Por donde quiera que uno busque reportajes o artículos relacionados con el comportamiento de los conductores de automóvil particular (obviaremos hoy a los llamados profesionales del volante, aunque haya alguno que no merezca tan noble apelativo) se encontrará con dos máximas: una, que el temperamento, sea cual fuere, de la persona cambia radicalmente al verse a los mandos de un coche y dos, que para mejorar la relación entre este universo de “personas que les cambia el temperamento” no hay nada mejor que la educación que, como todos sabemos es una virtud en franco retroceso y casi peligro de extinción. Insistimos en centrarnos en l@s automovilistas porque el resto de universos ya llevará lo suyo en próximas entregas, así que ahí van los Siete Pecados Capitales de l@s que conducimos coches de turismo para uso propio.
Soberbia
Universalmente reconocida cuando uno estrena coche. Da igual que sea un modesto compacto o un fantástico “todocamino” inglés. Siempre habrá alguien a quien epatar mostrando que nuestra elección es más potente, bella, cara y deseada que la de nuestro competidor más cercano, sea este el vecino de al lado o el cansino de nuestro cuñado. La soberbia femenina en cuanto a los 4×4, SUV, Crossover o Todocamino, como quiera que se les llame es tan legendaria que ocuparía tomos aparte (y no empecemos con las chorradas de machismo).
Pereza
Pecado relacionado muy habitualmente con la puesta en marcha de esa palanquita cercana al volante que sirve para encender esas otras lucecitas delanteras y traseras que indican a los demás usuari@s cuál será nuestro próximo movimiento. Los intermitentes, como tod@s habréis sabido por nuestra preclara explicación, no estaban entre los Doce Trabajos de Hércules, luego entonces ¿por qué nos cuesta tanto usarlos? ¿qué extraña desidia se apodera de nosotr@s al tener que activarlos? ¿será la misma abulia que nos posee al tener que ceder el paso a otro coche más rápido y que nos viene dando luces desde el kilómetro Cero? Me da pereza contestar.
Lujuria
“Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000” cantaban los Inhumanos en los benditos 80, envidiando sin duda cómo se lo podían hacer las parejas yanquis en aquellos Cadillac , Pontiac o Buick de tan anchas y confortables dimensiones. Obviaron los chicos del cante que el Seat 600 o el original Mini-850 de Authi (el Mini –Cooper era poco más ancho), pero bueno como canción y rollito simpaticón funcionó. Aquí y ahora no hablaremos de “esa” lujuria, porque la nuestra, la del conductor, nace de las más insondables cavernas del Macho-Erectus es la que nos empuja a sujetar constantemente la palanca del cambio, como si se fuera a ir de parranda; es la que nos sugiere una trazada imposible en la rotonda porque otros coche ha dejado un espacio casi imperceptible: “a este se la voy a meter”, rebuznamos poseídos de testosterona que, por cierto, es la hormona menos recomendable para usar un vehículo de motor.
Ira
Pecado-Automovilístico-Hispánico por excelencia, presente diariamente en los pasos regulados por semáforos, cuando el de delante tarda una milésima más que los hubiera hecho Fernando Alonso en ponerse en marcha. Ira ante la visión del espectacular Jaguar de dos plazas que se ha comprado ese compañero de Ministerio al que siempre hemos considerado menos capaz. Ira en cuanto un anciano “asalta” el paso de peatones, después de estar junto a él los últimos doce años. ¿Ira? Nadie sabe el significado de la ira hasta que no se ha encontrado con el coche que aparcó correctamente por la noche saqueado y/o abollado al llegar a él por la mañana. Eso es ira, lo demás es fino cabreo.
Avaricia
El refrán castellano la asocia a la rotura de sacos por incapacidad de estos para albergar todo lo que en ellos se intenta meter en un denodado afán de “tó pa mí”. Llevado al territorio que nos ocupa podríamos ejemplarizarla en aquell@s usuari@s que piden más y más extras cuando compran su vehículo sin saber cuáles de las múltiples funciones con que se recarga el presupuesto y la configuración del coche serán las que más convengan a sus necesidades de uso: altavoces dignos de un concierto de los Stones para un reproductor que sólo va a albergar CD’s piratas; GPS de última generación para que nos lleve de Los Pinos a casa y de allí a Almodóvar (usuari@s de Puertollano); lunas tintadas, asientos calefactados, pantallitas para “narcotizar a l@s niñ@s” y no nos den guerra en el trayecto de Miguelturra a la Puerta de Toledo que es el único que hacemos once meses al año (el mes de vacaciones nada) dos veces al día. También es avaricia ocupar dos sitios en el parking público, y por ende, carril y medio en rotondas y similares.
Envidia
Ignoro quién fue el primero que intentó justificarse dulcificando un pecado sacándose de la manga eso de “envidia sana”, me recuerda a esos Ayuntamientos que, para facilitar el incumplimiento de la Ley del Tabaco, permiten chilanques contrarios a la citada ley (ya sabes, dos paredes y techo) para así compadrear con el votante nicotinómano. La avaricia tampoco puede ser simpática: o se envidia o no, y la verdad es que sí, que como “egpañoles y egpañolas” (Bono dixit) somos de los humanos más envidiosos del planeta y me remito para ello al maestro Fernando Díaz-Plaja en su “El Español y Los Siete Pecados Capitales” (Madrid, 1966). En relación con el automóvil, la envidia se escribe con mayúsculas, negrita y hasta 3D porque quien niegue envidiar el coche ajeno que tire el primer neumático. El Lamborghini de Ronaldo (CR7), el Cadillac Escalade de Messi o el Morgan de tres ruedas de Arbeloa, son motivo de envidia, seas o no “tiffoso”; los “bugas” de cualquier famos@ nos corroen y, si somos sinceros, hasta de alguien más cercano, aunque lo califiquemos de “sana envidia, porque te mereces este auto más que nadie”.
Gula
Pecado que pone perdida la tapicería azul cielo o gris marengo, cuando por motivo de su insistencia pecaminosa derramamos mostaza y ketchup de nuestra hamburguesa sobre los asientos. Quedáis absuelt@s.
Juanma Núñez
A41- Todo Motor