La Mancha, región natural e histórica situada en en el centro de España, que ocupa buena parte de las provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo, devenida hoy ya como parte sustantiva de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Con una extensión de más de 30.000 km², casi 300 kilómetros de este a oeste, y 180 kilómetros de norte a sur. Constituye una de las altiplanicies y regiones naturales más extensas de la Península Ibérica. Representa el extremo sudoriental de la Meseta Central, concretamente de la Submeseta Sur. Sus extensas y áridas llanuras son conocidas mundialmente gracias a la novela de Miguel de Cervantes, ‘El ingeniosos hidalgo Don Quijote de La Mancha’, la mayor parte de cuyas aventuras y acciones transcurren en este territorio, tan visible como invisible.
Una de las definiciones más aceptadas de La Mancha la proporciona Pascual Madoz en su obra ‘Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar’ de 1848: “El territorio llamado Mancha, abraza indudablemente el país, generalmente llano, raso y árido, contenido desde los montes de Toledo á los estribos occidentales de la sierra de Cuenca, y desde la Alcarria hasta Sierra-Morena; entrando en esta comprensión, lo que se llama Mesa de Ocaña y del Quintanar, los partidos de Belmonte y San Clemente, los territorios de la orden de Santiago, San Juan y Calatrava, y toda la tierra de Alcaráz; sus confines al Norte son el Tajo, y la parte llamada propiamente Castilla la Nueva; al Este los reinos de Valencia y Murcia; al Sur los de Córdoba y Jaen; y al Oeste las provincias de Extremadura, extendiéndose 53 leguas de Este a Oeste y 33 leguas de Norte a Sur. Hasta el siglo XVI, la parte oriental de este territorio se denominó Mancha de Montearagon y Mancha de Aragon […]; todo lo demás se denominó simplemente Mancha. Después se dividió la Mancha en Alta y Baja, según su diferencia de nivel y curso de las aguas: la Alta comprende la parte Noreste: desde Villarrubia de los Ojos á Belmonte, país de los antiguos pueblos laminitanos; y la Baja la parte Suroeste. incluyendo los campos de Calatrava y de Montiel, país de los antiguos. oretanos”.
Por otra parte, la voz árabe Al-Mansha y también Manxa, expresa una tierra sin agua y a un campo espartario inacabable. El término se castellanizó a mediados del siglo XIII y pasó a ser ‘Mangla’ o ‘Mancla’ , según cuenta Juan Corominas, de los cuales deriva ya, propiamemte, la voz Mancha. Aunque haya otros arabistas que discrepen de tal etimología; como ocurre con Juan José Valle. Para quien la procedencia no es de Al-Mansha, sino de Al-Mansa, que alude “al lugar que empieza de nuevo” y también a “la patria”. La personalidad regional de la Mancha se remonta al siglo XIV bajo el nombre de Común de la Mancha, conociéndose la zona oriental como Mancha de Montearagón. A finales del siglo XVII se creó la provincia de La Mancha compuesta por los partidos de Almagro, Alcaraz, Infantes y Ciudad Real, agregándose posteriormente los de Quintanar de la Orden y el Gran Priorato de San Juan. La división provincial de Floridablanca contemplaba 34 provincias, entre las cuales se encontraba La Mancha. Que a su vez se dividía, por razones de extensión, en Mancha Alta y Mancha Baja, concediéndose la capitalidad a Ocaña y Ciudad Real respectivamente. Tal división permanece hasta el Decreto de 30 de noviembre de 1833 promovido por Javier de Burgos, que introduce la nueva organización provincial de España; haciendo desparecer la provincia de La Mancha.
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Frente a la historia administrativa que hace desaparecer la denominación de La Mancha, hay que contraponer la historia literaria. Si Don Quijote, lleva como gentilicio su pertenencia a un territorio visible administrativamente; hoy permanece tal pertenencia de manera más difusa. La Mancha -que hoy complementa la Comunidad autónoma Castilla-La Mancha- es una comarca física y un territorio literario. La comarca física presidida por diferentes caracteres topográficos, hidrográficos y, en suma, geográficos participa de las cuatro provincias ya citadas. El territorio literario es, sin duda, más impreciso aún que el administrativo, pese a los esfuerzos periódicos que realizan algunos beatos por levantar al plano del terreno por el que anduvo Don Quijote. Las influencias literarias de Cervantes, dieron mucha cuerda a los escritores del noventa y ocho, con su descubrimiento del interior: ya castellano, ya manchego. Y así Azorín, Unamuno y hasta el Baroja de Alcolea.
