Un error de Leonardo Padura

Ángel RomeraAcaban de otorgar (muy merecidamente, sin duda) el premio Princesa de Asturias de este año a Leonardo Padura, el gran escritor cubano. Pero llama la atención que nadie (y lo que es peor, nadie manchego) haya hecho notar el profundo error en que se incurre en su obra más célebre y que, en realidad, no cometió él, sino el autor de una de las fuentes en que inspira su Novela de mi vida (2002). Trata la historia del primer gran poeta romántico cubano, José María Heredia (1803-1839), y en ella imagina que la primera novela histórica escrita en español en América, el Jicotencal (1826), publicada anónima en Filadelfia, fue compuesta por el citado Heredia, antepasado por cierto del famoso poeta simbolista francés del mismo nombre. Esta novela histórica desarrolla la resistencia del general indígena tlascalteca Jicoténcal a la alianza con Hernán Cortés para conquistar el imperio mexicano, su fracaso y su ejecución.

Padura se inspiró en las teorías del cubano exiliado en México Alejandro González Acosta (Habana, 1953-), investigador al que he tratado personalmente solo por correo electrónico (ha intentado convencerme sin éxito de sus afirmaciones). Es doctor en Letras Iberoamericanas por la UNAM, investigador titular del prestigioso Instituto de Investigaciones Bibliográficas (Biblioteca y Hemeroteca Nacionales) y profesor y catedrático de la División de Estudios de Postgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma universidad mexicana o mejicana. Es además correspondiente de la RAE (1983) y miembro de la Academia Cubana de la Lengua en el exilio (está en México desde 1988). Ha colaborado en Gramma, Bohemia, Cine Cubano, Revolución y Cultura, El Caimán Barbudo, La Nueva Gaceta, Juventud Rebelde, Paz y Soberanía, Mujeres, Cartelera, Uno más uno, Excélsior, Cuadernos Americanos y Plural (México), Revista de Historia de América (Argentina), Anthropos (España) y Revista Iberoamericana (EE. UU.) y… no les voy a aburrir con su dilatado currículum.

El caso es que se equivoca de medio a medio al suponer, muy sibilinamente y poco a poco, por cierto, que José M.ª Heredia es el autor del Jicotencal, (Filadelfia: Stavely & Bringhurst, 1826, 2 vols.). Lo propone en dos de sus libros:  El enigma de Jicotencal (México: UNAM, 1997), donde no se atreve sino a insinuarlo acumulando falacia tras falacia, y en su edición de la novela, que ya osa endosar al poeta cubano y publica junto con la réplica española de Salvador García Ba(h)amonde Jicotencal / José María Heredia, Xicoténcal, príncipe americano / (México: UNAM, 2002). Su edición es buena en los detalles técnicos: es un filólogo competente, pero la tesis de atribución es por completo errónea… También es verdad que se trata de uno de los problemas ecdóticos más complejos que existen por arreglar en el hispanoamericanismo.

En la época en que se imprimió en Filadelfia el Jicotencal el ciudarrealeño Félix Mejía vivía allí emigrado a la fuerza y protegido por los liberales y masones nortemaericanos, después de evadirse con otros periodistas (entre ellos el futuro amigo de Larra y responsable de sus devaneos políticos, Ramón Ceruti) de la prisión en que los tenían en la isla de El Hierro (Canarias), la más alejada de la Península, poco antes de que se cumpliera la sentencia de ejecución que había sido dictada en Madrid. Se quedó en Estados Unidos, según declara la prensa estadounidense, para escribir la historia de la revolución española… lo que hizo, a fe mía, a conciencia, primero con las ásperas notas a la Carta de su fusilado amigo y coeditor de El Zurriago (1821-1823) Benigno Morales, y después (de forma anónima, para evitar los problemas diplomáticos que podrían sobrevenir tras el advenimiento del Congreso Anfictiónico de Panamá y la doctrina Monroe) en su durísima Vida de Fernando VII y los Retratos políticos de la Revolución en España, publicados también anónimos en 1826 y que quienes no los han leído atribuyen a su editor (o, según  la legislación estadounidense, proprietor de la obra, no autor de la misma), Charles Le Brun, un intérprete francés naturalizado estadounidense que era la cara visible de los diversos grupos americanos interesados en desprestigiar a Fernando VII (y más en general, a los Borbones). Félix Mejía, por su parte, sí firmaba con su nombre otras publicaciones que no podían conducir a su expatriación de los Estados Unidos por motivos políticos ante las presiones de España, ya que no tenía pasaporte y se proclamó él mismo apátrida, un liberal refugiado sin status legal; solo a fines de 1827 marchó del país con un pasaporte guatemalteco para defender las libertades democráticas en América Central.

