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es esa falta de sintonía advertida entre ambos términos, entre el Topos y el Logos, la que provocará, finalmente, la idea de fractura o la idea de espacio fracturado y no resuelto. Unos hechos constatados y constatables, que generarán no sólo desventura urbana, sino una fuerte disconformidad en unos, melancolía en otros, rechazo en los demás y complacencia en los más apegados al terruño y a su exaltación beatífica y rememorativa.
Fijénse los lectores improbables y ya agotados por el serial, que estos movimientos del llamado por mí en otras ocasiones, como ‘Sentimentalismo Urbano’, crecen y florecen ahora en el apego de público muy variado, rejuvenecido y ajeno a las sucesivas responsabilidades de los artífices y responsables del mal inoculado entre las calles, rincones, plazas y ejidos de Villa Real. Crece, brota y florece, en las redes sociales incluso, con el nick de combate, NEDCR (No Es De Ciudad Real), como movimiento propagandístico de autopertenencia impropia, de reconocimiento local, del ombliguismo de toda memoria atormentada, de la militancia de mancheguismo o de mancheguidad melancólica. Movimiento acongojante, digital y cibernético, que conecta con los antiguos barandas con mando en plaza y con las estrellas señaladas del ‘Sentimentalismo urbano’; enlazando con las nuevas generaciones de ‘ciudarealitas’ (en expresión de Alberto Muñoz) y cibernéticos, de procedencia plural, pero de trayecto unificado e irremediable.
Es decir la melancolía del pasado, es capaz de atar lo mismo a Analógico de la Memoria que a los Digitales del Recuerdo. Donde sólo podríamos citar como una salvedad crítica y poco complaciente, la propuesta de la desaparecida revista ‘Autopsia. La revista de la ciudad muerta’, promovida desde el enmudecido Círculo de Bellas Artes de Ciudad Real; o alguna de las exposiciones del colectivo ‘Alumbre’, preocupados por rescatar el anonimato del fondo musical frente al hastío de tanto solista trucado.
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Dando por descontado, lo señalado anteriormente, sobre la unidad esencial del recinto de la Plaza Mayor, de acuerdo a los cánones higuerianos[1]: “cuando creíamos que era un tema resuelto… Insistimos: exigiendo que todos los edificios fueran iguales en su arquitectura exterior y en armonía con el propio palacio municipal… Cualquier otra medida sería inadecuada y carente de sentido estético”. La propia exposición de Dulce Ramírez Morales se abre con un recorrido panorámico por la degradación urbanística, para concluir con el epítome de la Plaza. “Ciudad Real no ha sido precisamente una de las capitales que ha gozado de mejor prensa en cuanto a su proyección urbanística. Como otras muchas ciudades españolas, en el transcurrir de los años se vio sometida a la necesidad de construir, demoliendo viejos edificios de dos o tres plantas por lo general, ante la exigencia de utilización de mayor número de hogares. La verdad es que la inexistencia de un plan de Urbanismo apropiado, hizo que surgieran edificios de irregular altura, sin el ensanche deseado en las calles e incluso, en algunos casos con salientes e inadecuada rectitud. Si a esto unimos la diversidad de estilos arquitectónicos, el resultado de un pasado, no tan lejano, es un muestrario un tanto anárquico de cómo resolver un problema heredado que actualmente es difícil, por no decir imposible, de resolver”.
Años atrás, el mismo autor ubicable en esas coordenadas del ‘Sentimentalismo urbano’ desde la plataforma de sus ‘Memorias de un niño que olía a mosto’, ya enunciaba la lucha imposible contra el ‘torrismo’[2], como uno de los fundamentos del deterioro urbano y tal vez de cierto progreso imparable, pero consentido. Progreso anotado con trabajos tan característicos como los de Emilio Bernabeu[3] o los de Julián Alonso[4], para evidenciar extinciones ciertas, como las del Torreón del Alcázar y la de la casa de la Torrecilla. Análisis incruento del progreso abstracto, como una enfermedad incurable que nos aleja de las raíces y de las esencias. Es esta la posición de, también ‘Hijo Predilecto’ Mena Cantero[5], quien añora ‘una Plaza espejo del carácter de la ciudad’. ¿Pero qué carácter?, ¿el real o el soñado?, ¿el que se despliega en pregones y certámenes poéticos, o el que se despliega desde la contabilidad del miedo? Porque bien cierto es que a lo largo de los últimos setenta años se han desplegado estrategias retóricas variadas, entretenidas y colocadas. “La ciudad fronteriza en lunas” o “la esencia delgada y vertical” de José Antonio de Ochaita; “la metrópolis del espíritu” y “la ciudad progresiva y moderna” de José María Martínez Val; “la ciudad clara, limpia, plena de armonía y luminosidad” de José María del Moral o el arrebato de Julián Alonso y su “quiero a mi ciudad y nadie la toque” componen parte de esa secuencia inflada de imágenes vacías que aún circulan por los supermercados de la sensibilidad banal[6].
Y que por lo visto, quieren sobrevivir y prolongarse, sacando punta de un pasado polvoriento, menestral, disciplinado e inexistente. Los otros empeños notables de la rememoración y de la remembranza, producidos desde el vértigo y desde la ironía, más que afiliar recuerdos los afilan. Esto es, afilar extrayendo el sobrante de viruta – con rascador, sacapuntas, afilalápices o cuchilla – para desnudar la mina con la que finalmente escribimos los trazos del recuerdo. Porque la madera que protege al lápiz, sólo tiene una finalidad: no mancharnos las manos. Para no ser eso: ‘inocentes con las manos sucias’.
[1] Ramírez Morales D. Ciudad Real y su Plaza Mayor. Lanza, 25 junio 1988.
[2] Ramírez Morales D. La arquitectura de ayer y hoy en la Mancha. Hoja del Lunes, 4 enero 1971.
[3] Bernabeu E. Hemos triunfado. Lanza, 28 diciembre 1954.
[4] Alonso J. ¿Qué queda ya? Lanza, 18 enero 1962.
[5] Mena Cantero F. Plaza Mayor. Lanza, 22 octubre 1988.
[6] Rivero J. Rien ne va plus. Añil nº 6, primavera 1995.
Periferia sentimental
José Rivero