Hay quien cree en la unicidad de tal cosa llamada Mancha o La Mancha, así con artículo determinado; como hay quien cree en la unicidad de tantas otras cosas que en realidad son plurales y múltiples. Pero los que piensan así, unidireccionalmente, ignoran –desde esa suerte de patriotismo pacato y umbrío– que hay muchas otras Manchas, aunque no se si están en esta de la que hablamos sobreentendidamente. Se me objetará que desde la publicación de ‘El Quijote’, no hay más Mancha que la que se encabalga en las provincias de Ciudad Real, Toledo, Albacete y Cuenca.
Pero todo ello no es razón suficiente, para omitir otras Manchas, comenzando con la potencia marinera y acuática del Canal que separa Francia de Inglaterra y que algunos textos lo llaman, no canal de La Mancha, sino English Channel, y por tal definen a esa suerte de mar interior formado por el océano Atlántico entre los citado países con una longitud cercana a los 550 kilómetros. Los romanos, parece ser, lo designaron como Fretum Gallicum y desde ahí no acierto a saber como apareció esa designación de Mancha o de canal de lo mismo. Baña, por cierto, los departamentos de Calais, Somme, Sena inferior, Calvados-la Mancha, Ille y Vilain, en Francia; y en Inglaterra los condados de Kent, Sussex, Southampton, Dorset, Decon y Cornwall.
Ya en tierra firme, y de más lejos a más cerca, podemos señalar el caserío de El Manchego, situado en Colombia, departamento de Bolívar y municipio de San Carlos. Por Manchón se conoce un rancho o cortijada de Méjico, del Estado de Tamaulipas. También en Méjico, pero no en tierra firme, aparece la albufera de ese nombre, La Mancha; para producir un conflicto entre lo húmedo y lo seco de la denominación. El departamento francés de nombre La Mancha, se sitúa en la zona noroccidental del país. se formó con parte de la antigua provincia de Normandía y comprende tres zonas el Consentin, el Avranchin y el Bocage.
La Mancha burgalesa, se extiende cerca del río Cubillo que a su vez es tributario del Arlanza. Comprende un espacio entre los municipios de Villahoz, Tordomar y Santa Cecilia al sur; Zael y Villahizán al norte y Mahamud al oeste. Otras comarcas próximas a esta Mancha burgalesa son El Soto, El Bardal y La Casetona. Existe otra Mancha peninsular, poblado junto a Icod de los Vinos en Tenerife. Hay también una Mancha Blanca en Lanzarote y otra Mancha Real en la provincia de Jaén que es ya un pueblo significativo y adornado. Las Manchas es un lugar o cortijo cerca del Teide, del municipio Los Llanos de Aridane, en la isla de La Palma. Mancheño es un pequeño lugar o caserío en Santa Áspera, municipio de Vélez Blanco provincia de Almería. Manchita es una pedanía de Guareña en Badajoz. También conozco una A Manchica cerca de A Merca en la provincia de Ourense. De igual forma que el Els Manxons, se halla cerca de Callús al norte de Manresa. Hay otra denominación La Manxoya en Oviedo y una última llamada el Mancheño . Aunque Mancheño se forme casi como un diminutivo, igual que ocurre con Manchuela que es una comarca de Albacete.
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Frente a esta diversidad de Manchuelas, Manchitas, Mancheños o Manchicas, desperdigadas por los atlas geográficos y por los mapas físicos, la potencia de la memoria prefiere ubicarse en ese contorno preciso/impreciso de la antigua provincia española de La Mancha y también La Manxa, que de las dos formas se la conocía. Pero esta linde administrativa es posterior a la conceptualización de Cervantes labrada en el siglo XVII. ¿Qué tuvo esa franja de terreno de peculiar interés, para que los ojos de Cervantes congelaran en ella un relato que inicia y termina un género, dando muerte a toda la mística de la novela de caballerías que dura casi doscientos años, y dando a luz a la llamada novela moderna y al propio tiempo contado ya como un Tiempo Moderno y un Tiempo Otro?,¿qué acaba y qué empieza con esa mirada alternativa, que ha mirado antes el esplendor romano, el relumbrón marino y universal de Lepanto, el secarral argelino y la via americana que se vislumbra desde la Sevilla de Indias? Aunque la pregunta, tal vez no sea esa sino otra, como la que formulaba el pintor de Tomelloso, Antonio López García. «¿Cómo se pudo gestar el Quijote? Lo más sencillo, lo más probable, es que no hubiera aparecido«. Lo más sencillo es, justamente, eso ‘No contar’ y ‘No aparecer‘. Lo más sencillo, desaparecer por los sumideros del tiempo y por las fauces hambrientas de la historia.
