Cuando el viento sopla en contra

José Antonio Casado. Periodista.- Desde hace un par de meses no se puede consultar la prensa provincial sin toparse a diario con una foto de la alcaldesa de la capital en los lugares más variados, los acontecimientos más insólitos, los eventos más insospechados y los atuendos más llamativos, dentro del orden que impone una determinada manera de vestir, indicio de un modo de pensar.

La llegada de las municipales cambia, en la capital de la provincia como en el resto las poblaciones del entorno, el modo habitual de comportarse de los políticos. Alcaldes habrá que habiendo pasado cuatro años sin pisar la calle, yendo desde casa al ayuntamiento en el coche oficial con chofer para no ser molestados por los vecinos, llegadas estas fechas gasten las suelas de los zapatos que no habían consumido ni  deteriorado a lo largo de la legislatura.

El ritual establecido exige que se muestren o se vuelvan a mostrar todas y cada una de las obras realizadas en los cuatro últimos años; es un ritual algo estúpido porque pone a prueba la paciencia de los ciudadanos, que son inteligentes y saben ver sobre la marcha la ramplonería de este modo de proceder. Pero ahí está. Es un lugar común con el que hay que contar.

También es otro lugar común que los alcaldes, por estar a pie de obra y conocer a sus conciudadanos uno por uno, o casi, tienen ventaja sobre el resto de los políticos que se dedican a actividades de más altos vuelos. Como si el valor de la vecindad jugara en una dirección única y fuera garantía para salir reelegidos.

Por si la historia sirve de algo traigo a colación un hecho más o menos reciente que relaté en el libro “Paisajes provinciales”, pidiendo perdón de antemano por la autocita:

“Con Clavero y Narciso Alarcón, concejal de Hacienda, llegó al ayuntamiento de la capital la austeridad, el rigor presupuestario, el pago de buena parte de las deudas a proveedores, la transparencia, el diálogo con los ciudadanos –el nuevo alcalde recorrió varias veces los barrios- y el remozamiento de la ciudad para adaptar su urbanismo al siglo venidero. Bregó con la oposición, con la que llegó a pactar. Durante su mandato, para poner coto a los desmanes, tuvo que hacer frente a la policía municipal que se desmandaba (“El caso Antequera”, noviembre 94). Al margen de la política estrictamente municipal, a Clavero le crecieron problemas en el entorno inmediato, con la implantación de la ESO, que se convirtió en bandera política del PP, y la crisis de las ventas del otoño del 93, que algunos comerciantes trataron de endosarle atribuyéndola a la peatonalización de las calles del centro y al plan de tráfico que puso en marcha… Y llegaron las municipales. La gestión de Calvero, sólida, seria y compacta, se ahogó en la marea del voto conservador. El popular Gil Ortega se hizo con la alcaldía… Se batió bravamente pero, al final, sucumbió”. Fue arrastrado por la debacle del PSOE. (Paisajes provinciales, pp. 240-241).

Nicolás Clavero fue un alcalde de Ciudad Real al que le tocó desempeñar el papel de David, pero que no tuvo la suerte de vencer a Goliat porque soplaba el viento en contra y, además, porque los “renovadores” de aquel entonces, que le habían propuesto para alcalde, no le dejaron presentar a un equipo a su imagen y semejanza.

La política es compleja y ardua; muchas veces desagradecida cuando no traicionera y cruel; presenta dificultades y causa problemas. A nadie le extrañe pues que, con los papeles cambiados, haya gente ahora que se quede en el camino como otros se quedaron antaño en la cuneta por lo que había hecho su partido a escala nacional. Cuando el viento sopla en contra es difícil que no acabe con los buenos, cuanto más con los que han sido y son pura fanfarria y engañifa. De esos, ramplones, hay unos cuantos en los ayuntamientos de esta provincia que todo el mundo conoce y que en Semana Santa se han dado más golpes de pecho de lo habitual.

Los clásicos decían que la historia es maestra de la vida. Tal vez la cita sirva de aviso para navegantes.