El párroco de la iglesia de Santiago en Ciudad Real a fines del siglo XVIII, Sebastián de Almenara, era muy amigo de la mujer del salmantino marqués de Castellanos, suscrito a una publicación de la ciudad del Tormes, el Semanario de Salamanca. El marqués vivía parte del año en Ciudad Real, de donde era su mujer, y tenía algunas tierras aquí que con el tiempo vendería para marcharse definitivamente de un lugar tan desagradable. Su devota mujer pasaba, como era costumbre en la época, las gacetas a sus amigos, entre ellos su párroco, para que las leyeran y las comentaran en la tertulia después de misa. Y allí empezó a publicar nuestro Almenara, bajo el pseudónimo principal de Lidoro de Sirene. El doctor Almenara, del que habría mucho que hablar, era huérfano y bastante buen poeta, aunque muy polemista, sobre todo en cuestiones literarias (era un horaciano de cuidado y se partió la cara con los prerrománticos acaudillados por el futuro académico José Luis Munárriz, aunque tuvo también buenos amigos que le ayudaron a atacarlo, como el gran historiador Tomás González Hernández). He venido recogiendo sus escritos para una edición que preparo y, por la descripción que hace del ambiente cultural e ideológico entonces en Ciudad Real, creo que la composición que voy a copiar y a comentar brevemente, publicada el 22 de noviembre de 1794 en el número 124 del citado Semanario, podrá ilustrar y hacer las delicias de los que ven cambiar las cosas ahora como las veía cambiar este buen y adorable, pero un poco carca, señor.
ELEGÍA
¡Oh! ¿Quién dará a mi vista consumida
que de una vez la acabes, llanto fiero,
si para ver el mal no es bien tenida?
¿Qué corazón ni pecho tan de acero
habrá, que, si le cuento mi aventura,
no me sea en el llanto compañero?
Mejor me fuera, cierto, en la espesura
vivir con los zagales cual solía,
tocando mi rabel sin amargura.
En una biblioteca entré este día,
y abandonadas vi con gran quebranto
las obras de inmortal sabiduría…
Empieza entonces a enumerar diversos autores místicos y ascéticos del siglo XVI, algunos de ellos partícipes en el Concilio de Trento, de los que lamenta no se les haga en el siglo XVIII caso alguno: Medina, «consumido de carcoma»; De Soto, desbastado y sin cubiertas; León de Castro, que denunció a fray Luis, «pluma muerta»; el propio poeta conquense de Belmonte fray Luis, a quien tanto imita, pero «al que ignoran todos como a extraño»; Orozco y Vega, de los que «apenas hay memoria»; Osuna, del que ni se recuerda un consejo, y el penúltimo propio manchego Juan de Ávila, que «apóstol fue de estilo duro». El último de la serie es otro manchego, pero no de Almodóvar, sino de Lagartera, en la provincia de Toledo, el franciscano fray Juan de los Ángeles, cuyo «nombre quedó obscuro». Por el contrario, está de moda todo lo afrancesado:
Vinieron ciertos hombres extranjeros
con modos de escribir superficiales
a oscurecer ¡oh España! tus luceros;
Demóstenes bebió de estos raudales,
y el púlpito sagrado dio doctrinas
partos de ti, sin duda, originales,
mas con falaz adorno peregrinas
y con voz de tu idioma tan ajena
como el cenar en horas matutinas
y como el prohibirte que a la escena
sacases tus graciosos divertidos
acompañando al hijo de Jimena,
y como el pretender que tus sentidos
fuesen a las comedias tan atentos
que no advirtieran ser hechos fingidos,
y como el pretender que a los jumentos
con el hombre igualaras ¡qué locura!
o el enseñarte a navegar los vientos,
o como el obligar a tu cordura
a desatarse en bailes muy livianos
donde se arriesga la virtud más pura,
o como el pretender que en besamanos
gastases y en afeites todo el día,
cosa que aborrecieron tus ancianos,
o como el disponer, no siendo impía,
que a tu querido Dios gracias no dieras
de noche en el cenar, ni al mediodía.
