Decía el ínclito (y mesetario) don Francisco Umbral que toda la obra de Gabriel García Márquez anterior a la publicación de “Cien años de soledad” es solo una preparación para elaborar su novela cumbre. Explicaba también el señor Umbral que la obra posterior del genio colombiano queda, por supuesto, eclipsada por la larga sombra de tan descomunal artificio.
El artificio de Márquez funciona, y funciona bien. La novela cuenta la historia de los Buendía, un clan de gentes un tanto alunadas que fundan un pueblo huyendo de los horrores de la civilización, y lo hacen para quedar ellas mismas atrapadas en los siniestros vericuetos de la ambición, el egoísmo y ─claro está─ la soledad.
Los Buendía están condenados al aislamiento, al desamor y a la destrucción del alma por el simple hecho de que cada uno vive en su propio mundo, como se dice ahora. Y nada puede sacarlos de ahí. Los hombres de la familia Buendía son alocados, vehementes, revolucionarios y oportunistas algunos de ellos; otros Buendía son peseteros, interesados e innobles; otros, en fin, son hombres que deambulan por la vida con la capacidad de sorpresa de un niño: intacta.
Por otra parte, las mujeres Buendía son crueles, “tercas como mulas” dice el Coronel Aureliano Buendía a un pobre diablo atrapado por las armas arácnidas de tan peligrosas féminas.
Ellos y ellas, los hombres y mujeres de “Cien años de soledad”, dejan a su paso un rastro de dolor, de sufrimiento físico y moral, de amores rotos, vidas estragadas y familias y hasta naciones destruidas por la interminable guerra en la que se empeña el Coronel Aureliano Buendía hasta el rabillo de la boina, de haberla tenido en esos agrestes, tropicales lugares donde se desarrolla la invencible trama de la que nos atrevemos a calificar como la mejor novela redactada en idioma español en el siglo XX.
Decía el también ínclito (pero no mesetario) don Jorge Luis Borges que no se puede ser justo con un autor sin resultar injusto con otros. Pero también decía Borges que un escritor tiene derecho a ser juzgado por su mejor obra. Y qué duda cabe (lo decía Umbral, recuerden) que “Cien años de soledad” es lo mejor que el ínclito Márquez escribió en su larga y provechosa vida como hombre de letras. Por una vez, el Nobel cayó donde debía: sobre el autor de una obra maestra muy entretenida que agradará a niños y grandes. Que no es poca cosa.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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Aquí te quiero ver (leer).
Solo una puntualización: Amaranta Buendía es terca como una mula y se coloca una coraza para preservar su vulnerabilidad, sí, mas nunca la percibí cruel.
Bueno, eso habría que preguntárselo a los hombres que se cruzaron en su vida.