Odio el Planeta

Manuel  Valero.- A veces me dan ganas de mandar el Planeta a tomar por culo, poner las soflamas de los ecologistas en remojo, hacer una pedorreta a los integristas del paisaje, abuchear a los amigos de la Tierra y del Agua y abrazar la lucha que desde antiguo viene librando el hombre con el solar que lo aloja.

Y me dan ganas de animarle a que siga carcomiéndolo como hizo desde que plantó la primera huerta de coles y le arrebató la primera parcela al lomo libre de esta cosa planetaria que cuando se despierta se descubre como el primer asesino de masas, dejando a su paso una escombrera de dolor, muerte, sangre y desgracia pero también de cinismo, golpes de pecho y toda una pasarela pija, tonta, absurda, y melindre. Nepal es un cadalso de ruinas que nos regala otra vez el planetita Tierra que tanto tenemos que mimar, besar, cuidar y adorar, que algo de religión hay en la sacralización de la Pacha Mama y el ecologismo irredento.

Nada es gratis para la ciega esfera que vaga por los abismos sorteando la materia oscura y los agujeros negros. La Tierra tan amada y querida, tan consentida, tan animadora de regresiones infantiles a  platos de berzas, y otras modernísimas alternativas vegetales-vegetarianas, se cobra su precio, de cuando en vez, con la peor de las iras. Y así, nos ofrece gratis el espectáculo de su cólera en forma de volcán, terremoto, o monstruosidad mixta si en el desastre bíblico confluyen  la mar océana y la tierra esteparia.

Siempre que hay una calamidad como la que nos provoca el planeta, escritura sagrada para nuevos cavernícolas, y contempla la inmensa infinidad de lo que somos bajo una cordillera de escombros, o un muro estratosférico de agua, el Planeta me cae tan mal que casi me avecina con el odio.  Sí. Uno de vez de en cuando odia el Planeta, sobre todo después de lo de Haití, Indonesia , Japón y ahora Nepal. Y lo odia porque sus fechorías a rebufo de la globalización mediática se retransmiten en directo para pasmo universal . Y no se puede hacer nada que es lo peor. Bueno, no, lo peor son los argumentos de la peña power flower y de amor floral que dice que no hay que hacer caca en los cauces, que no hay que hacer casitas de paja sobre el lomo del terremoto en ciernes, que…  Da igual, cuando a este Planeta tan vivo y tan hijo de puta le da por estornudar se lleva como tributo unos cuantos miles, cuando no decenas, o cientos de miles, de  vidas anónimas, matasellando, nunca mejor dicho, la enormidad de cuanto absurdo nos rodea. Porque cuando un político mete la pata o la mano, uno lo denuncia; cuando alguna corporación, ente, multinacional, empresa, firma, marca es responsable de algo vamos todos con la pancarta a aliviar escaras, pero cuando un tsunami, te deja el rastro de dos bombas atómicas, o un huracán te representa a su paso el mismo averno, o un terremoto descuartiza la carne magra con la indiferencia de quien destripa cucarachas, a uno le dan ganas de mandar el Planeta a la esquina angular de la misma mierda, que es abono purísimo, por otra parte. Por ingrato y loco y desalmado. Es bello, hermoso, lleno de vida pero se cobra un impuesto inasumible para la especie humana. Hasta el punto de que nos parezcan infantiles las bajas de una guerra comparadas con las que provoca un zarpazo de la naturaleza ciega y asesina.  Hoy viendo lo de Nepal no encuentro a nadie a quien pedirle cuentas. Y eso cabrea mucho, pero mucho.