Coincidiendo con la Jornada Mundial por un Trabajo Decente, la gente de CC.OO de Albacete me invitó a participar como miembro de ATTAC en la mesa redonda “Por un trabajo decente: empleo, salario, protección social y derechos”. Fue el pasado martes 14 de octubre en el Ateneo de Albacete.
Siempre que tengo que profundizar sobre algún tema, intento averiguar qué pensaron a lo largo de la historia otros pueblos y/o autores/as que lo abordaron antes que nosotros/as. Y es que, los problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades hoy, en esencia, no difieren mucho de los que preocupaban a nuestros antepasados hace 10.000 años.
Resolver hoy nuestras necesidades básicas de alimentación, vivienda, seguridad y afecto, pasa fundamentalmente por la venta de nuestro tiempo y habilidades en el mercado de trabajo, conseguir un salario a cambio y acudir al mercado de bienes y servicios a satisfacer nuestras necesidades mediante el intercambio monetario. Hoy, cuando nos referimos al trabajo decente, lo hacemos a una serie de condiciones que debieran darse en el mercado de trabajo para que las personas que participan en el mismo puedan desarrollarse plenamente en los ámbitos personal y social. Pero claro, el concepto de desarrollo personal y social pleno va a estar íntimamente relacionado con el marco cultural y económico de la sociedad en que nos insertamos, oscilando entre sociedades inmersas en la globalización de la competitividad, el individualismo y el consumismo (donde todo es una mercancía), y sociedades basadas en la cooperación, lo comunitario y la sobriedad (donde el mercado es un instrumento, no el fin último).
Sin ningún ánimo exhaustivo creo interesante reflexionar sobre algunos aspectos que ayuden a acercarnos al concepto de trabajo decente con espíritu crítico y reflexivo.
Marshall Sahlins (1974), en su libro Economía de la edad de piedra (Akal, Madrid) señala que los medios técnicos de que disponían las “sociedades primitivas” les permitían cubrir con mucha más holgura sus fines de lo que ocurre en las sociedades “tecnológicas” de hoy día. En las sociedades primitivas las actividades relacionadas con la subsistencia ocupaban un tiempo muy inferior a la jornada laboral actual. Primera reflexión: el trabajo decente es aquél que avanza en la reducción de la jornada laboral, y en el aumento del tiempo de ocio para actividades creativas y relacionales.
José Manuel Naredo (1996), autor del libro Raíces económicas del deterioro ecológico y social (Siglo XXI, Madrid) apunta algunas ideas interesantes sobre lo que denomina “la mitología del trabajo”. Afirma que en las sociedades cazadoras y recolectoras no existía el afán de acumular riquezas o excedentes que se observa en la nuestra: los stocks de riquezas estaban en la naturaleza y no tenía sentido acumularlos, ni era posible acarrearlos. Los procesos de acumulación a toda costa de renta y riqueza en nuestras sociedades, aumentan la desigualdad y son incompatibles con la justicia social. Segunda reflexión: el trabajo decente debe de ir de la mano de un salario mínimo suficiente, de una renta básica universal y de topes estrictos a las retribuciones máximas así como a la acumulación de la riqueza.
Apunta Naredo (1996) que en la Grecia clásica no había acumulación de fortunas. Las familias más ricas no tenían más de 50 esclavos. Se daba una proporción de 3 esclavos por cada persona libre, que permitía a éstas escapar de las tareas serviles y del “reino de la necesidad”. En nuestra sociedad utilizamos una energía equivalente a más de 40 esclavos mecánicos per cápita, y cada vez estamos más empeñados en realizar un trabajo dependiente. Tercera reflexión: el trabajo decente no puede ser un trabajo esclavo, entendiendo como tal aquél que cada vez absorbe más a las personas, forzadas por necesidades y no les deja decidir libremente sobre su propia vida.