Hay existencias, que vistas desde hoy, nos resultan tan improbables y excepcionales, que uno tiende a pensar en ellas como un acontecimiento extraño que quiebra un orden secular y amodorrado, que fractra una secuencia dormidad de acontecimiento callados y de sentires quietos; y por ello lo normal, lo usual, lo frecuente y previsible, habría sido su inexistencia más que su aparición. Todo ello para dar a entender la excepcionalidad advertida de un texto excepcional, que emerge en un medio social y cultural alicorto y encanijado, y tal vez incapaz de reconocerse en ese texto . De no haber existido esa novela improbable, el territorio de La Mancha –ese lugar de cuyo nombre no quiero acordarme– sería un enclave de transición geográfica y poco más que pasto de un olvido mineral.
Más allá de otras cualidades geográficas y paisajísticas, ese universo físico, estaba determinado por su carácter de transición, entre el viejo Reino de Toledo y los más jóvenes reinos de Córdoba y de Sevilla; entre los castellanos viejos aguerridos, revanchistas y pastores, y los herederos de Al Andalus, sensuales, locuaces y comerciantes, que ocupan el sur de Hispania desde el 711. Pero transición no sólo espacial y humana, sino transición temporal y, quizás, incluso tránsito y viaje cultural. Si el tiempo literario y el tiempo de la Reconquista del poemario del Mío Cid, se acomodaba, justamente, a la Castilla del Norte, esa Castilla guerrera de contiendas y enfrentamientos con los restos del reino leonés; llegando a ser con la Reconquista y con la posterior repoblación, conocida como Castilla La Vieja; ese tiempo viejo y cerrado, ya se había quebrado en las postrimerías del siglo XVI.
Igual que los nuevos tiempos literarios se acomodaban mejor a la inmediatez de la otra Castilla sureña, caminera, especulativa y costanera de soles y hambrienta de conquistas americanas de ultramar, donde paraba entonces la gloria y el fuego del oro. La Castilla del Sur o también la Castilla conquistada y llamada ya como La Nueva, se adecúa mejor a ese advenimiento del nuevo Imperio español para explicitar no ya una conquista sino una superviviencia difícil, que los nuevos tiempos –con el sol imperial en declive y en decadencia– exigían. Tiempos en los que la corrosión de las armaduras de los tercios guerreros afamados, trazaban un itinerario antitético al del comercio y la conquista americana, y paralelo al de la disolución de muchas viejas ideas que la Reconquista finalizada en 1492 había clausurado, en el mismo momento histórico de avizorar las Indias Occidentales.
El mismo itinerario que traza la inversión de una cultura mestiza y plural, con la nueva exigencia de la pureza de sangre en los cristianos viejos o con las sucesivas expulsiones de las sangres dudosas de mudéjares y moriscos. No olvidemos que en 1564 en la ciudad italiana de Trento –con el intermedio de la estadía de Bolonia en 1547–, se produce la definición teórica de un nuevo Orden intelectual, moral y cognoscitivo; pero sobre todo religioso e instrumental, por raro que parezca esto último. Órden nuevo consensuado, que cierra todo un tejido espeso de sesiones palaciegas y de dogmas doctrinales, cómo Cánones Únicos que iniciados en 1537, formulan una revisión de las Escrituras –la interpretación de un texto y su exégesis, como fuente, no sólo de conocimiento, sino de Doctrina y Órden temporal– y un contraesfuerzo al movimiento abierto por el racionalismo de la revisión luterana veinticinco años atrás, y su consiguiente Reforma que provoca la traducción nueva al alemán de la Biblia en 1522. Todo ese esfuerzo cognoscitivo del episcopado y de otros Príncipes Sagrados de la Iglesia desarrollado en Trento, cierra un arco abierto en 1521 en Worms por Lutero; sostenido en el Sacco de Roma en 1527 con el golpe del Emperador Carlos a Liga de Cognac y al Papa Clemente VII;para concluir con la dogmática de los Canónes históricos y sacramentales y con la expulsión del dubitativo bajo el tajante: «Sea excomulgado«. Y que diez años más tarde del cierre conciliar, por ejemplo en 1573, el Tribunal del Santo Oficio formula la condena de ciertas pinturas dudosas o inconvenientes, como fuera ‘La cena en casa de Leví’ de Paolo Veronés, y que a punto estuvo el pintor de Verona de ser excomulgado y enmudecidos sus pinceles. Y eso que el mismo Veronés, dos años antes del conflicto, había trazado a visión pictórica de Lepanto con mansa obediencia y sometiemiento religioso.
