Luis Díaz-Cacho Campillo.- Uno acaba, aunque no quiera, escribiendo de sí mismo; transmitiendo mensajes de su propia historia (pasada o reciente), experiencias y preocupaciones, anhelos y pensamientos, en el giro de las frases, en la cadencia del discurso, en la configuración de los párrafos o en las metáforas más sinceras. Y eso es precisamente, lo que le ocurre a Nicolás del Hierro en este libro de relatos.
El «Una ventana abierta» es un libro de historias. Historias que nos han podido pasar a todos y a cada uno de nosotros. Los personajes de estas historias son o podrían ser reales, viven en el tiempo y en el espacio que les ha tocado vivir. Aman y sufren, sienten y sueñan, anhelan que la vida les regale cada día (al menos) una sonrisa.
Nicolás del Hierro es un magnífico contador de historias. Conoce como nadie el lenguaje y su vocabulario es inmenso. Nicolás es un escritor que se ha hecho a sí mismo, que ha ido creciendo en los resquicios del tiempo y se ha nutrido siempre del verso más sincero entre los labios.
Nicolás del Hierro sabe observar como pocos. A través de su mirada veraz y de su ventana abierta constantemente, descubre al instante una historia nueva a su alrededor. Cuando nos mira es capaz de ver mucho más allá de lo que los demás vemos. Y es que Nicolás, ha crecido observando la vida siempre a su alrededor, intentando comprender cada secuencia que la amplitud del espacio de su vista nos ofrece y descubriendo cada historia como un acontecimiento nuevo.
En «Una ventana abierta» encontrarán, ante todo, corazón y alma a raudales, sentimientos encontrados, pasión e (incluso) intriga.
Los veintisiete relatos que contempla el libro, estructurados en cuatro partes, son verdaderos arquetipos de sensibilidad. El autor nos conduce a través de los párrafos con una maestría que nos incita a continuar a través de una prosa poética que Nicolás no puede obviar jamás, porque para Nicolás el lenguaje es verso en estado puro que todo lo envuelve.
Conozco a Nicolás del Hierro desde hace algunos años y puedo asegurarles que me ha ayudado a crecer en mi interior desde su bonhomía machadiana con la que lo impregna todo.
Nicolás es todo corazón, pálpito en mitad de la mañana para gritarle al mundo que la vida tiene sentido, que tenemos un tiempo que no regresa y que es posible el encuentro de todos aquellos que anhelamos vivir en paz y en armonía.
Y para ello escribe versos y poemas, y relatos. Historias que nos han podido pasar a todos y a cada uno de nosotros. Nicolás escribe siempre. Observador constante, ha pretendido que nada de lo que ocurre a su alrededor le pase inadvertido. Y observa porque quiere contar todo lo que él percibe y cómo lo percibe. Y cuenta porque desde su desprendimiento inmenso quiere compartir con los demás todos sus sentimientos.
Así es Nicolás del Hierro, una página abierta en mitad del vértigo diario que nos arrastra; una ventana abierta desde la que contemplar la vida.
A través de la ventana abierta de Nicolás la vida, toda, entera, discurre sin detenerse cada día. Él ha optado por no permanecer impasible, ajeno, tras los visillos, sino observar y contarnos historias que son reflejo fiel de lo que acontece.
Aquella ventana abierta a través de la que Nicolás del Hierro mira y mira cada día, existe verdaderamente en una casa de pueblo de patios empedrados y enjalbegadas fachadas; o en un pisito de Madrid desde donde la altura nos da la perspectiva idónea para contemplar todo lo que sucede alrededor…
Aquella ventana abierta a través de la que Nicolás del Hierro siente y abriga esperanzas no es otra que sus dos pupilas y su mirada sincera y perspicaz que pretende atrapar todos los sentimientos, todas las emociones.
Al fin y al cabo de eso se trata, de amar, de sentir, de soñar, de hacer partícipes a los demás de nuestros anhelos y de nuestros sueños. Y eso es precisamente lo que Nicolás del Hierro pretende manteniendo su ventana abierta, que todos podamos asomarnos a la vida (a su vida) y observar y mirar con él.