“Hermanos: Jesús está en la Eucaristía, pero también puede ser cualquier semejante, y a nuestros ojos pasar desapercibido “. El Prior – Fray Diego de Cisneros- dirigía estas palabras a los monjes al final del rezo de Completas. Era su costumbre acabar la Lectio Divina con una meditación personal, y tenía especial predilección por aquel hecho teológico. La Comunidad alternaba la lectura del Salmo con cantos propios de Cuaresma, en la Iglesia débilmente iluminada por lámparas de cera. Era Martes 14 de Marzo de 1560 , y caía la tarde sobre el paisaje en el que se dibujaba la silueta del Castillo-Convento de Calatrava la Nueva. Al terminar el Oficio se dispusieron a retirarse a sus celdas y en ese último paseo distendido del día, el Superior fue charlando con Fr. Jerónimo Albanes , novicio del que conocía las dudas de Fe que con frecuencia le abordaban . Una fresca brisa envolvía la noche en el cerro, sobre el que se hacía ya el silencio monástico.
En la mañana siguiente , se repetía el diario quehacer de los distintos oficios en la ciudadela, más concerniente a los monjes militarizados : forja, carpintería, cerámica, horno, tahona, caballerizas, etc. A mediodía , cuando se disponían a comer, le fue entregada una posta a Fray Diego traída por un soldado venido de Toledo. Salió a hablar con él, y luego de enterarse de su contenido , le ofreció tomar algún alimento y descansar en la Hospedería, siendo atendido por Fray Pedro Vadillo. Los monjes, después de su estancia en el Refectorio, fueron informados de la noticia: el Rey Felipe II iba a pasar la Semana Santa en el Sacro Convento. La sorpresa fue generalizada en toda la Comunidad: ello alteraría su vida cotidiana, pero se trataba de una muestra de afinidad del monarca con la Orden Calatrava, de la que por otro lado era la máxima dignidad. Por la tarde , paseando por el Claustro el Prior con el soldado, concretaron los detalles para tal evento y después del rezo de Vísperas se pidió por los buenos frutos de la visita real.
Al amanecer del siguiente día, el emisario del monarca marchó de vuelta a la Ciudad Imperial, donde estaba la Corte. La jornada en el Convento transcurrió ese día con normalidad, si bien con la lógica expectación que la novedad deparaba. Tras la jornada y ya en la oscurecida los frailes se encontraban descansando, cuando en el silencio sonó la pesaba aldaba del portón de acceso al recinto. El monje caballero que se encontraba en el primer puesto de la guardia, llamó al hermano portero después de comprobar quién pedía acceso. Se trataba de Fray Cristóbal del Salto, joven dominico que venía de Caleruega y se dirigía al Convento de Ciudad Real a predicar en la Semana Santa: manifestó habérsele echado la noche encima, y además sentirse algo indispuesto con una enfermedad que padecía desde hacía algún tiempo. El portero le invitó a pasar y alojarse en la Hospedería , sintiendo extrañeza , ya que un perfume a sándalo inundó la entrada. Después de dejar la caballería y asearse, el predicador se dispuso a descansar .
Antes de la oración de Maitines del viernes, Fray Pedro pasó a ver cómo se encontraba el viajero: éste –agradecido por el trato- le manifestó que después del reposo nocturno estaba algo mejor . El Prior fue informado de lo ocurrido y después de los rezos pasó a verle, mostrando su deseo de que antes de proseguir su viaje se quedara con ellos hasta que se encontrara más repuesto. Fray Pedro –que tenía algunos conocimientos de farmacopea- le preparó unas hierbas para ayudar a su recuperación. Al comienzo de la tarde, cuando los monjes salían del rezo de Nona, uno de los caballeros que estaba de guardia en el lienzo oeste del Castillo , dio la voz de alerta: a lo lejos del camino hacia Sierra Morena , se divisaba una numerosa comitiva, que sin duda era la Real. Cuanto se encontraba más cerca, pudieron confirmarlo. Después de la subida por la cuesta circundante que el Rey había mandado empedrar hacía tiempo, Fray Diego y algunos monjes caballeros, delante de la entrada cumplimentaban a los monarcas . Al Rey le acompañaba su joven esposa Dª. Isabel de Valois , el Duque de Alba y un nutrido número de cortesanos. Después de los pertinentes saludos, fueron alojados en la Hospedería baja.
