Javier Fisac-Seco. Historiador, analista político, caricaturista.- Uno se pregunta, cómo es posible que existiendo tanto especialista y catedrático en sociología y economía nadie sea capaz de hacer un análisis correcto y anticipado de las tendencias que subyacen bajo las manifestaciones públicas. Ocurrió con la “burbuja” que por lo visto sorprendió a todo el mundo. El mundo oficial, claro. Acaba de ocurrir con el referéndum en Escocia. Y tampoco nadie fue capaz de hacer un análisis sobre las corrientes subterráneas que circulan bajo las movilizaciones.
Los analistas están limitados por los intereses de quienes les pagan. Así de sencillo, porque si recurriésemos a la sicología de masas o a la dialéctica, las leyes del movimiento, según Engels, no nos podrían sorprender que las fuerzas ocultas afloren a la superficie en situaciones de riesgo. Es algo como el sálvese el que pueda en un naufragio. Quienes contemplaban, desde sus hamacas, la puesta del Sol indiferentes a lo que ocurría, son los primeros en saltar desde su indiferencia al bote salvavidas.
Es que no ha ocurrido nada que ya, hace siglos, no hubieran explicado Hobbes, Spinoza o Kant, cada uno a su manera. Y lo hicieron mucho antes que Freud o Reich. La sociedad, los individuos que la componen, en situaciones de riesgo acaban optando por la seguridad. Aún renunciando a sus ideales. Freud fundamentó la necesidad de una cierta represión sexual o la renuncia a la plena libertad sexual porque ponía en riesgo la seguridad de la civilización. Esta, según él, necesita reprimir parte de sus ideales para no ser destruida por los mismos que buscan seguridad.
La ilusión que perseguimos choca con el deseo de seguridad. Es un conflicto social e individual. Socialmente suele ocurrir que quienes se movilizan impulsados por un ideal eclipsan a quienes no se movilizan o porque no participan del ideal o porque se mantienen indiferentes, como si con ellos no fuera la cosa. Se mantienen indiferentes hasta que el ideal de unos no se siente como una amenaza por los otros. Que suelen ser mayoría.
La ilusión y la inercia de la movilización movilizan a miles, millones, que se sienten arropados e identificados, no desvinculados, con la movilización. Los movilizados parecen más, y son millones, pero han puesto todo su esfuerzo en la movilización y en ella está toda su fuerza. Lo que se ve, enorme, es lo que hay. Ya no quedan más reservas.
Las reservas se encuentran en los millones, que son más millones, que no se han movilizado pero que cuando vean peligrar sus intereses sí se movilizarán. Ante el riesgo a perderlo todo, y eso es una apreciación subjetiva que existencialmente siente cada individuo. Si viviéramos en una situación de miseria y no en una sociedad de bienestar, la miseria nos transformaría a casi todos en revolucionarios. No tendríamos nada que perder; pero vivimos en una sociedad de bienestar en la que un terremoto amenaza ese bienestar, por precario que sea. No podemos ser revolucionarios cuando estamos identificados con la sociedad en la que vivimos.
Algo así ha ocurrido en Escocia donde casi el 100 por cien de la población se ha movilizado frente al cincuenta por cien que solía hacerlo. El significativo hecho de la masiva participación en las elecciones ha puesto en marcha a quienes parecían indiferentes a un proceso que no iba con ellas. Hasta que han sentido que sí iba contra ellos. Contra su seguridad. Es una reacción de la sicología de masas, que está contenida en cada individuo en particular.
En Cataluña el ejercicio democrático a decidir sobre nuestro propio destino nos sacaría a todos de dudas. Especialmente cuando se ha producido el extraño fenómeno de que 600.000 musulmanes están a favor de la independencia. Extraño, ¿no? Este será el más grave problema de Cataluña para los próximos veinte años. Porque su identidad sí que está en juego. Hay que ser muy necio, y los seres humanos lo solemos ser, como cuando dejamos crecer el nazismo, para no ver la amenaza apocalíptica del futuro.
Existe una fórmula, sin embargo, para luchar contra el miedo y la inseguridad ante un cambio radical de situación. Y no es otra que el nacionalismo debe presentar ante la opinión pública un plan económico, y deberíamos hablar de planificación para el día después, el de la independencia, en el que se exponga qué tipo de política económica se va a aplicar, con qué recursos y con qué objetivos. Aquí no vale ilusionar con fantasías porque el mundo real que nos rodea tiene su propia realidad. Esa realidad también es la nuestra y sin contar con ella nunca podremos proponer algo viable. Fundamentar en una ilusión el objetivo de la independencia no sólo es un suicidio, sería una hecatombe. Cuya responsabilidad caería sobre quienes no hayan hablado claro.
