Manuel Valero.- Lo más curioso del drama es que ha sido una revista que se pasaba por la entrepierna las religiones del Libro y otras escatológicas concomitancias la que reunió en París a un océano de cabezas en cuyo interior de más de una y más de dos palpitaría a buen seguro la fe que se precisa para creer en Dios y sus profetas.
Y así, fieles de todo el mundo se citaron en la capital francesa en defensa de la libertad de expresión aunque esa libertad de expresión signifique ver también a Jesús dibujado con una sobredosis de irreverente heterodoxia. Y es esa aparente paradoja o real paradoja uno de los destilados más interesantes de estos pegajosos días con olor y color a invierno francés: si los hombres son capaces de defender el libre albedrío hasta el punto de ridiculizar a los emisarios de Dios cuando no a la mismísima divinidad, quiere decirse que la civilización occidental va por buen camino, conviviendo entre la creencia personal y el derecho a no hacerlo.
Aun a costa de parecer presuntuoso, mi novela Entre las balas acaba con unas palabras que le dice André Malraux, en sueños, a Francisco, uno de los protagonistas, poco antes de morir plácidamente en su sillón tras contemplar por la tele la caída del muro: “El siglo XXI será del espíritu, o no será”. Para restarle trascendencia a la cita baste con interpretarla como la necesidad de ascender un peldaño más hacia la especulación filosófica de nuestro origen y destino común a medida que vamos perforando esa bruma traslúcida que es el tiempo y no al contrario, de modo que si el siglo XX fue el aterrador siglo del Superhombre que se despachó con un par de balaceras planetarias, el XXI debería ser el siglo de la trascendencia. Obviamente, André Malraux tampoco se refería a un renacimiento sangriento de una pulsión religiosa vengativa y criminal, (y medieval) sino a que la propia evolución intelectual del hombre lo habría de llevar paso a paso hacia el gran misterio antes que alejarlo de él, de tal suerte que según avancemos en el descubrimiento de futuros arcanos de la mano de la ciencia, nos volveremos más místicos que ateos .
Que los distintos credos soporten con mayor o menor tolerancia las mofas a sus iconos religiosos depende del reloj y de la hora. A nuestro favor anotamos que nuestra cultura y civilización decadente y manirrota, hedonista, egoísta, insolidaria, explotadora, consumista, alienada, enredada, permite que cualquier ciudadano pueda hacer uso de la otra escatología, la del cuerpo para aliviarse sobre la escatología de verdad, la del espíritu, que cree en otra vida-dimensión sin que le duela un solo pelo. Al fin y al cabo son opciones. En esa línea de libertad algunos/as se han desmarcado del rebaño jesuischarliano aduciendo que el cristianismo también tiene sus integristas como prueba la Inquisición o que todo eso de los malos de la morería viene porque el capitalismo que contamina nuestra civilización decadente soporta el peor de todos los ismos: el fascismo. Y así, ante tamañas y gruesas clarividencias, uno, aturdido, se queda sin resortes y casi sin reflejos para la dialéctica.
La red global está poniendo al hombre frente a su verdadera dimensión, su auténtica insignificancia, pese a esos cinco minutos en el proscenio de todas las latitudes al cual parece más fácil subirse, y la consciencia de pertenencia a una única patria, el Mundo, y a una miríada de arrebatos místicos. Somos espectadores diarios de lo más sorprendente de todo: la sima insondable, negra y oscura de la naturaleza humana y su condición o condiciones, puestas al desnudo en este endiablado entramado internáutico que ha trocado todo en una frívola amalgama de moleculares ingenios. La red nos descubrirá cuan estúpidos somos, o tal vez ya lo está haciendo.
El mal existe y de eso se trata, puestos ya a ser arcanos. Uno prefiere ver a quienes mueren matando , como víctimas de un mal remoto e incomprensible que certificar la clarividencia de que es el fascismo capitalista lo que impele a unos señores a ametrallar hasta la muerte a dibujantes de hombres. Más que de dioses.