Ya está bien de tanto avasallaje: La conjura de los necios, de John Kennedy Toole

palabrasmarginalesDe casi todos es sabida la siniestra anécdota que acompaña a este libro: su autor se suicidó antes de verlo publicado, y luego la obra se convirtió en una de esas novelas que la gente lee durante generaciones. Kennedy Toole era solo un oscuro profesor en una no menos oscura universidad norteamericana.En sus ratos libres, pergeñó La conjura de los necios, una novela sobre antihéroes, policías incompetentes, proxenetas confundidos y unos cuantos ilustres colgados más que dan color a la cosa. Para color el de Nueva Orleáns tal como la retrata el señor Kennedy Toole. la-conjura-de-los-necios-(3)Pero quien se lleva la palma, aquí, no es el ambiente ni la utilería del escenario novelístico, sino el personaje principal, Ignatius Rilley, un pirado de tres pares de pelotas que no encuentra su lugar en este mundo tan falto de geometría, como él mismo dice mientras se come las salchichas del puesto que le han encargado cuidar. No vende salchichas el hombre, no da una ni en la descacharrante peripecia de la fábrica de pantalones (atención, la que monta el notas con los negros explotados y los no menos desangrados oficinistas, todo un obrero concienciado el Ignatius, menudo menda); nada, que no hay manera. Y por si  algún lector le queda la menor duda sobre el estado mental del Ignatius, que espere a leer la delirante correspondencia entre este y su antigua novia, otra a la que habría que echar de comer aparte, si es que alguien se atreve a acercarse a la jaula. Llamamientos a la revolución sodomita, cuadernos repletos de desvaríos, disgustos a su madre, escándalos por doquier. Ignatius es un menda de cuidado, como decimos, un desplazado social que necesitaría la ayuda de un asistente o, mejor aún, de una unidad completa de los servicios psiquiátricos ambulantes, si es que tal cosa existe.

Recomendamos el asunto a todo aquel que quiera pasar un buen rato carcajeándose con un libro que da risa. Y la da porque está escrito por un hombre serio, un hombre que consideraba que no hay mejor manera de retratar el dislate de nuestra condición humana que la sátira, el pitorreo y el autocachondeo como terapia para no reventar ante tanta villanía y tanto avasallaje.

Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales

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