Los colores electorales incluso los colores políticos, en sus orígenes primarios tuvieron más que ver con los uniformes militares de las batallas viejas: azules contra rojos; blancos contra morados; negros contra muertos. Y verdes contra negros. Hubo un tiempo plano y grisáceo, fruto del plomo rastrero y del terrero pardo, en el que los contendientes aparecían sin identificar en el campo de batalla; y por ello era difícil identificar al oponente. ¿Mi amigo o mi enemigo?, ¿mi hermano o mi asesino?
De aquellos equívocos nacieron la regimentación y la uniformidad de los ejércitos. Para evitar confusiones y para evitar muertos indebidos. Lo cuenta maravillosamente Lewis Mumford en ‘Técnica y civilización’. “La regimentación y la producción en masa de soldados, con el fin de conseguir un producto barato, estandarizado y sustituible, fue la gran contribución de la mente militar al proceso de la máquina. Y junto con esta regimentación interna, hubo otra externa que tuvo un efecto ulterior sobre el sistema productivo: a saber, el desarrollo del uniforme militar mismo…era necesario crear un símbolo externo de la unidad interna”.
Hay toda una trayectoria histórica que une o unía, los colores con los Partidos Políticos; por eso se designan de forma metonímica a los Partidos por sus colores y por eso se dice de alguien que ‘se le ve su color político’. Probablemente esa identificación uniformada y uniformadora, tuviera sus orígenes en la regimentación comentada de los Ejércitos. Hasta bien entrado el siglo XVI, los combatientes de los diferentes bandos, apenas contaban con identificación alguna, al ser simples mercenarios y no Ejércitos Nacionales regulares. La utilización del uniforme, posibilitó no sólo el reconocimiento de los combatientes iguales, sino la identificación del enemigo, evitando muertes indeseadas por sable amigo. Este hecho, fácilmente reconocible en la historia de los procesos civilizatorios, es recogido por Norbert Elias; hechos como tales que podrían detectarse en el movimiento de Garibaldi y sus camisas rojas, en pro de la Unidad Nacional Italiana. Lo que no cuenta Elias, es la traslación al universo de la regimentación de los Partidos Políticos; que siempre contaron con advocaciones cromáticas de ‘camisas pardas’, ‘camisas negras’, ‘camisas azules’ o ‘ejércitos rojos’, para visualizar una pertenencia a un Partido determinado. Incluso para relatar una disputa de colores, como la sostenida entre el rojo-y-negro, anarquista español, retomado más tarde por la bandera de Falange Española. Hoy ya nadie se uniforma, aparentemente, aunque no se impida por ello, la aparamenta cromática de los actos electorales o las enseñas derivadas de esa envoltura llamada ‘identidad de imagen’. Hoy nadie se uniforma en las batallas, y se prefiera por ello, el ‘Camuflaje universal’ que adopta el mimetismo cromático de la naturaleza. O incluso, el llamado ya como ‘Verde militar’, del que se predica curiosamente que: «Se asocia con las personas inteligentes de buena palabra y muy sociales que gustan de la vanidad de la oratoria como los políticos«. Si fuera cierto, todos los partidos políticos adoptarían el color ‘Verde unisex’, porque además de su talante universal y sin géneros, suma otros significados no menores, como: «la caridad, la realidad, la esperanza, la razón, la lógica y la juventud«.
El franquismo fue monocolor gris, tirando al azul falange, que fue en sus orígenes un color obrerista de los monos azul Mahón, según contaba Ernesto Giménez Caballero; un monocolor gris azulado con reflejos de la púrpura cardenalicia y del negro clérigo trentino. Luego la UCD fue verde y naranja; en la misma medida en que fueron rojos los colores fundamentales, tanto del PSOE como del PCE. Un ‘rojo socialdemócrata’ y un ‘rojo comunista’, que mantenían vivo el cromatismo republicano, con la salvedad de la franja morada-republicana, bebiendo de las fuentes comuneras históricas. El PP, ha optado tras los titubeos cromáticos precedentes de Alianza Popular (del blanco al amarillo-anaranjado; casi como en la película de Summers ‘Del rosa al amarillo‘), por revestirse de azules y así lo muestra en su parafernalia partidista y celebrativa. De la misma manera que UPyD juega con el magenta, como emblema de sus sentires y pesares; o IU busca, a veces, el espectro universal del Arco Iris, en detrimento de su pasado monocolor y enrojecido de Internacionales Comunistas. Ciudadanos quiere ser un discutible naranja butano, que reivindica la mediterraneidad de un fruto que no es privativo de la vieja Sepharad. De la misma forma que Podemos construye su relato desde la severidad pasional del morado ¿Republicano o Pasional?
Alguien, con responsabilidad, dijo en su día advirtiendo la fluidez cromática que se nos venía encima que “en el PSOE se sumaban los colores rojos, verde y morado”. Para dar a entender que había que alojar más izquierda (rojo), con más ecologismo (verde) y con más feminismo (morado). ya se sabe aquello de ‘La Casa común de la Izquierda’ en momentos en que comenzaba el petardazo inmobiliario, para agarrarse a ciertas raíces ancladas al suelo. Y por eso mismo no se entiende la afirmación del candidato por Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, cuando interrogado por esos mismos colores, dijo “preferir para su partido el color transparente”. Que no deja de ser un oxímoron y un imposible. Por más que haya querido jugar con la idea-fuerza de la Transparencia como regla del 9 de los Partidos Políticos. Pero ¿cuál es el color de la Transparencia? Ya que esa posición/disposición, nunca es un color, y nunca podrá serlo. Salvo que se esté pensando en otra entonación y se confunda lo Blanco con lo Transparente.
Hoy, vencidas ya tanta cosas y cuando los uniformes militares se asemejan entre sí como un nueve a otro nueve, nuevamente, como en los tiempos originarios; el color en política y en los partidos políticos no es una necesidad de identificar al oponente y al adversario. Máxime cuando aún existen fenómenos de reubicación o de transfuguismo notable; fenómenos de ‘haber sido lo que no se supo que se era‘ o fenómenos de descubrir que ‘se fue lo que ya no se es’. Tampoco nace la cronomástica de la necesidad de regimentar y uniformar a las tropas digitales. A esta altura, todo es ya puro diseño y pura necesidad de construir un argumento o de verificar un constructo comunicable. Y coloreado. Por eso los rojos, azules, magentas, naranjas, morados y otros más son pura retórica. Pero claro una retórica no casual, sino nacida de las pretensiones simbólicas que anidan en los colores.
Y es que todo color encubre atributos y expresa posibilidades simbólicas. Como ocurre con las túnicas del ejército angélico y de sus cortes celestiales. Así el Rojo, lleva el entusiasmo dentro; el Azul, cuenta la espiritualidad del portador; el pudoroso Verde, es el color de la tranquilidad misma y del compañerismo; el portentoso Dorado, es el cauce para la comunicación divina; el Blanco, es sin paliativos la pureza misma; el Amarillo, arrebata la iluminación al sol; el inquieto Naranja, es la sede de la sabiduría y el inestable Morado, remite al cambio y a la transformación.
Periferia sentimental
José Rivero
Estupendo