Puede que sea esta una de las pocas excepciones al cripticismo, ese rasgo tan consustancial a la obra novelística de William Faulkner. Y, como tal excepción, lo es solo en parte, claro. Se trata El oso de una novela aún más corta que Mientras agonizo; tanto, que la propia editorial en su contratapa la califica de «relato». Las disquisiciones técnicas (supongo) se desarrollan mejor en otros cónclaves; verbigracia, en un aula universitaria. Aquí mejor nos quedamos con una somera descripción del libro. Las descripciones de las obras de Faulkner son, por fuerza, siempre incompletas, pues como nadie ignora, su literatura es grisácea y enrevesada, compleja y difícil; y, a veces, muy satisfactoria para los que busquen el placer estético dentro de las limitaciones que impone en España el difícil y mal pagado arte de la traducción. Por una vez, Faulkner elabora, aunque solo sea en la primera mitad de El oso, una ficción convencional, esta vez sobre una partida de caza: la peripecia de unos hombres que van en busca de una suerte de cuadrúpedo Leviatán que aterroriza los montes. Esa podría ser la descripción hallada por el prologuista o el crítico. Uno respira aliviado cuando puede dar a conocer el argumento, siquiera mínimo, de un libro de Faulkner, quien en esta ocasión crea una historia de pasiones montañeras, paisajes de naturaleza prístina y violencia soterrada en la que los hombres de la América profunda se sumergen como en un baño de alcohol puro. Pero Faulkner no estaba para perder el tiempo ni para desaprovechar la oportunidad de dejar al lector con la impresión de habérselas visto con un escritor de categoría diabólica, fuera de lo común, alguien para quien los análisis convencionales no sirven de nada, pues su espíritu está en fuga del universo newtoniano, por así decirlo. Así, sobre la mitad del paginado uno se encuentra con esa deliberada intencionalidad de confundir al lector inadvertido, de susurrar misterios que más vale que sigan siéndolo, de declamar frases casi bíblicas que suenan a maldiciones, aunque esas frases se hayan extraído del diario de un hombre que bien podría ser un santo, un loco o, con mayor probabilidad, un infeliz. Como ya se ha percatado algún atento lector de esta carava literaria que es Palabras marginales, parece que no hay nada normal en la humanidad de Faulkner, o al menos en la de sus personajes: hombres –y en menor medida mujeres– que se arrastran, se interpelan, hablan como los fantasmas de Juan Rulfo. Como Rulfo, Faulkner es un ogro lírico al que hay que echar de comer aparte.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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Saludos!
Pues me estoy leyendo El oso de Faulkner en estos momentos. La primera vez que me leo algo de este autor. Me lo estoy leyendo en la editorial anagrama, exactamente el mismo cuya foto aparece publicada en este artículo.
Investigando sobre el relato, parece ser que existe otro relato titulado El Oso, dentro de otro libro del autor llamado Desciende, Moisés. Creo que ese relato es mas corto que el publicado por Anagrama.
Se trata de dos relatos distintos? o el de Anagrama es una extensión del otro?
Gracias y perdona mi ignorancia.
Crítica sobre la novela «El oso» redonda, escueta, clara, que comparto completamente.
Gracias