Para evitar perderme en el dédalo de la trigonometría financiera susbtancio cual aplicado colegial la situación en una ecuación de medio grado: Grecia debe mucha pasta y no tiene dinero para pagarla. Hizo trampas con las cuentas y el club al que pertenece se la exige ahora para lo cual Grecia tiene que llevar la tijera más allá de lo razonable porque con cortar el alucinado tren de vida que ha llevado hasta que llegó Alexis (como lo llama Pablo Iglesias junior), no basta.

Y, claro, en este escenario es tan fácil el maniqueísmo como la soflama antigriega. A Zorba me gustaría ver a mi ahora riéndose a mandíbula batiente ante el desmoronamiento heleno como el ingenio minero de la película . Pero como esta ecuación es demasiado simple –un país que debe dinero y tiene más piojos que una pava-me quedo con el cogollo, lo que creo que se está cociendo, y que no es otra cosa, que un desafío y un reto con intención global a lo que el propio Pablo Iglesias junior ha llamado, abanderando la balada dylaniana de The times they are a changin (los tiempos están cambiando), el autoritarismo financiero. Y aquí está la madre del cordero y de todos los sirtakis. Grecia, la nueva, hija de Grecia la clásica, la patria del guerrero macarra de Los 300, es el germen de un movimiento que está despertando a los europeos todos de su condición de súbditos contribuyentes de la Europa de los mercaderes para abrazar la de ciudadanos sin estrecheces, bien atendidos y confortados en una Europa social y unas instituciones humanizadas.

El neocapitalismo global contra un neosocialismo o neocomunismo, o como quieran llamarle, que también pretende serlo, es decir, la lucha a cara de perro moroso contra el sistema, tal vez no para destruirlo sino para desintoxicarlo de toda maldad y revitalizarlo con seráficos mandatarios… o no. De ahí que los países socios se anden mirando la cartera con temor a que Alexis Txipras se convierta en el nuevo Leónidas contra los mercaderes persas. O que, expulsado del edén europeo, los helenos se echen en manos del estrafalario Putin o del soterrado imperio económico mandarín.

Desconozco realmente los efectos económicos del “grexit” aunque creo que será más llevadero para los demás comunitarios que para la Grecia del dracma, pero también que el rescate que pide Grecia es una filfa para unas instituciones que barajan cifras astronómicas y mareantes para salir al paso de una urgencia. El pulso es político. Lo sabroso está en la rebelión contra el sistema financiero y el efecto simpático que la tierra de Pericles tenga en otros Estados del club. A primera vista, como a Lord Byron le sedujo la causa griega contra el turco, la machada griega genera complicidades y buen rollete social pero la gran pregunta es, en el supuesto de que el caso heleno se extienda social y electoralmente por los pueblos consorciados de la UE, la alternativa real resultante a lo que hoy conocemos. ¿Quién y cómo controlará los veneros del dinero futuro liberado de la Troika? ¿Qué sistema? De momento no tengo respuesta. La tiene la Historia. Con mayúsculas. Y la dará. Como ha hecho siempre.