Toque de gloria. ‘¿Qué queda ya?’, esa era la pregunta que formulaba atónito y dolorido Julián Alonso el 18 de enero de 1962[1], ante el hundimiento del Torreón del Alcázar el primer día del mes del año recién estrenado. Si en tal año, hace ya 53 del momento en que escribo, se podía aún, ingenuamente, preguntar ‘¿qué queda ya?’; hoy no es que no podamos contestar al requerimiento del desaparecido profesor y Cronista local, sino que, tal vez, no seamos capaces ni de preguntar lo que queda, o lo que va quedando de la ciudad histórica. Habían transcurrido entonces, en 1962, tan sólo siete años de las celebraciones del Centenario de la Fundación de la Ciudad, que jaleaban una efeméride retórica y complacida; y faltaban, tan sólo, dos años para volver a celebrar los triunfales XXV Años de Paz, que también jalearon otra efeméride victoriosa y triunfal. Años ambos, 1962 y 1964, en clave interpretativa nacional, como nos ha demostrado recientemente Gregorio Morán en su trabajo ‘El cura y los mandarines’: desde ‘El Contubernio de Munich’ a la gloria alada de los XXV Años de Paz.
Ambas ocasiones nuestras, 1955 y 1964, dieron lugar para ensayar en diferentes estilos y rimas asonantes, las más diversas reflexiones sobre la ciudad y sus propósitos. Siempre de forma enfática y prosopopéyica. La ciudad que pudo haber sido, si el impulso fundacional del rey Alfonso, hubiera sido otro[2] y no la errancia equivocada del Pozuelo Seco; y la ciudad que, materialmente, se estaba construyendo aceleradamente, paso a paso, en los veinticinco años de paz dilatada[3] y a puntos de ser celebrados con un amplio despliegue propagandístico. Carlos María San Martín, en su trabajo referido de 1955, optaba por una construcción análoga: del pasado posible al presente imposible. Construcción tributaria de la recreación, no menos imaginaria que hiciera años antes Emilio Bernabéu, en su texto por entregas ‘Un Rey en Ciudad Real’[4]. La visita del Rey Fundador Alfonso el Sabio, hacia 1952, necesitaba consecuentemente de esa suerte de lazarillo o de cicerone, que es el propio Bernabéu, para entender todo lo que el tiempo diluye y aún asola y desbarata.
Un Rey que desconoce, pese a su sabiduría, todo lo acaecido desde el momento fundacional, y por eso se extraña hasta de su muerte sobrevenida; aunque a veces, la extrañeza lleve un regusto de admiración y de sorpresa, al descubrir el misterio incomprensible de un ferrocarril humeante o la vibración en una noche de la luz encendida en un rincón otrora oscuro y emboscado. San Martín, por el contrario, en su trabajo de 1955, opta por esa vía de interrogar al pasado: ¿qué habría sido, si todo hubiera transcurrido de otra forma y en otro lugar, tal que Alárcos?
Es decir frente al cambio de fisonomía interna de collaciones y esquinazos de Bernabéu, San Martín oponía el cambio definitivo de emplazamiento. Veríamos, por consiguiente, ‘una ciudad otra’: “La magnificencia de los edificios, la amplitud de las plazas y jardines, los lujosos comercios que veía a mi alrededor, eran elocuentes signos de una próspera y populosa urbe. Un gran río cruzaba por mitad la población y colosales puentes de piedra unían ambas orillas”. La ciudad era, sin duda, la ciudad de Alárcos asentada en un cerro muy aplanado y memorioso, que era a su vez capital de una provincia llamada Calatrava y que contaba con un monumento a Alfonso VIII, vencedor en la batalla del mismo nombre.
“Nadie sabía de la existencia de Ciudad Real. Subsistía eso sí, el arrabal del Pozuelo de Don Gil, cuya anexión se disputaban tanto las ciudades de Alárcos como la villa de Miguelturra”, como zona de huertas regables, por mor del agua somera y estadiza; zonas huertanas y paisanas que se extendían hasta el otro paraje próximo ubicado al sur, conocido como Poblacho o Poblachuela. Frente al mal sueño o, tal vez, la pesadilla histórica de San Martín, Ramírez Morales, optaba en ese concurso de trabajos, por la musculatura acerada de la imagen como argumento contundente. Y así, dar cuenta de las realizaciones plurales del régimen, con el autobombo requerido por el momento.
[1] J. Alonso. ¿Qué queda ya?, Lanza, 18 enero 1962.
[2] C. Mª. San Martín. Villa Real, clave y destino, Lanza, 25 mayo 1955.
[3] D. Ramírez Morales. Ciudad Real en XXV años de Paz, Lanza, 14 agosto 1964.
[4] E. Bernabéu. Un Rey en Ciudad Real, Lanza, 7 enero 1954.
Periferia sentimental
José Rivero