Son muchos los ideales que mueven a las personas. Desde aquellos que entregan la vida para el servicio de los demás, hasta los que la ponen al servicio exclusivo de sí mismos…y a costa de los demás. Lo normal sin embargo no es ni lo uno ni lo otro, sino que vayamos por ahí navegando, ejerciendo trabajos que repercuten y benefician a ambas partes. Trabajos que nos permiten vivir dignamente y que a la vez ayudan al desarrollo de la sociedad.
Pero existen unos individuos que tienen como meta obsesiva hacerse ricos…por narices, lograr ser multimillonarios sí o sí, nadar en dinero hasta…ahogarse en él.
Hacerse rico en poco tiempo es cosa difícil, muy difícil. Así lo consiguen aquellos a los que les toca la lotería en grandes cantidades, que reciben una herencia, inesperada o no, aquellos que inventan algo y lo patentan pero sobre todo aquellos que lo consiguen a base de trincar lo que no es suyo, de defraudar, de delinquir.
Quienes lo consiguen a base de talento y trabajo…de muchas madrugadas dándole al coco, esos, si es que llegan a conseguirlo, lo hacen después de muchos años…y siempre siguen ahí al frente de sus responsabilidades y de las personas que han contribuido a ese enriquecimiento lícito.
Llaman poderosamente la atención aquellos que teniendo dinero más que suficiente para llevar una vida mucho más que acomodada, se empeñan en querer amasar más y más a costa de caminar por el peligroso filo de una navaja…que al final les acaba cortando ese dorado futuro que ansían tener. Dicen algunos sicólogos que el poder para algunas personas es algo erótico, sumamente atractivo, al que es muy difícil renunciar y que por eso lo persiguen con el mismo ahínco que lo hace un perro tras una perra en celo.
Contaban que un director de banco decía que lo difícil era hacerse con el primer millón, pero que después la cosa adquiría un “excremento”…y es que con el ansia y la codicia de querer tener…la verticalidad no ya moral, sino sicológica cambia de rumbo de manera pasmosa.
Todos conocemos a personas que nunca están conformes con lo que tienen, que se comportan como unos niños que quisieran jugar con todos los juguetes a la vez y queman permanentemente los momentos actuales con la amargura de pensar en lo que no poseen y desean a toda costa. El mayor problema, la mayor desgracia del ansioso es que nunca saborea lo que tiene entre los labios. Pero no es este el único ni el principal problema, porque si las desagradables consecuencias del avaro repercutieran solamente en él, podríamos decir que en el pecado llevaba impuesta la penitencia.
Pero no, ese afán de querer más y más que mueve a estas personas incide de manera irremediable en su relación con los demás. El ansioso, en el fondo es un envidioso que vive con el permanente afán de acaparar todo lo que puede, dinero, bienes, poder. El ansia es un anhelo desmedido polarizado en enriquecerse más y más pero que nunca es compartirlo con quien más lo necesita; ¡qué pocos casos sabemos de ansiosos que tengan la vehemente preocupación de querer aumentar el bienestar de los demás!
Todos hemos oído, quien sabe si sufrido alguna vez, algún caso de voraces propietarios de tierras que han ido limando las lindes por la codicia de poseer un poco más a costa claro está del que se queda con menos, dando estas historias en algunas ocasiones con la fría tierra del cementerio. Recuerdo hace años cuando ejercía como perito judicial y en ocasión de un deslinde, cómo las circunstancias me obligaron a recurrir a la guardia civil para proceder a realizarlo ante la intransigencia de un litigante que no estaba de acuerdo con el trazado que yo hacía. Cuando le pregunté el porqué de su absurdo comportamiento me espetó: es que el otro tiene más tierras y yo solamente ésta. El ansia es un coctel de envidia, celos y codicia que produce a quien lo bebe una permanente sensación de desasosiego, angustia y rencor.
“Por la jodía ansia de querer quedarse con toda la herencia” dijo alguien recientemente en un juicio…El complejo mundo de las herencias, repartos, adjudicaciones…curiosas las reacciones y los disgustos que en demasiadas ocasiones se acarrean, a veces por la disputa de una silla. Conocerán aquel dicho de “qué bien se llevan los hermanos” y alguien diciendo ¿”Han partido”? Pues eso, el ansia viva, que diría un personaje del genial paisano José Mota.
No parece que merezca la pena renunciar a la paz y felicidad ignorando lo que tenemos y deseando de manera desmesurada todo lo que tienen los demás, que como decía Schopenhauer la riqueza es como el agua salada, cuanto más se bebe más sed da, o reza el viejo refrán: “no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita”; que como sentenciaba también uno que sabía mucho de la vida…con dos metros cuadrados o un simple cofre… todos al final vamos a tener bastante.
Todos los días nos topamos con noticias que describen algún caso.
