Me acerqué a esta película por el título. Ya saben, el mismo apellido que el filósofo empirista británico. Me gusta que me sugieran. Como aquella chica que una noche, a las tres de la mañana, me dijo si quería subir a ver su colección de sellos. La vida sin la perspicaz sugerencia es como Cheers sin Sam Malone, o la ópera sin Puccini.
Ahora bien, no nos dejemos embelesar por su envoltorio: siempre tiene algo de mentiroso. O, por lo menos, de equívoco. Aún recuerdo que, mientras ella se quitaba la ropa, yo me preguntaba dónde diablos tendría el álbum.
Me agrada que me sugieran, pero prefiero la rotundidad de la tautología. Ahí no hay posibilidad de error. Lo que es, es. Y lo que no, no. Como decía Parménides. El mástil del lenguaje siempre lleva arriada la bandera de la interpretación. Nos puede pasar como a aquel presidente sudamericano que, por omitir una tilde en un telegrama de pésame, hizo que su país entrara en guerra con Estados Unidos. La misiva comenzaba así: «La perdida de su esposa nos tiene trastornados…».
Pero vayamos ya a la película y dejémonos de circunloquios. Haciendo acopio de síntesis: se trata de un hombre, un coche y un teléfono. Sí, parece un guión escaleno de Gila.
Iván Locke (Tom Hardy), se nos muestra como un Sócrates moderno. Mediante el diálogo, la mayéutica, consigue alumbrar conocimiento en su interior. Sus frases carecen del ingenio sofista de Woody Allen, pero buscan la verdad como lo hacía el ágrafo ateniense.
Los diálogos se van sucediendo con la justeza adecuada. Más que suceder, se escancian. Ni una onomatopeya de más, ni una palabra de menos. El inhóspito mundo de las palabras encuentra en el director, Steven Knight, el adecuado contertulio. Siempre huyendo de los brumosos adverbios, el botox de nuestro tiempo: aderezan y estropean. El guión es tan preciso que, por momentos, me recordaba aquel comentario de Wilde: «Hoy he trabajado mucho. Esta mañana he puesto una coma; esta tarde la he quitado».
El coche en el que transcurre todo lo interesante, como pasaba en los cines de verano (solo que en estos nunca se miraba al horizonte), tiene similitudes con la caverna platónica. Pero aquí la luz reverbera desde el interior. El vehículo avanza y el personaje retrocede. Los kilómetros diluyen su biografía, a la par que en su interior surge un nuevo albor.
Hay un momento determinado, en el que Locke afirma que uno siempre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Una tautología tan verdadera como el cogito, ergo sum cartesiano. Y tan robusta como un nogal. Corolario que da paso a la no siempre dilucidadora posdata. En esta ocasión, viene firmada por el protagonista.
Posdata: «Hay que ser sólido, piensen lo que piensen los demás. Te aplaudan o te critiquen. Porque uno siempre tiene que hacer lo que tiene que hacer».
Silencio, ¡se rueda!
José Manuel Campillo
www.vienafindesiglo.blogspot.com
¿Sellos? Eso es muy antiguo ¿no? Tan antiguo como el coche-caverna, que ya utilizara Travis-De Niro en ‘Taxi Driver’. Por lo demás suscribo, plenamente, tu Postdata. Saludos.
Si es que está ya todo dicho, amigo Rivero.
Como afirmó A.Witehead sobre la filosofía occidental: «No son más que notas a píe de página de lo que ya dijo Platón».
El ser humano está en continuo retorno.
Un saludo.
Hay que reconocer q
ue das gana de ver la película.
Hola Ángel.
Es una película «inteligente» y breve (80 minutos).
Yo te la recomiendo.
Un saludo.
La realidad viene tan cargada de chapapote reventando las costuras de lo tolerable que leer este texto nos devuelve a un jardín de rosas.
Para los que somos cuasi analfabetos filosóficos Locke no se concibe sin Hume, esos dos hombres que nos descubrieron en la adolescencia el significado y significante de la palabra empirismo. Estaría bien que inscribiésemos en nuestro cerebro su frase final, tan esencial como imprescindible en estos tiempos en que nada ni nadie atesora un mínimo de solidez y andamos sobrados de sofistas sin el ingenio de Allen. Estaría bien que escuchásemos a tu Puccini …o la obertura de La Traviata de Verdi para exorcizar los demonios que nos acechan en estos tiempos( ya ves que no soy tan excluyente como tú en los afectos, Verdi o Puccini tanto da).
La realidad se ha puesto tan fea que, como puedes comprobar, nos hace desvariar a algunos.
Un placer leerte. Salud.
P.D. Siempre termino viendo casi todas las películas que recomiendas.
Es cierto que la frase es, en apariencia, trivial. Pero solo en apariencia. En su interior se debate la pregunta: ¿Soy coherente en mis actuaciones con el bien o soy una veleta moral? Es muy difícil cumplir con la obligación (tanto con uno, como con los demás). Siempre es más sencillo crear subterfugios para engañar a nuestra razón y poder dormir tranquilos.
Ahora bien, estimada Carmen, en la cuestión musical he de reconvenirte: mucho mejor Puccini.
Esta película te va a gustar. Sencilla, bien estructurada y con cosas que decir.
Un saludo y a presto.
¡Viva Tosca!
La frase es incompatible con la la trivialidad, ni siquiera en la apariencia, José Manuel.
Y sí, viva el «Adiós a la vida» de Tosca( imposible no emocionarse con ese aria) Turandot, La Bohéme… y viva Verdi y toda su música, por Dios. No seas excluyente.
Hasta la próxima peli. Ciao.
Sigue, sigue con los circunloquios!!!