Esto de ti naciones extranjeras
con engañoso amor solicitaron,
y tú las estimaste muy sinceras.
Las cruces del estrado te quitaron,
sustituyendo adornos de gentiles
a los que tus mayores celebraron.
Te hicieron olvidar leyes civiles
y se acabó en las calles el saludo
y el humillarse a Dios en sus pretiles.
Quedose esta piedad al pueblo rudo
y, el que es marcial, de aquesto se desdeña,
aventajando el ser viviente mudo.
Ya el hombre ha de mostrarse como peña
y al agasajo de otros insensible,
menos al cortejar de alguna dueña.
Castigo, Iberia, fue del Dios terrible
que contra ti los cielos fulminaron
guiarte de esta gente aborrecible.
Tu pecho en algún momento cautivaron
y la ciencia moral, como Sofía,
de su seguro norte se apartaron.
Hasta la antigua y sana Teología
lloró del atomista crudas penas
y la Oratoria echó por otra vía.
Pláticas viste de follaje llenas,
ampliación de palabras sin sustancia
y, en prosa, celebradas cantilenas.
Perdieron los Granadas su elegancia
y a fray Cristóbal, pozo de oro fino,
culpáronle los zoilos de ignorancia.
Mudose de los cielos el camino,
dejó de trabajar el dulce asceta
contra los alumbrados y Dulcino.
El orador, el teólogo, el poeta,
el físico y el letrado se formaron
fuentes de erudición a la violeta.
Efímeros papeles circularon
y en ellos aprendimos solamente
¡ay!, lo que nuestros padres ignoraron;
si para esto se vive entre la gente
y sólo hay que ver males en el mundo
que angustia den al ánimo inocente,
al valle de los montes más profundo
yo me retiraré con mi Talía,
que nunca el suelo me será infecundo.
Yerbas y flores la montaña cría
para dar pingüe pasto a mis corderos,
y a mis hundidos ojos alegría.
Repetirán mi canto los oteros
y mi rabel no ingrato a los pastores;
de amigos gozaré más verdaderos.
La soledad aumenta los amores,
y en río y prados de verdor lozano
descansarán los ojos lloradores.
¡Bien haya quien los cierra al mundo vano
y, alegre en la piedad con suficiencia,
de Dios y de los ángeles hermano,
conserva en su retiro la inocencia! (pp. 113-117)
El pueblo todavía besa la mano a los sacerdotes, pero no los militares. Se ha puesto de moda la oratoria neoclásica francesa, en concreto Jacques de Tourreil (cita en otro artículo » me acuerdo del célebre Tourreill dando excelentes reglas para traducir y quebrantándolas todas en su traducción del Demóstenes, prueba clara de cuánto más fácil es dar consejos que tomarlos»), critica los galicismos, los minués desvergonzados, las costumbres francesas como los periódicos, esos «efímeros papeles que circularon», en los que aprendimos solamente, «ay, lo que nuestros padres ignoraron» y en los que solo se ven «males en el mundo»; el galanteo a la francesa o cortejo, el uso de cosméticos y peluca, la comida fuerte por la mañana o no rezar al mediodía o por la noche, y el teatro neoclásico o «a la francesa», demasiado realista y sin graciosos, que no mezcla lo trágico y lo cómico ni personajes nobles con plebeyos. Novedades como navegar los vientos en globo Montgolfiero o la filosofía de Descartes, que iguala a los hombres con los jumentos al transformar nuestro cuerpo en mero mecanismo. La frívola erudición superficial «a la violeta», usando la denominación de Cadalso, que desprecia la teología de Santo Tomás por las materialista, pues no en vano se llaman «a-tomistas», y la general laicización de la sociedad, que incluso quiere quitar los crucifijos de los estrados (más o menos como quería evitar nuestra «modelna» exalcaldesa Rosa Romero).
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
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