Antes en las cuentas electorales y en la contabilidad interna, se conocían como ‘mayorias absolutas’ y como ‘mayorias relativas’ a determinados cupos de asientos, bancos o escaños. Las ‘minorías‘, fueran del tipo que fuesen, sólo contaban a efectos de formación de grupo propio en la cámara, parlamento o concejo, y para ser respetadas por esa ‘mayoría en formación’. Y por ello se invocaba, con sutileza ‘el derecho de las minorías‘, como regla de oro de las democracias representativas. Incluso de citaba a Voltaire como modelo de ese respeto a lo minoritario.
Tanto temor suscitaban esos cuerpos mayoritarios, que a veces, se recurría para designarlos a la terminología bélica, para determinar la eficacia fulminante de su poderío y embite. Y, por ello, se acababan viendo ‘apisonadoras‘, ‘arietes‘ y ‘rodillos‘ como potenciales armas de combate, producidas por el sobre abundamiento de la ‘mayoría‘. Y dejando caer, por los laterales del sentido, los riesgos implícitos de las ‘mayorías‘. Incluso la paremiología, recogía la construcción de que si «el poder corrompe; el poder absoluto, corrompe absolutamente«. Razón que hacía ver la inconveniencia de esas ‘mayorías absolutas’ y de esas ‘mayorías relativas’, como espectros temibles.
Por eso las ‘mayorías absolutas’ y las ‘mayorías relativas’, eran formas de aludir y de designar a aquellos números de concejales, diputados y parlamentarios, que proporcionaban a una cierta formación política el derecho del ‘ejercicio del gobierno’; dejando oscurecido los abusos inherentes al ejercicio excesivo de la ‘mayoría‘. Y por ello las dudas sobre su conveniencia. Y sobre su eficacia democratica.
Hasta aquí nada nuevo. Sólo la salvedad de que en el presente mayoritario, se ha comenzado a cambiar la designación, como un síntoma raro. Y ahora se piden ‘mayorías suficientes’ y no ‘mayorías absolutas’ o ‘mayorías relativas’. En un cambio de voz que, tal vez, explique muchas cosas, aunque se silencien los significados. Eludiendo la aritmética de lo ‘mayoritario‘ y de lo ‘relativo‘. Claro que nadie, por ello, por el cambio de tono, pide y solicite «¡Dadme una minoría!».
Porque ese relato de ‘lo suficiente’ y de la ‘mayoría suficiente’, acontece tanto en los valles del Sur de Susana Díaz, como en las mesetas elevadas de Dolores de Cospedal o en los prados trigueños de Cristina Cifuentes. Lo suficiente, siempre ha sido lo «bastante para lo que se necesita»; o también «lo apto y lo idóneo«, y ya se sabe que lo «bastante para lo que se necesita«, es puramente lo ‘mayoritario‘. Como suena mal lo excesivo, y prevalece lo políticamente correcto, es preferible demandar una ‘mayoría suficiente’. Que suaviza la embestida de lo ‘mayoritario‘.
Aunque dicho lo dicho y visto lo visto, según el DRAE, por suficiente habrá que entender el tercer sentido del diccionario. «Pedante, engreído, que habla con afectación«. Afectación sentida, para no decir lo que de verdad piensan y desean. ‘Mayorías como la copa de un pino’, para poder ‘hacer de su capa un sayo’. Eso sí que es suficiencia. Y además la tapa el sayo.
Periferia sentimental
José Rivero
Parece que la Cadena Ser ha encontrado algo interesante sobre la familia de Cospedal:
«Un sobrino de Cospedal y José Luis Moreno, beneficiarios de la concesión de terrenos públicos para colegios concertados en Madrid
Un informe de UGT revela que entre 2000 y 2013 se han destinado más de millón y medio de metros cuadrados para esos centros. Entre los gestores hay empresas de Arturo Fernández, de la familia de Cospedal y órdenes religiosas.»
Si es que es verdad que necesitan «amplias mayorías». Si no ¿De qué iban a hacer estos tejemanejes?
Y no te falta razón. A lo José Mota: «tu dame hueco, que habiendo hueco, yo ya…».
Tal cual