Fermín Gassol Peco.- “Dar ejemplo no es la mejor forma de influir sobre los demás, es la única manera de hacerlo” (Albert Einstein). El escritor donostiarra y el científico alemán, coetáneos, se conocieron con ocasión de la visita que este último realizó a España, pero a buen seguro que no hablaron de esto.
Pertenecían a dos mundos tan distintos como son la novela y la física, si bien estos dos geniales autores se hubieran puesto fácilmente de acuerdo sobre la frase de Einstein porque es cierto que nadie convence más sino aquel que vive lo que predica. Pues bien, como genios que fueron en las disciplinas que ejercieron por vocación, Baroja fue un médico sin ella, tenían el mismo pensamiento sobre el saber.
Einstein se fue de España pero nuestro novelista vasco se quedó en ella recorriéndola de manera generosa. Cuentan las crónicas que un buen día a principios de siglo, Baroja apareció en una tertulia que existía en el nuevo café de Levante en la madrileña calle Arenal, una tertulia a la que asistían autores e intelectuales, ahora sí, de la talla de Valle Inclán, Unamuno, Zuloaga, Penagos, Pérez Galdós…en fin, una maravilla de contertulios. Esa tarde de mayo apareció después de uno de sus múltiples viajes por nuestra piel de toro el hipercrítico Baroja mientras la tertulia charlaba sobre las distintas clases que había de españoles; fue entonces cuando a modo de un Moisés sin sus tablas pero con la experiencia vivida, soltó lo siguiente: Verdad es que en España hay siete clases de españoles sí, como los siete pecados capitales. A saber: Los que no saben; Los que no quieren saber; Los que odian el saber; Los que sufren por no saber; Los que aparentan que saben; Los que triunfan sin saber y Los que viven gracias a que los demás no saben.
Dicen los presentes que Unamuno y Benito Pérez Galdós aplaudieron a Baroja. Sobre todo por el último punto, el que dice «los que viven gracias a que los demás no saben». Estos últimos se llaman a sí mismos «políticos» y a veces hasta «intelectuales».
Han pasado cien años largos y hoy podemos analizar cómo les ha ido a estas siete clases de españoles, si ha variado algo esta especie de “heptágono filosófico barojiano”.
Veamos, de todas ellas creo que su número se ha visto reducido a dos o tres, con distinto peso y por otras causas. Ha desaparecido del mapa el grupo de “los que sufren por no saber” y es que uno de los avances sociales sin discusión en este siglo pasado ha sido el hecho de que quien desea saber, acaba sabiendo.
Como consecuencia de esto, aquellos que no saben es porque, o no quieren saber u odian saber. Estamos hablando sobre todo de una parte importante de la juventud que teniendo posibilidades de aprender, decide tirar por la calle de la falta de interés por la cultura. Y una rama muy peligrosa de esta clase de ignorantes es aquella que componen los que creen saber haciendo bueno el dicho de que la ignorancia es muy atrevida. Y por último siguen estando aquellos que triunfan sin saber y aquellos que triunfan gracias a que los demás no saben. Pio Baroja se refería entonces a los políticos en una España inculta. La pregunta surge: ¿En qué grado se encuentran actualmente? Seguramente que con suertes muy distintas, pero hoy de “aquel que no quiere saber” a “los que viven y triunfan porque los demás no saben” solamente sigue habiendo un solo paso, un desgraciado y grave paso…hacia el abismo de la incultura.
Barojiana del cascarrabias y elogio de la sabiduría.
Recuerdo Pepe las tertulias que en las noches de verano de hace cuarenta y cinco años se montaban en la terraza del Bar España, (un lugar, por cierto muy frecuentado por tus padres). Un verano me quedé solo en Ciudad Real y me fui a la pensión de la calle Ciruela donde vivía D. Carlos López Bustos. Y allí que me iba con él y con el desaparecido José Ramón, gerente de CLESA. En esas tertulias se improvisaban conversaciones…y recuerdo que quién más alto hablaba y pontificaba era el que menos estudios tenía. A diferencia de D. Pío, sabes que D. Carlos que era la humildad personificada. Una noche el docto ignorante se marchó y quedamos el resto. Y D. Carlos con esa vocecilla que apenas le salía del cuerpo, murmuró: «qué pena de chico, con lo prudente que es su padre».
Estupendo artículo. Con tu permiso, lo voy a copiar en mi blog.
Y yo añadiría una octava clase: los que, l margen de que se pueda llegar o no a saber algo, «hacen saber», los pregoneros que informan del saber o lo transmiten e incluso obligan a saber. Esa es la gente a la que se persigue en todas las épocas. Pero es que Baroja era un pesimista: en su obra no hay ni un solo maestro de escuela.
Ángel, permiso concedido y un honor para mí. Saludos.
Pena de tertulias. Ahora, digas lo que digas, si no es del sabor del escuchante, con un exabrupto estás en la misma m….
Las tertulias hoy son un circo interesado, un cuadrilátero en el que se cruzan nimiedades, vaciedades y en el mejor de los casos, antítesis políticas.
Las tesis en política…pasaron a la historia.