Retomar todas estas investigaciones me ha supuesto cierto esfuerzo; dejé los cinco tomos y las tres mil setecientas páginas de mi tesis hace once años, trabajo largo, difícil y detectivesco, y le cogí bastante antipatía al personaje cuya trayectoria tantos problemas ofrecía determinar, pero la insistencia del señor Acosta en afirmar cosas que no son ciertas me ha hecho retomar estos trabajos y volver a la carga y centrarme, en el escaso tiempo de que dispongo, en escribir artículos donde divulgo y amplío las informaciones de mi tesis, no informatizada aún ni divulgada en la red, pero premiada por individuos como Diego Carcedo o Román Gubern y cuyas conclusiones conocen bien los especialistas. Jicoténcal fue escrita por Félix Mejía, un manchego. Y por razones mucho más sólidas que las que imputan esta novela a Félix Varela o a su discípulo Heredia. Y son estas:

  1. Los usos ortográficos de la novela son los de un europeo, y más en concreto Félix Mejía. Por ejemplo, un mexicano o un cubano habrían titulado su novela Xicoténcatl. Es más, hay rasgos dialectales manchegos que identifican la lengua de la obra como de Félix Mejía (esto se verá en el artículo que preparo)
  1. Hay muchos textos en las obras de Félix Mejía que se parafrasean en el Jicoténcal, y después de la novela el mismo autor usa un párrafo de ella con otro propósito. Pero González Acosta no aduce sino fuentes comunes que ambos escritores conocían de sobra, y alega semejanzas de palabras, no de textos; apurando ese tipo de argumentos podría decirse que todas las obras del mundo han sido escritas por el mismo autor porque usan las mismas palabras.
  1. El Jicotencal se publicó en la misma imprenta en la que Félix Mejía publicó sus otras obras, en las que, además, hay textos, puntos de vista, ideologías, pensamientos e intenciones semejantes a los que aparecen en el Jicotencal.
  1. Heredia proyectó escribir una tragedia sobre Xicoténcatl y nos han quedado los restos de ese plan: ninguno de los personajes, aparte de Xicoténcatl, que aparecen en esos apuntes, pertenece a la novela publicada en 1826. Y eso es imposible si realmente Heredia hubiese escrito la novela: basta recordar las adaptaciones de Galdós de sus propias novelas, en las que los mismos personajes reaparecen y se sigue el mismo argumento.
  1. La novela histórica posee una interpretación histórica concreta que obedece a los intereses revolucionarios del carbonarismo, al cual pertenecía Félix Mejía, como he demostrado en mi tesis; Mejía estaba relacionado con el carbonario Orazio Atellis y vendía sus obras sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá: se temía una intervención de la Santa Alianza en México y la novela identifica a Cortés como símbolo de la misma; en otras obras contemporáneas Mejía refleja esta preocupación.

Ideológicamente, Mejía representa la lucha de una concepción del derecho iusnaturalista, para la cual todos los hombres son iguales y pueden adaptar sus leyes a los tiempos nuevos, frente a una concepción del derecho positivista y consuetudinarista, según los cuales los hombres son esclavos de las leyes antiguas y no las pueden cambiar ni renovar. Ni más ni menos liberalismo revolucionario contra sociedad estamental reaccionaria. El personaje de Jicotencal representa esa primera actitud, y el de Hernán Cortés el de la segunda. Jicotencal parafrasea el De officiis ciceroniano y Cortés El príncipe de Maquiavelo. Eso es muy frecuente en otras obras contra los tiranos de Félix Mejía.

Contornos
Ángel Romera

http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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4 COMENTARIOS

  1. Solo dos escritores me han obligado a levantarme (un suponer, que con una tecla vale)para consultar el diccionario Faulker y tu. Y a veces me entretengo mucho.

    • Perdón, perdón. Carezco del afinado casticismo que se destila de tus largos años de experiencia periodística, pero soy consciente de ello y trabajo para reformarme. Prueba de ello es la versión de este artículo que hay en mi blog, que he corregido antes de leerte: es más clara… pero más amplia. No me he podido resistir. Podría estar aporreando el teclado hasta el amanecer.

      Mi vocación por las letras se despertó cuando me dieron a los cinco años una paliza por repetir una palabra briosa que había oído y cuya fuerza me seducía (no su significado, que desconocía: los niños de entonces no usaban el diccionario). Resultó que era un insulto, y de ahí la generosa somanta. Desde entonces me negué a hablar y solo pude satisfacer mis necesidades de comunicación leyendo. Como leer infla la imaginación, terminé escribiendo. Y aquí estamos.

      En el próximo artículo voy a copiar el escandalizado, neoclásico y cristalino texto en verso con que un cura ciudarrealeño se queja de los tiempos de entonces y de lo progres y descreídos que eran en esta ciudad de pena, que es una pena de ciudad, allá a fines del siglo XVIII, cuando los franceses intentaban cambiar el mundo y nos contagiaban modas, palabras y todas esas cosas que ahora nos contagian los estadounidenses.

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