El señor Houellebecq se pone y escribe una novela de viajes. Pero una novela de viajes que no les gustará a las agencias de viajes. De hecho, en Francia no les ha gustado mucho que este señor diga una verdad: más de la mitad de los vuelos que los occidentales realizan a países pobres tienen un objetivo cien por cien sexual. Sexual y no siempre legal. De hecho, algunos de los personajes de esta novela viajan para acostarse con niños. Lo hacen en el Sudeste Asiático, pero también podrían haberlo hecho en algún país africano, nos da a entender este autor perseguido por los bienpensantes, tal vez, porque Houellebecq se pasa por el forro eso de la corrección política.
Aquí está todo él: sus ataques al Islam, su visión descarnada de la sociedad occidental, de la prostitución, de las (inexistentes) relaciones entre hombres y mujeres en un mundo que se ha inventado una cosa que se llama “liberación femenina”, y las consecuencias que esta ha traído. Según el autor galo, las mujeres no saben para dónde van, han perdido todo el deseo por los machos de Occidente por la sencilla razón de que los hombres de Occidente están impelidos por la ley a reprimir sus instintos masculinos, lo que se traduce ─siempre según la opinión de Houellebecq─ en una incapacidad absoluta para proporcionar placer sexual a sus parejas, placer que las féminas buscan ─oh, sorpresa─ en esos viajes kilométricos que algunas hembras de la especie emprenden con ínfulas de investigación cultural, pero que no tienen otra meta que hacérselo con un macho que no haya oído hablar de la violencia de género. O con una niña, como se cuenta en “Plataforma”.
Así están las cosas según Houellebecq: el Islam nos invade, los hombres ya no son hombres ni las mujeres mujeres, la gente que tiene dinero compra a adultos o a niños en países repletos de estómagos famélicos para obtener de ellos lo que no pueden conseguir en el mundo capitalista, mundo donde mirarle el trasero a una mujer puede suponer una querella criminal por acoso.
No hace falta, entonces ─y menos en un país tan sacrificado ante la liberad de expresión como es España─, aclarar que Houellebecq es un autor un tanto odiado en Francia. Esta novela no hace sino ahondar en la provocación ─que a veces no es gratuita, sino solo el reflejo de la forma de trabajar de un cerebro singular─: exponer ante el público las miserias, contradicciones e hipocresías de una cultura que por un lado (al menos, nominalmente) defiende las libertades de los individuos, pero por otro no deja a los individuos mucha más libertad que la de elegir la forma de arruinarse la vida.
Houellebecq ha pagado un precio muy alto por decir la verdad: tuvo que trasladarse (o sea: huir) de Francia a España; y de España a Irlanda.
Como todas las novelas del francés, “Plataforma” no es ni más ni menos que el aviso de que las cosas se van a poner pero que muy chungas, que vienen las rebajas, que no hay futuro. Y sobre todo es una advertencia para los lúcidos: donde no hay justicia, es peligroso tener razón.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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Bigotudos, gordinflones paseando con jovenes guapas tailandesas por las diferentes regiones turisticas del pais jajaja.
Un libro inquietante, divertido en ocasiones y algunas veces odioso por el cinismo y la bruscaquedad con la que nos relata el escritor sus impresiones sobre el turismo sexual, el islam, los seres hummanos occidentales y el vomitivo capitalismo que nos rodea.