Muy interesante.
Javier, ahí le has dado ¿Cuál es el día de mañana para Catalunya? Yo, personalmente, estoy absolutamente a favor de la consulta. Aparte del pastón que nos puede costar a todos, creo que sería la respuesta definitiva a este sinvivir desde 1978.
No me queda la menor duda de que una consulta soberanista, por mucho que se quisiera manipular desde los medios por Artur Màs, daría un NO tan claro como el escocés.
Pero en España, a todos los gobiernos constitucionales desde 1978 les ha faltado el caché y la altura de miras de Cameron. Aquí vemos frases tan desafortunadas como que se aplicará el código penal, se suspendaerá la autonomía o se llegará a donde se tenga que llegar, que para eso Margallo los tiene como una mesa camilla de grandes.
Se echa en falta un diálogo constructivo por ambas partes. Porque toda la culpa no es de Madrid. El nacionalismo catalán, al que le quedan pocas competencias por asumir (algunas de ellas absurdas, como tener un ejército) vemos que se ha montado sobre una farsa, sobre un padre superior «Pujol» que no era más que un vulgar chorizo que se hizo millonario vendiéndos el «Seny» catalán frente a la vulgaridad del español.
Ahora, supongo que gracias a los fontaneros de Moncloa (esos que viven en las cloacas y que todo lo saben de todos) hemos conocido que Pujol no era más que un ladrón que pretendía hacerse multimillonario (que ya lo era por su padre y el tongo de Banca Catalana) y mandar sobre Catalunya hasta con el derecho de pernada (no hay más que ver la trayectoria vital de sus pujolitos).
Pero, volviendo a lo que interesa ¿Cuál es el programa de construcción dels paisos catalans? ¿Hacia qué modelo va Artur Màs? Con sinceridad, yo creo que eso ni siquiera está aún escrito. Se ha invertido todo el dinero y todo el esfuerzo en propaganda nacionalista-independentista, pero no se ha estudiado cuál es el futuro económico, social, laboral, sanitario, político etc de Catalunya, en el caso de que Europa no la dejara ser Andorra (a lo que ellos aspiran) ¿De qué iban a vivir, cómo iban a devolver todo lo que le deben a España? ¿Cómo iban a pagar las pensiones, la sanidad, la educación? Porque, que nadie se equivoque, Catalunya sigue estando al borde de la quiebra económica.
Pero claro, esto no se puede poner sobre la mesa, porque nos caemos con todo el equipo. Es como cuando te vas a comprar un piso, solamente te cuentan lo bonito. Nadie te dice que vas a tener un vecino insorportable al lado, que la comunidad no llega a pagar las facturas de su funcionamiento, o que el piso está en una zona ruidosa los fines de semana. Aquí se está haciendo lo mismo: Catalunya libre del yugo español será un auténtico valle de felicidad ¿De verdad?
Yo no me lo creo. Y te doy la razón en que hay una masa (a esa que el filósofo definía como manipulable y medio tonta) que, cuando llegue el momento escuchará los cantos de sirena que llegarán de Madrid con el mensaje de «o nosotros, o el caos» y meterán el NO en el sobre.
De los casi siete millones de hijos que tiene Pujol, no todos roban, no todos son nacionalistas y, no todos son independentistas. Es verdad que son muchos los catalanes que han salido a hacer la V y a hacer la serpiente independentista pero, son muchos más los que callan, pero no otorgan. Hay muchos catalanes que viven día a día sin hacer ruido, sin participar en manifestciones y sin hablar en su entorno cercano sobre lo que realmente piensan.
Además, sigue habiendo muchos catalanes que trabajan en empresas de implantación nacional que saben que se quedarían sin trabajo si Catalunya se hace indenpendiente.
Todo esto es lo que hace que uno reaccione en el último momento y diga «coño, si esto sale adelante, se acabo lo que había».
Por eso no me queda la menor duda. El caso catalán no tiene otra diferencia que el idioma con el caso escocés. El NO está asegurado.
Aún así, tampoco me queda ninguna duda: Hay que dejar votar. Y deben votar los catalanes, no el país entero, porque lo que piensa el país entero ya lo sabemos.