Memento mori: miércoles y ceniza

José RiveroLos filos de lo mortuorio se presentan en estos días como una evidencia de la caída tanto de la luz declinante como de la vida misma. No sé si tales premoniciones y barruntos acontecen con la misma entereza en abril o en agosto, o si sólo emergen cuando los puestos florales se cubren de crisantemos y de las conocidas como ‘crestas de gallo’ o ‘celosía cristata’.
No sé si tales premoniciones y barruntos saltan al primer plano de lo memorable cuando se bordean ciertos recodos de la edad, o cuando algunos escenarios retoman la tradicional representación de la fiesta de los Macabeos.

Aunque no haya nada nuevo bajo el sol, como demuestran los trabajos precedentes de Jankélevitch ‘La muerte’ de 1966; el estudio global ‘El hombre ante la muerte’ de Philippe Ariés  publicado en Francia en 1977, y el recientemente recuperado ‘El libro de los muertos’ de Elías Canetti. Que retoma los llamados por él ‘Apuntes 1942-1988’ y que trata de ser un pulso continuado a esa percepción de la muerte.

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memento-mori-21El proyecto sustentado por Orueta en 1919 sobre ‘La Escultura funeraria’  estaba destinado a verificar un extraño viaje, tal como el estudio de la estatuaria funeraria cristiana de España entera, con exclusión de otros elementos paganos –estelas, inscripciones, ajuares –   por una parte, y extra-escultóricos por otra; para recorrer por tanto esa expresión o ese territorio delimitado entre los siglos XIII al XVII. Obviamente en ese fragmento temporal, las modalidades de la muerte y sus visiones simbólicas  son más variadas que las recorridas por Orueta: y es que hubo muertes islámicas con sus cementerios y representaciones mudas de jeroglíficos trabados; enterramientos judíos nimbados de estrellas errantes mudas; muertes cristianas sin paraíso y sin cielo; pudrideros en los turbios campos de batalla; osarios anónimos desplegados por canteras del recuerdo; incineraciones masivas tras una peste atroz y durísima, y asilos cadavéricos ornamentados en enclaves privilegiados de los templos bendecidos y capillas consgradas. De esos propósitos fundacionales de un proyecto de arte sepulcral, sólo queda el catálogo cuasi regional del arte funerario, publicado en 2000, que puede ser visto como una reliquia en desuso, al describir piezas ya inexistentes o elementos conmemorativos alterados y dañados que, a juicio del prologuista, han hecho perder su significado inicial a los elementos que se revisan.

De igual forma que las Advertencias del autor, la brevedad del prólogo y la elusión de los progresos historiográficos y conceptuales en torno a la muerte y su representación – Ariés, Baudrillard, Teyssot, Elias–  convierten este estudio en otra reliquia cuyo significado inicial queda profundamente alterado, por el paso del tiempo y por el desplazamiento del valor conceptual y simbólico  de la muerte. Hoy los problemas simbólicos de la muerte son sólo los problemas de la muerte de los pocos símbolos que van quedando; las demás cuestiones de la contabilidad tanatológica, se mueven en la órbita de la pericia forense y de la policía sanitaria y mortuoria.

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memento-mori-23La  deriva de la edad, la explicitaba Vicente Verdú, hace cuatro años en su blog, con el texto ‘La última clase’: “Pero también, un ejército contiguo  de parientes y conocidos que han cumplido los setenta se suman a los que abate el mal en la década anterior y, finalmente, mueren por pares aquellos maestros que cumplieron los ochenta y se despiden de nosotros como si ya hubiera terminado definitivamente la lección, hubiera concluido para siempre el aprendizaje y llegados a ese punto ¿qué justificará la continuidad de nuestra asistencia al aula?”.

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Vicente Verdú nacido en 1942, como acontece con otros escritores en esa órbita de edades parecidas y que han publicado últimamente serias y severas reflexiones en torno a la muerte. Serían los casos del libro  ‘Nada que temer’ de Julian Barnes,  el de Luís Mateo Díez, ‘Azul serenidad  o la muerte de los seres queridos’ y Félix de Azúa con su ‘Autobiografía sin vida’. Todos ellos escritores nacidos en la década de los cuarenta y que ven en estos días como silban las flechas y las balas, o como van cayendo en la lista negra los amigos, parientes y conocidos, como señalaba Verdú.

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De igual forma que todo duelo, como manifestación de aflicción y de pesar
por la pérdida, remite a un extraño duelo, como combate o reyerta, sostenido entre dos. Y de antemano, perdido.

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Sostenía que los coches antiguos tenían poses mortuorias, merced a sus colores oscuros y a sus volúmenes aparatosos. Ciertamente hoy los automóviles han perdido ese aire fantasmal de pompas fúnebres, pero cada vez son más mortíferos.

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‘Killers kill, Dead men die’. ‘Asesinar a los asesinos. Matar a los muertos’. Parece lo mismo, frases encadenadas que se encabalgan. Aunque haya un sobresalto o una incorrección. Se puede asesinar al asesino, pero no se puede matar a los muertos.

Obviamente, para matar a alguien tiene que estar vivo. Si no, la pretensión carecería de fundamento. No se puede matar a un muerto, porque ya dejó de ser o estar vivo cuando lo mataron  O sí, ¿se puede matar a un muerto? Pero según eso, ¿tampoco se podría asesinar a un asesino?

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La música, para Bach, no sólo es la más extraña de las actividades humanas, sino que sirve también para el conocimiento de la muerte. Aunque la muerte ignore la música.

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Para Azúa, música de funeral y memoria. “La memoria es la orquesta que pone música a los muertos y a los humanos nos encantan los entierros”. Y tal vez, por ello, detestemos la música que anima a los muertos.

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Pero la Marcha Fúnebre ¿a quién homenajea, al difunto o a los dolientes acompañantes?

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Escribe en ‘Recuento’ Luís Goytisolo sobre sus sensaciones percibidas en un velatorio: “la cérea penumbra del túmulo”.  Pero esa penumbra no la otorga la cera, que ya sería ‘cerúlea’ más que ‘cérea’, sino la luz que desprenden las velas prendidas.

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Dice José Manuel Campillo, sumando autores diversos, que si para Parménides: “El ser es y el no ser no es”, habría que aguardar a la superación de Aristóteles con “el paso delser en acto al ser en potencia”. Por ello, afirma casi en clave shakesperiana que “ni el ser es ni el no ser no es. Esto es, el ser es una mentira, una fábula, de la que nos damoscuenta cuando aparece el no-ser: la muerte”. La muerte, pues, como el peso del destino.

Periferia sentimental
José Rivero

 

 

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2 COMENTARIOS

  1. Lo bueno de la parca es que pasa una sola vez en la vida; lo malo, que cuando pasa, pasa para siempre. Aunque no podemos a coger tanto al fervor legionario como a la promesa cristiana del «la muerte no es el final». Detesto el Halloween, por otro lado.

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