Bernardo Secchi, urbanista italiano fallecido recientemente, publicó en 2013 un libro titulado La ciudad de los ricos, la ciudad de los pobres que ha sido traducido al español en este año en Los libros de la Catarata. En él analiza la desigualdad social, el crecimiento de la distancia entre ricos y pobres. Un tema que parece haber sido descubierto por organismos financieros internacionales y que ha puesto sobre la mesa con abundantes y rigurosos datos el libro de Piketty, El capital del siglo XXI. En nuestro país, desde hace décadas los informes de la Fundación Foessa de Cáritas venían denunciando y analizando esta realidad. La aportación de Secchi es poner el punto de mira sobre esta realidad en el urbanismo. El urbanismo tiene importantes y precisas responsabilidades en el empeoramiento de la desigualdad y el proyecto de ciudad debe ser uno de los puntos de partida de cualquier política dirigida a su eliminación u oposición dice Secchi al principio de su libro.
Las desigualdades sociales son uno de los aspectos más relevantes de la nueva cuestión urbana y esta es una causa importante de la crisis que hoy atraviesan las distintas economías del planeta.
La nueva cuestión urbana.
En las culturas occidentales, la ciudad ha sido pensada como espacio de la integración social y cultural y en ocasiones lo ha conseguido. Pero también ha sido una máquina potente de diferenciación y segregación, de marginación y exclusión de grupos étnicos y religiosos, de actividades y profesiones, de individuos y de grupos dotados de identidad y reglas diferentes, de ricos y pobres. En la ciudad occidental, ricos y pobres se encuentran, pero claramente separados. Mientras a escala global se ha producido una disminución de la población en situación de pobreza extrema, dentro de la mayor parte de los países, incluidos los más ricos, se registra una creciente diferencia entre riqueza y pobreza. En las últimas décadas del siglo XX, después de periodos en los que estas diferencias estaban disminuyendo, se ha producido, de nuevo, una diferencia muy acusada entre ricos y pobres. Las regiones urbanas de Europa y Estados Unidos han aumentado, de manera notable las diferencias entre ricos y pobres. En todas las grandes ciudades está surgiendo una topografía social cada vez más contrastada y esa diferencia es la que marca la nueva cuestión urbana, basada en el derecho a la ciudad.
Cada vez que la estructura de la economía y la sociedad cambian, la cuestión urbana vuelve al primer plano. Pero también, el surgimiento de una nueva cuestión urbana ha generado políticas y proyectos diferentes para la ciudad, en particular políticas espaciales. Temas, conflictos, sujetos, políticas y proyectos que se superponen y acumulan en el tiempo. La ciudad y el territorio contemporáneo son su archivo y en sus trazados, en sus construcciones y en sus relaciones sociales podemos leer lo que ha ocurrido en la sociedad a lo largo de los años. No existen ideas y políticas sin un espacio de referencia ni espacios o principios espaciales que no correspondan a esas ideas políticas. El espacio, gran producto social construido y moldeado en el tiempo, no es infinitamente maleable, no está infinitamente disponible ante los cambios de la economía, las instituciones y la política. No sólo por la resistencia que la propia inercia espacial opone, sino también porque, en alguna medida, construye la trayectoria, a lo largo de la cual, estos mismos cambios pueden ocurrir.
Estrategias de exclusión.
La concentración en las grandes ciudades de la “plebe, los miserables, las clases marginales…“o como se les haya denominado en cada lugar y tiempo, ha inquietado siempre. El miedo al pobre, al extranjero, al nómada, a menudo, ha originado la demanda de políticas específicas de exclusión social, de alejamiento o internamiento. El miedo desarrolla la intolerancia, rompe la solidaridad y disgrega la sociedad, sustituye la ciudadanía y la virtud cívica. Toda la historia de la ciudad occidental, de cualquier ciudad, puede escribirse haciendo referencia a los sistemas de compatibilidad e incompatibilidad recíprocos entre personas, grupos sociales y actividades.
Una retórica de la seguridad ha reclamado la segregación, la exclusión y la separación, Y en esa dirección han operado, desde siempre, las tradiciones religiosas, científicas y profesionales y, entre estas últimas, las políticas de la ciudad y el territorio en un puesto privilegiado. Nombrar, situar, definir, especificar y delimitar, dar dimensiones concretas a cada conjunto de objetos, a los usos de la ciudad, a sus dimensiones y equipamientos va estableciendo las políticas de separación y diferenciación.
La historia de la ciudad y del territorio puede ser contada como historia de su arquitectura y de su forma de asentamiento, de los modos de ocupación y uso de ese territorio. Las ciudades que en la segunda mitad del siglo XX se esforzaron, en muchos lugares de Europa, en caminar hacia la igualdad y la integración han emprendido, sin embargo, en las últimas décadas caminos hacia la desigualdad. La búsqueda paciente de muchas políticas urbanas durante todo el siglo XX ha intentado, sobre todo en Europa, hacer que las distancias en la calidad del espacio usado por cualquier grupo social, dentro y fuera de la propia vivienda, fuesen menores de las que había entre los respectivos niveles de renta y de poder.
Desigualdades sociales. Cuestión urbana y crisis.
Estas diferencias que se hacen radicales en ciudades más pobres, en grandes urbes, pero tienen también sus manifestaciones en las pequeñas poblaciones. En Ciudad Real la diferencia entre el centro, barrios de nueva creación con población de clase media o alta y algunos barrios más humildes es demasiado evidente. Hemos abandonado las políticas públicas de ajustar las diferencias, de cualificar los espacios públicos, de hacer que todo lugar de la ciudad tenga niveles de calidad óptimos valorando especialmente los espacios comunes, las plazas, los viarios, las zonas verdes y las condiciones generales de las viviendas.
Secchi termina su libro con una sencilla reflexión: “Hay que avanzar en políticas que no se basen en obras grandes y espectaculares, sino que intervengan de una manera difusa para garantizar porosidad, permeabilidad y accesibilidad a la naturaleza y a las personas. Debemos reflexionar sobre la estructura espacial de la ciudad y la importancia que en su construcción tiene la forma del territorio, que se reconozca el papel de un sistema de infraestructuras capilar e isótropo, capaz de conferir a la ciudad y la región una mayor y más difusa porosidad, permeabilidad y accesibilidad, que se diseñen espacios públicos ambiciosos, teniendo en cuenta la calidad de las ciudades que nos han precedido, que se vuelva a razonar sobre la dimensión de lo colectivo”.
Espacios
Diego Peris Sánchez