El propio origen de la palabra trabajo es indecente, ya que procede de tripalium, un artilugio de tortura al que se ataba a los esclavos o malhechores. Para Naredo (1996) es una constante en la Antigüedad el desprecio por las tareas dependientes y forzadas por la necesidad a cambio de una contrapartida utilitaria. El cristianismo también desprecia el trabajo, lo asocia a un castigo fruto de una maldición bíblica, a la vez que propugnaba el desapego a los bienes terrenales. Estos planteamientos se plasmaron en el progresivo aumento de las fiestas religiosas, que llegaron a ocupar la mitad de los días del año (180 días). Cuarta reflexión: el trabajo dependiente es indecente por naturaleza, al obligarnos a someternos y a vendernos a los demás. A lo más que podemos aspirar es a suavizar las condiciones que rigen dicho sometimiento.
Naredo (1996) también hace énfasis en el cambio de actitud frente a las innovaciones ahorradoras de trabajo, entre la antigüedad y la modernidad. Antípater de Tesalónica cantaba a los nuevos molinos de agua que sustituían los duros trabajos de molienda realizados al alba por las mujeres, manualmente con mazos y cuencos: “Dejad de moler, ¡oh! Vosotras, mujeres que os esforzáis en el molino; dormid hasta más tarde, aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Deméter [Diosa griega de la agricultura] ordenó a las ninfas que hagan la tarea de vuestras manos y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, que con sus rayos mueve las pesadas y cóncavas muelas de Nisiria. Gustemos nuevamente de la vida primitiva aprendiendo a regalarnos con los productos de Deméter sin esfuerzo”.
En cambio, Adam Smith (1776), en La riqueza de las naciones, frente a las ventajas de la división del trabajo no se congratula del ahorro de trabajo asociado a la división de tareas para obtener una misma cantidad de producto final, sino del “considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad de obra”. Es decir, los inventos ahorradores de trabajo, en vez de aprovecharse para liberar a las personas de tareas penosas sin merma de sus posibilidades de vida, reduciendo el calendario laboral a la mínima expresión posible, han servido para aumentar el producto y para acentuar la dicotomía entre trabajo y paro. Quinta reflexión: es la tarea más urgente ahora, mientras se reducen las elevadísimas tasas de paro que tienen muchos países, avanzar en el reparto del trabajo, para que trabajen todos/as, con una jornada menor y que incluso en los casos donde exista una retribución suficientemente holgada, pueda suponer una reducción salarial. Así se paliarían las gravísimas consecuencias sociales de un mercado de trabajo segmentado que excluye de la condición de ciudadanos/as a una parte importante de la población: una minoría con un trabajo de calidad, una amplia mayoría con trabajos precarios, temporales o sencillamente en situación de desempleo permanente.
Karl Marx (1844) en sus “Manuscritos económico-filosóficos” (1962, FCE, México), escritos 23 años antes que El Capital, señala que “El trabajador, al no participar en la dirección del trabajo, al ser empleado como parte de las máquinas a las que sirve, se transforma en una cosa por su dependencia del capital (…) toda la servidumbre humana está implícita en la relación del trabajador con la producción y todos los tipos de servidumbre sólo son modificaciones o consecuencias de esta relación”. En el capitalismo “todo hombre especula con la creación de una nueva necesidad en otro para obligarlo a hacer un nuevo sacrificio, para colocarlo en una nueva dependencia y atraerlo a un nuevo tipo de placer y, por tanto, a la ruina económica”. Sexta reflexión: los seres humanos somos presa de las relaciones de producción y consumo, que imponen sus servidumbres y marcan los estrechos márgenes (indecentes, claro) donde se pueden mover las relaciones entre el capital y el trabajo. Si no rompemos la dependencia que hoy día tenemos respecto a multitud de bienes y servicios absolutamente superfluos, seguiremos estando en una situación de vulnerabilidad, y por tanto, seremos presa fácil del trabajo indecente….el trabajo propio de esta era de la globalización, donde los seres humanos no son el fin, sino un simple medio al servicio del gran capital.
Los/as trabajadores/as del mundo están en guerra abierta unos/as contra otros/as, por ofrecer sus servicios a cualquier salario. Porque en la globalización siempre es posible encontrar a alguien más pobre que acepte las condiciones de explotación y sumisión que se le ofrecen.
Gregorio López Sanz
Economía, con E de esperanza
http://gregoriolopezsanz.blogspot.com.es/
Ofrecemos nuestro trabajo por una miseria y unos cuantos se llenan los bolsillos con un montón de cargos que nos suponen esfuerzo. Hemos retrocedido unos cuantos siglos en un lustro.