Como si toda disolución, consentida o no, de los valores precedentes precisara un episódico ejercicio de autoridad y firmeza, de refundación y de llamada al orden. Los impulsos modernos del siglo XVI, precisaron pues del contrapunto del pensamiento trentino, para moderar la embestida furiosa de laicismo, de la duda y de la reforma luterana ávida de solemnidad racionalista. Como si toda la lucha anterior de siglos precedentes, de fronteras físicas y marcos territoriales se hubiera desplazado a otra nueva lucha de fronteras congnoscitivas e intelectuales.
Pero ¿expresa esa Mancha cervantina y quijotesca ese terreno fronterizo, esa cualidad de la transición conceptual y temática y de la incertidumbre ideológica de los Nuevos Tiempos? o ¿es sólo un valor añadido de un texto impresionante, capaz de crear un texto dentro del texto y de confundir, encadenadamente, los planos sucesivos de la realidad y los planos consecuentes de la ficción de primer grado? ¿Cuanta duda no esconde esa dualidad de pensamiento, que imbrica lo leído con lo vivido y lo soñado con lo ocurrido?, ¿cuanto celo no desinfla y dinamita, un caballero con el juicio torcido y la razón perdida, que confunde todo y trata de confundirnos como lectores, confundidos de suyo? Un caballero que prolonga más el desvario sajon del Lutero escondido y camuflado, como ‘Junker Jorg’, que sus precedentes caballerísticos del género narrativo, de Amadis de Gaula a Titante el Blanco. Las valencias de la edad moderna española, van a arrinconar el celo guerrero del Caballero –de espada, crucifijo y pendón– y el arado romano como forma escueta de colonización de las tierras; en aras de una visión que inaugura otras conquistas: el comercio –como movimiento infatigable de mercancías y bienes– y una técnica rudimentaria y aún imprecisa, pero que ya apunta su expansión instrumental y sobre todo las nuevas ideas que crecieron al calor frio de Sajonia. Y esa substitución del caballero por el comerciante, del clérigo por el profesor de humanidades y del caballo por el carrromato, explicita un ‘Espacio otro’ y un ‘Tiempo nuevo’ –pese a las porfías de la fe, no se olvide que el concilio de Trento se verifica como reacción antimoderna a finales del siglo XVI–.
Y ¿por qué La Mancha en ese tiempo nuevo que acumula ya un salto imparable? ¿No será su propia dificultad para existir con propiedad y autonomía, la razón de ser de su destino literario? Como si su endeble existencia en el plano de lo real, hubiera enhebrado otra vida en el ámbito de la ficción, haciendo buena la máxima de que «aquello que no pueda ocurrir ni ser acaecido, sueñalo al menos libremente«.
Destino ambiguo por cierto –ni del Norte, ni del Sur–; e incertidumbre moderna, que frena Trento con los límites de libre albedrío, y que nos habla de la errancia –vital, cognoscitiva, afectiva y hasta moral– de un caballero errante y confuso, y que parte a un único final posible, que es la muerte, o que es su propia muerte en un territorio vencido llamado La Mancha.
Periferia sentimental
José Rivero
El canal franco-británico se llama así por una mala traducción, que debería ser sencillamente «canal de la manga», pues se trata de un tecnicismo geográfico, como en la del Mar menor. Por demás, La Mancha no es nada, sino un conjunto de persistencias y ecos. Criado de Val y Gómez Porro ya han esbozado algunos signos de esa continuidad, que el primero reduce a mozarabismo y el segundo a una mirada y un paisaje. Contiene, a mi juicio, los únicos mitos y obras universales que ha creado la lengua española: Quijote y Celestina. Y no se trata de una continuidad, incluso si queréis una identidad centrípeta, sino centrífuga: se implica y refleja en el resto de las regiones de España, que incluso la quieren tomar a veces por una identidad y se la apropian, como se apropian del Quijote los catalanes, y hacen bien: también se lo apropian los ingleses, los rusos, los franceses y hasta los mancegos, quién se lo iba a decir… Ahora bien, la Celestina es otra cosa: la Mancha que pinta no es vendible, aunque también ahí se habla de libertad, y mucho.
Se me olvidaba: el tema de la libertad trágica es ese segundo rasgo o persistencia del que hablaba.
Impresionante lección geográfica, de historia política y literaria, de fuerzas, poderes y simbolismos y de tantos otros datos, enigmas y contextos, cuya lectura exige su relectura… Como siempre, chapeau!…