Fermín Gassol Peco. Director Cáritas Diocesana de Ciudad Real.- Empapar nuestras vidas día a día y en silencio de agua helada o hirviendo con los graves problemas humanos y frotarlas sin detergentes ni suavizantes, resulta ser hoy algo poco comprensible en esta sociedad materialista, pero es el proceder con que muchos cristianos en el mundo procuran que los hermanos olvidados reciban algunas gotas de vida y dejen de padecer la sequía en el desierto de la muerte, indignidad, pobreza, injusticia y soledad.
Madrid, julio de mil novecientos setenta y siete. Barrio de Palomeras, Puente de Vallecas. Un grupo de pequeñas viviendas con paredes encaladas, construidas a “golpe de dos noches”, figuran alineadas frente a un gran descampado donde se acumulan suciedad, deshechos y basura. Una de esas casas está habitada por la comunidad de “Hermanos de Jesús (Foucauld)”.
“Cuando vengas no llames, la puerta siempre permanece abierta…en el desierto no hay cerraduras, en nuestra casa tampoco”; fue la única “advertencia” que me hicieron los hermanos días antes, aceptando mi petición de vivir con ellos una semana.
Al llegar, accioné el picaporte de una puerta verde de latón; dentro un hermano me estaba esperando; ¡hola!, le tendí mi mano…pero con un gesto sonriente la esquivó y me abrazó: La Paz sea contigo. ¿Dónde están tus compañeros? pregunté. Acabamos de llegar, durante toda la semana trabajamos en distintos lugares como peones; ya sabes que nuestra espiritualidad es el desierto, testimonio en el silencio del ejemplo ocupando los últimos puestos. Los sábados y domingos colaboramos en la parroquia con Cáritas.
La vivienda constaba de tres diminutas estancias con sendas colchonetas, otra habitación algo mayor como lugar para estar y ocasional dormitorio y un aseo que daba a un pequeño patio; y al fondo una habitación con aspecto distinto: IESUS CÁRITAS, se leía en la puerta…En su interior dos hermanos rezaban como suelen hacerlo, inclinados de rodillas en el suelo junto al Sagrario con el Santísimo expuesto. Sin decir nada, me uní a ellos en la contemplación, orando hasta la hora de cenar, momento en el que conversamos de manera distendida, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo…
Si he comenzado relatando esta experiencia…vivida pero no olvidada cuarenta años después, es porque creo, plasma de manera fiel lo que pretendo: Expresar la íntima relación entre Caridad y Vida Consagrada, precisamente en este año en que la Iglesia celebra este último gozo. La indisoluble y recíproca conexión de dos vocaciones: la vivida por muchos cristianos mediante el ministerio de la caridad, ejercida de manera seria y comprometida, ayudando como voluntarios a los más desfavorecidos…y la llevada a cabo por aquellos que han optado por la vida consagrada, unos en medio del mundo y otros retirados de él para abandonarse a la pura contemplación.
El hecho sigiloso del misterio de la Encarnación en el vientre de María y el de la Resurrección de nuestro Señor en el silencio de un sepulcro. Cuestión a meditar que en los dos acontecimientos más importantes y definitivos habidos en la historia del hombre, Dios haya elegido la intimidad y ocultamiento para hacerlos realidad. La admirable vinculación entre la acción y contemplación en la veracidad del testimonio silente de la entrega de Dios a los hombres.
Nuestra Cáritas Diocesana está integrada por ochenta y cuatro Cáritas parroquiales en sesenta y dos localidades, donde mil cuatrocientos cristianos comprometidos con la Iglesia, de manera voluntaria dedican su tiempo, sus capacidades, su persona, pero sobre todo su Fe a acompañar a los preferidos del Señor, como signo de Encarnación.
Así mismo, en nuestra diócesis existen también ochenta y dos comunidades religiosas, presentes en veintisiete localidades mediante cincuenta y siete Institutos de Vida Consagrada. Quinientas noventa y cinco mujeres y hombres que han hecho de su vida una ofrenda al Señor, renunciando a los legítimos derechos de este mundo y han abrazado el desprendimiento como signo de Resurrección.
Y con especial significado, los trece Monasterios y Conventos de Clausura en los que ciento cuarenta monjas dedican sus días a rezar por todos nosotros, viviendo en condiciones, he tenido ocasión de comprobarlo en las visitas que he realizado a todos ellos, de auténtico desarraigo y en algún caso concreto…al límite de lo humanamente soportable. En su compañía…el tiempo parece detenerse; miradas claras, escuchas y silencios, palabras llenas de paz…en unos rostros rebosantes de alegría. Al final de cada visita siempre hacía el mismo ruego: Quisiera llevarme de ustedes una experiencia de Fe. Recuerdo de entre todas aquellas que me fueron regaladas, la expresada por una joven hermana Carmelita: DIOS. Y me atreví a preguntarle: Hermana: ¿Quién es Dios para usted?: con voz tenue pero firme respondió pronta: TODO. En ese instante confieso que me vi sobrepasado…y así me sigo sintiendo mientras procuro profundizar en su inescrutable grandeza…sirviendo desde Cáritas a los más desfavorecidos.
Estos encuentros han querido, en este año dedicado a La Vida Consagrada, reunir a la pobreza que genera la injusticia con la gozosamente abrazada…como expresión de la dimensión universal de la Caridad. Contemplación y Caridad “rezando” juntas…trascendiendo su quehacer diario.
Porque estos testimonios de Fe, que muchos cristianos intentamos vivir día a día…no pueden quedarse en meras “acciones o deseos altruistas”, sino que su contenido ha de enraizarse y elevarse con la apertura a la oración. La contemplación y la caridad vividas en el compromiso del silencio. Encarnación y Resurrección, Caridad y Vida Consagrada; la comunidad cristiana haciendo de su vida una permanente y sigilosa plegaria de acción de Gracias al Señor.