A los rezos vespertinos en la iglesia de ese Viernes de Dolores , acudieron los reyes. Como era preceptivo en estos casos, lo hicieron por la Puerta de la Estrella. Don Felipe iba mirando a su paso los elementos que configuraban el templo: el rosetón con los Pasajes de la Vida de la Virgen, el presbiterio -presidido por un austero retablo con el Sagrario y la imagen de Santa María sentada- y en la parte del Evangelio el sepulcro de D. Alfonso, hermano de su bisabuela Isabel la Católica. Al ábside lo arropaban dos pequeñas capillas a cada lado. El coro –donde se ponían los monjes-estaba delimitado por una reja, y en la nave del Evangelio había otras tres capillas con sepulturas de los Padilla, Girón y otros Maestres, así como la sacristía con la Sala de reliquias. En la nave de la Epístola, la puerta por donde accedían los monjes desde el Claustro. Luego de las Vísperas, pasearon por el recinto y el Prior enseñó a los Reyes las principales dependencias de Castillo y Convento . Después de la cena y antes de retirarse todos a descansar, Fray Diego fue a ver qué tal se encontraba el Dominico , manifestándole Fray Pedro preocupación por su salud. Debido a ello, éste se quedó con él para cuidarle .
El Domingo se celebró la Función de los Ramos , y el Prior pronunció el Sermón incidiendo en la presencia de Jesús en los hermanos. Esas palabras fueron motivo de reflexión para el monarca, si bien de nuevo especialmente para Fr. Jerónimo. Los reyes asistían a todos los actos de los monjes y guardaban también el ayuno y la abstinencia propios de esos días . Llegado así el Jueves Santo, hubo Oficios solemnes y procesión con el Santísimo . Al terminar, los frailes cantaron el PIE JESU DOMINE de Cristóbal de Morales, que tanto emocionaba a D. Felipe por formar parte de la Misa de Difuntos , cantada en los funerales de su padre hacía dos años en Yuste. Conforme a la costumbre litúrgica, la Custodia quedó expuesta en un pequeño tabernáculo sobre el altar para ser velada .
El Viernes ,el color negro fue el predominante en las vestimentas litúrgicas. Como correspondía a la conmemoración del día, se guardó el ayuno haciéndose una sola comida . Precisamente y rompiendo el silencio preceptivo , Fray Pedro Vadillo irrumpió en el refectorio para avisar al Prior, ya que el dominico presentaba un estado preocupante. Enterado el Rey de lo acontecido con el predicador , mandó al físico que le acompañaba que fuera a verle. Éste, después de examinarle , prescribió un preparado, si bien confirmó su gravedad. Al rezo de Nona no fue Fray Pedro , que permanecía asistiéndole. Al terminar ese Oficio , los monjes quedaron consternados al ser informados de que Fray Cristóbal había fallecido. Los Reyes, al enterarse manifestaron sus condolencias a la Comunidad Calatrava por el luctuoso hecho. De inmediato, Fray Diego mandó un caballero emisario al convento de Caleruega de donde provenía , para comunicarlo y proveer conforme al caso. El cuerpo del dominico fue llevado para ser velado a un túmulo preparado al efecto, a la Capilla de la Virgen de los Mártires próxima a la iglesia, en lo que era el cementerio de los monjes. Se llamaba así porque allí reposaban los que dieron su vida en los avatares de antiguas luchas contra la Orden, desde que Fray Raimundo de Fitero la fundara hacía más de cuatro siglos. Fray Jerónimo Albanes pidió al Prior ser el primero en realizar el velatorio: en él reflexionaría además acerca de su vocación, ya que sus dudas eran cada vez más acusadas y los sucesos del dominico las habían acentuado.
El Sábado Santo, la vida cotidiana en el Sacro Convento estuvo marcada por los Oficios religiosos propios , pero también por la preparación del regreso de los Reyes a Toledo al día siguiente. En el patio del Claustro , junto al olivo que evocaba las victorias de la Orden y la Paz , D. Felipe expresaba a Fray Diego su reconocimiento por las vivencias y la acogida en días tan señalados .
En la mañana del Domingo , la iglesia lucía sus mejores galas para la celebración de la Resurrección . El Halleluyah fue el cántico predominante en Oficio que cerraba la Semana Santa. A media mañana, el cortejo real estaba preparado para la marcha. La Comunidad se encontraba junto al Portón del Castillo para la despedida . Los reyes – antes de subir al carruaje- mostraron de nuevo al Prior su afecto, con un sencillo ademán de reverencia. Después de la bendición, toda la comitiva se fue perdiendo por el sinuoso camino empedrado . Fray Diego , mirando a los monjes mostró un gesto de alivio, reflejando así que todo se había dado conforme a lo deseado. Todo, salvo lo relacionado con el Dominico. Con el fin de depositarlo en lugar y forma hasta tanto se conocieran noticias de Caleruega, se dirigieron hasta el Campo de los Mártires. Al abrir la vieja puerta de la Capilla , un intenso olor a sándalo impregnó la estancia, y los monjes quedaron extrañados porque además, el túmulo sobre el que se había colocado el cuerpo del Predicador estaba vacío. Fray Jerónimo Albanes , con los ojos empañados miró emocionado al Prior, y se fundieron en un largo abrazo.
Francisco Blanco Mena
Retazos