Un paseo lento en los pabellones de Fenavin depara sorpresas y sonrisas a quien lo sepa apreciar. El sonido más repetido en este hormiguero humano de miles de personas es el de las copas, que transportadas de un lado a otro, tintinean al ritmo de los pasos de sus portadores. Desde los puntos de intercambio las copas sucias se renuevan por otras que buscan contenido en cada stand, con cada bodega.
Sobre el sonido de las copas llegan ráfagas de conversaciones diversas. Dos viejos conocidos se reencuentran en los pasillos del pabellón y se saludan afectuosamente mientras, a pocos pasos, un grupo de compradores intenta orientarse en un panel, buscando dónde se ha ubicado la empresa que quieren visitar. En el espacio entre pabellones, al aire libre, las conversaciones se diluyen en el humo de los cigarros que se aprovechan a fumar: «Son las doce y aún no he desayunado», dice una joven; un hombre habla por teléfono pasando con tono expresivo del ruso al inglés con un fuerte acento, a su lado otro también conversa, pero en alemán.
Las copas y los móviles no faltan en ningún stand. Algunos bodegueros aprovechan la mañana para sacar una foto de todo su equipo presente en la feria, mientras otros hablan por ellos sin parar, paseando y dejándose llevar por el ritmo incesante de los pasillos. En algunos stands compradores y vendedores negocian con buen ambiente, siempre con el móvil sobre la mesa; en otros la comunicación en inglés hace sudar a más de uno. Los que no acogen aún clientes dentro de sus dominios miran expectantes al pasillo, esperando que alguien se fije al fin en sus vinos, bien expuestos, cuidados con mimo en sus vitrinas.
El paseo prosigue y el babel de lenguas se incrementa. Aparecen hombres de rasgos orientales que hablan entre ellos en voz baja, mientras a su lado un par de españoles contrastan con ellos por sus risotadas. Algunos stands atraen la atención. Como el de las bodegas de las que es propietario Andrés Iniesta, el héroe del Mundial, el ídolo de Fuentealbilla, que utiliza la imagen del futbolista como reclamo a su stand. Otras se distinguen por una propuesta diferente, como la bodega Vinos Divertidos, situada casi a la entrada, la empresa, radicada en Aragón, ofrece vinos con nombres como Teta de Vaca, La tapa Loca o Cojón de Gato.
Las hormigas humanas se reparten con calma por la Galería del Vino, siempre fresca y llena de vida o por la nueva propuesta, la Fenavin Original Wine&Food, donde se atreven con los maridajes. Por megafonía se anuncian las actividades y las ponencias y las hormigas se arremolinan ante las aulas donde los ponentes comparten sus conocimientos con quien los quiera adquirir.
Las señoras de la limpieza, vestidas de verde, aparcan sus carros en un rincón y comentan la cantidad de gente que hay en Fenavin (y seguramente lo que ensucian). En la sala de lavado de copas es incesante el trasiego de personas que entran a lavar las copas a mano. Los guardias de seguridad permanecen en su sitio, como los leones a la puerta del Congreso; escondidos a la vista general los miembros de Protección Civil esperan no tener que actuar en un día tan caluroso que parece julio.
En los pasillos los hombres vestidos con traje y corbata pasan al lado de otros más informales. Un hombre choca con una mujer que va despistada mirando el móvil. Maldito móvil. Así respira Fenavin el martes, y lo seguirá haciendo durante dos días más, dos días más en los que seguirá vivo este hormiguero, antes de que cada cual tome el camino de vuelta.
Vomitivo, cursi y lleno de tópicos el articulito. Lo de la Babel del vino, insuperable (como tópico y como cursi)