Que el vino es sinónimo de unión, de alegría, y sobre todo, de compañía es algo que comparten todos los escritores que se darán cita en torno a la mesa redonda «El vino de los poetas», el próximo día 13 de mayo, en el marco de la VIII edición de FENAVIN; una mesa coordinada por el periodista y guionista Javier Rioyo, para quien además «el vino es sinónimo de cultura inteligente porque la cultura inteligente tiene que ver con el saber vivir, el saber vivir tiene que ver con el saber gozar y el gozo que te puede dar el vino usado de manera razonable es un placer».
Esta actividad, que se enmarca dentro de los actos que en esta edición patrocina Bankia, contará, de forma concreta, con la participación del editor y escritor Chus Visor, el poeta, ensayista y novelista Benjamín Prado, junto a la escritora Almudena Grandes.
Todos ellos, a excepción de Grandes, repiten presencia en FENAVIN, una feria de la que todos destacan su perfecto maridaje entre negocio y cultura. En este sentido, Benjamín Prado subraya cómo el hecho de que en una feria dedicada al negocio del vino haya un hueco para poder charlar de literatura, poesía le parece extraordinario, además «de la demostración de que en este mundo nada tiene por qué ser lo contrario de otra cosa, todo se puede sumar», de hecho, puntualiza «me parece que en todas las ferias, sean de lo que sean, debería haber actos de este tipo», algo en lo que se muestra totalmente de acuerdo Chus Visor, quien destaca el cariño de esta feria por la cultura del vino, y no sólo por cuestiones monetarias, y afirma, «sentirse maravillado de todo lo que es FENAVIN, aparte de sentir mucha envidia de que en la feria del libro no hagan cosas así, tan bien hechas».
Términos en los que también se expresa Javier Rioyo para quien «una feria que más allá que lo que tiene que tener de negocio haga esta mirada al mundo de la cultura, que son los impulsores de las cosas que se hacen bien en este país, es inteligente y acertado».
El vino como fuente de inspiración y argumento
«En un lugar donde el vino es cultura esencial como es en el mediterráneo, ha estado muy presente en nuestras vidas civiles, aparte de las profesionales», destaca Javier Rioyo para quien esta tradición, por supuesto, no viene de ahora, sino que a lo largo de la historia aparecen grandes bebedores y grandes escritores, «desde el Arcipreste de Hita hasta el Siglo de Oro».
De hecho, Rioyo recuerda el primer verso escrito en nuestro idioma de Gonzalo de Berceo que ya hace referencia a un vaso de buen vino; «un mundo que recorre transversalmente toda nuestra cultura y literatura, y que en definitiva no es más que una expresión reformada, deformada o embellecida de lo que pasa en la vida». Además, de forma concreta, apunta cómo no se puede entender finales del siglo XIX, la generación del 98, sin sus cafés y la afición de discutir en torno a la comida y a la bebida, algo que nos llega hasta nuestros días. Y en este sentido, como buen amigos de muchos poetas, escritores, subraya que casi es una excepción los que no tienen una buena relación con la bebida, fundamentalmente con el vino.
También así lo entiende Benjamín Prado, quien señala cómo lo largo de la historia de la poesía «el vino y el don de la ebriedad, como lo llamó el poeta Claudio Rodríguez, hacen una pareja casi inseparable, un matrimonio al que le va muy bien», y además subraya cómo siempre se escribe mejor con una copa de vino. En este sentido, recuerda como anécdota las reuniones con Sabina para escribir las letras de Vinagre y rosas ante lo que era vital tomarse algo, «no podíamos partir desde cero a discutir sobre versos dos tíos a cuatro manos», aunque puntualiza no creer en los paraísos artificiales «excepto en los que uno sea capaz de construir con sus propias manos».
Por su parte, Chus Visor se encuentra en total sintonía con sus compañeros de mesa y apunta cómo el alcohol, de forma general, y el vino, de manera muy particular, siempre ha sido un elemento muy usado por los poetas, sobre todo en la poesía oriental, constituyendo un elemento muy importante en su civilización, en su poesía, aparte de apuntar a él como fuente de inspiración, «ya lo creo».
El vino, símbolo de alegría y felicidad
En definitiva, más que hablar de la relación entre el vino y la poesía, como dice Benjamín Prado, es más correcto hablar de vino y felicidad, al menos en su caso porque «cada uno escribirá y leerá por sus propios motivos, pero yo siempre digo que escribo y leo para ser más feliz, y por esa misma razón me tomo una copa de vino». Y es que para Prado, la poesía y el vino son dos cosas que ha inventado el ser humano para compartir la alegría. En lo que se muestran totalmente de acuerdo Javier Rioyo y Chus Visor, sin olvidar que el vino «eleva el espíritu» y, por supuesto, es un gran aliado de la cultura y, en general, de todas las artes.