«La jodía ansia» me ha encantado. JAJAJA. Es una frase manchega hasta la médula.
Ya sabes que somos humanos, y el bicho más malo y que mayor dolor puede hacer a un humano es otro humano.
Si bien es cierto que soy de la teoría de que todos nacemos buenos (Rousseau ya lo dijo mejor que yo), la sociedad en la que vivimos nos hace malos «por cojones», con perdón.
Ya en la guardería, la escuela, el bachillerato y la universidad nos enseñan una cosa: o eres el mejor o e comerán por los pies. Nada de cooperación, de coordinación, de simpatía hacia el más débil. Como dicen los americanos del norte: «si a los 20 años no has ganado tu primer millón de dólares eres un lerdo».
Si hablas en tu grupo habitual de hacer algo más por los demás cambiando el sistema, quitando esa manía egoísta de ganar más y más para guardar y ser el más rico del cementerio; de hacer cosas por aquellos que no lo tienen tan fácil, cuyo espíritu y mente son más débiles o, que por circunstancias de la vida no han tenido las mismas oportunidades que tú, directamente te miran como su fueras un solemne «jilopollas».
El «yo, me, mi, conmigo» que siempre saco a colación es la filosofía del ser humano actual. Y así nos va. Y así, por eso, las políticas ultraliberales del sálvese el que pueda han calado de tal manera que ahora mismo somos un mundo de yo contra tí y de quítate tú que me pongo yo.
Estos meses en los que han salido los correos de Bankia, hemos podido ver la realidad de estos infames individuos, cómo dejaron por escrito hasta qué punto son capaces de hundirse en el lodo para conseguir un coche de lujo, un reloj de lujo o un retiro de lujo. Cómo eran capaces de gastar sin parar mientras que se reían de cómo los preferentistas caían como chinches rendidos ante la «rentabilidad» del producto que inflaba sus tarjetas Black.
Y, lo más triste, escuchamos a Sorayita decir que «si todos hiciésemos lo que Monedero, cómo íbamos a pagar los servicios públicos». LO DICE LA VICEPRESIDENTA DEL GOBIERNO DEL PPARTIDO DE LA GÜRTEL. Es que no tiene perdón de Dios la señora.
Por eso es el momento de parar y bajarse del autobús del egoísmo. Pero bajarse tiene consecuencias muy graves, porque es un autobús en el que las normas están clarísimas. Si te bajas, ya no hay posibilidad de volver a subir, y aquellos que te miraban con cariño, ahora te miran con desprecio porque ya no aceptas las normas impuestas por el sistema.
Así es que, yo creo que es el momento de bajarse y, en concreto, bajarse para que las prestaciones sociales dejen de ser graciables. No podemos volver a los tiempos de la beneficencia. España debe volver a ser un país de derechos, no de dádivas. Y quien no quiera, las Bahamas son un buen lugar para los ultraliberales que están en decenas de consejos de administración, llevan a sus hijos a colegios ultra pijos y pujan con sus hospitales privados para quedarse con la mayor parte de los servicios sanitarios para el pueblo. Si no quieren mezclarse con el vulgo…ya saben, a las Bahamas. España ha sido siempre y será un país de gente amable y sentido de la solidaridad…hasta que llegaron las tesis económicas americanas del norte y sus escuelas de negocios.
Ese fue el error grueso de Rousseau: el ser humano nace acaparador, egoista, es decir, «malo». Y luego son las leyes las que «contienen» al animal dentro de unos limites de bondad forzada para asegurar la convivencia. Es decir, justo al contrario de lo que decía el cursi de Rousseau.
Va ser verdad aquello que escribió Delibes: La sombra del ciprés es alargada…Después de trescientos años…el hijo de un relojero…aparece ahora con coleta marcando el inexorable tic-tac…
Pero una cosa ha cambiado en este tiempo…hoy los relojes se han vuelto aburridamente silenciosos aunque mucho más precisos y millones de personas marcan su tiempo con el inocuo tic y tac-a futbolero.
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Por cierto, anoche en el Teatro Español…Los cuentos de la Peste. Buena obra…la vida misma, la de Rousseau y la de ahora mismo…con un portentosa interpretación de Aitana Sánchez-Gijón
Pedro Casablanc, Marta Poveda y Oscar de la Fuente(140 minutos del ala, sin parar…) y una pequeña osadía, Vargas Llosa… interpretando a su criatura, resuelta con un seis pelado. Aconsejable verla. Y como postre…a la salida, compartiendo la barra con el califa…Julio Anguita, sin turbante…de negro riguroso de los pies al último pelo teñido de su cabeza. Cuando lo vi de esa guisa…puse las manos con ahínco en la madera del mostrador…Cosas de la oscura y gélida noche en los jardines políticos de España.