Dicta el diccionario de la Real Academia, que «la revisión es la acción de revisar«. Y por tal acto entiende, en su primer acepción el «Ver con atención y cuidado«; y en su segunda acepción fija como «Someter una cosa a nuevo examen para corregirla, enmendarla o repararla«.Si la exposición de Prior (Puertollano, 1933) en Fúcares, inaugurada el 31 de enero pasado, se denomina ‘Manuel Prior. Una revisión’, habrá quien interprete con razón, que esa obra merece ser «vista con atención y cuidado«; o que habría que volver a valorar algunos de los juicios y criterios vertidos sobre las realizaciones plásticas de Prior. Incluso, habría que volver a subrayar determinadas cuestiones hoy olvidadas.
Pese a contar Prior con suficiente soporte bibliográfico (Ponce, Rivero o Prodan, serían algunas de las referencias), con abundantes recensiones (Areán, Carbonell, Cajide, Castro Arines, Ángel Crespo, Hierro o García Viñolas), y con una página web actualizada (www.manuelprior.com), no deja de ser un desconocido para el gran público. Desconocimiento, quizás debido a la discontinuidad de su presencia; en una suerte de trayectoria pictórica que se oculta a veces, como el agua de los ríos provinciales: unos por su cauce díficil, otros por el peso del estiaje. Con la salvedad de su Puertollano natal, y pese a diferentes reconocimientos en certámenes provinciales, Prior no ha contado con el reconocimiento mediático de otros pintores de su generación, como pudiera ser López García (Tomelloso, 1936). Por eso la necesidad de ‘volver a mirar’, como demanda la exposición en curso de Almagro.
Todo ello además, y a mi juicio, tiene que ver con el carácter personal de Prior y con el carácter y con el tono de su pintura. Un carácter personal, apacible y bonachón, que algunos vinculan con la severa densidad minera de sus orígenes y con la ocultación precisa de la bocamina umbría y taciturna. Como si ese soterramiento del paisaje del medio circundante originario y de su actividad primordial, forzaran a cierto ocultamiento del pintor en agraz y, también, en su madurez, forzara una suerte de moderado protagonismo. Carácter acoplado a lo que se desvanece doblemente: por ser pasado y por ser actividades en curso de desaparición. Pero esta es una de las fortalezas argumentales de toda pintura: relatar lo que se va yendo y descubrir la severidad del tiempo preciso e implacable.
De la misma forma que ya apuntara en 2003, en mi trabajo ‘El jardín abandonado. Las artes plásticas en Ciudad Real, 1962-2000‘ a otros desvanecimientos que siguen produciendo los fogonazos de la aparición de la pintura:» La presencia mancomunada de Cañadas y de Prior, no responde a identidades en su obra, sino a la plasmación –por caminos distintos– de una evidencia tal, como era el hundimiento de lo rural, de sus visiones y de sus cimientos culturales«. Si se pinta lo que se marcha y termina; más allá de la recreación historicista del pasado, uno acabará siendo deglutido y fagocitado por ese mismo proceso de ocultación y desaparición que dicta el tiempo.
Todo ello unido además, a la opción formal que adopta Prior desde sus primeros trayectos, tanteando un expresionismo propio, que bebe tanto en los Expresionismos centroeuropeos observados de primera mano en los cincuenta, como en las figuraciones españolas encabalgadas tanto en Goya, como en Gutiérrez Solana. Y una acotación precisa, pero no suficientemente valorada, como fuera su relación con Benjamín Palencia y con Pepe Ortega; para entender su reflexión sobre la representación de ‘Lo Popular’, desde ‘Lo Social’ y desde lo crítico. Todo ello, la representación crítica de ‘Lo Popular’ y de ‘Lo Social’, visible en la modulación de múltiples referencias del entramado expresionista: desde Ensor a Kirchner y desde Nolde a Roualt.
Y ese carácter difícil y no complaciente de la construcción pictórica de Prior, sería otra de las limitaciones de su recepción crítica, al modular una estilística ajena al doble movimiento vigente en el arco temporal de finales de los cincuenta, y que llega hasta los ochenta; sostenido básicamente por los lenguajes pictóricos dominantes en esos treinta años: desde ‘El Paso’ en 1957, hasta la ‘Nueva Figuración’ de mediados de los años ochenta. Tanto el de la ‘Abstracción triunfal,’ en el foco cultural superior; como el del sostenimiento de la ‘Figuración Realista’, en el sentido amplio. Y esta sería una de las razones de la exclusiones en muestras como las de ‘Realismo y figuración de La Mancha‘(1985) y en ’13 artistas manchegos’ (1989); o en la de 1992, ‘Nueve artistas de Castilla-la Mancha para la Exposición universal, Sevilla 92‘.
Razones que justifican la ceremonia de ocultación del agua, por más que la serie de los últimos dibujos de Prior, abunden en ese ceremonial de bañistas desnudas, sin pilas ni baños, sin jofainas ni palanganas. Casi sin miradas, ausentes ya la tina y la vasija, el balde y el barreño, en un ejercicio de aseo que sin ellos resultaría incomprensible. Pero ya se sabe que desde el Heráclito, nada hay tan mudable como el agua, que tanto cambia y nos cambia. Y por ello, se impone la necesidad de su revisión, como en la pintura de Prior.
Periferia sentimental
José Rivero