Fermín Gassol Peco.- “Muchos quieren vivir más tiempo…para seguir muriendo, para continuar sin hacer absolutamente nada”. Dice un conocido refrán que “cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo”,…que como es un espíritu no puede matar el rato, añado yo. Nosotros los mortales si podemos matarlo como mejor nos parezca, que somos, faltaría más, muy dueños de hacerlo.
Los teléfonos móviles, esos aparatitos sumamente útiles que se antojan hoy tan necesarios para vivir como el propio corazón; al fin y al cabo los hemos convertido en nuestro “otro yo”, en una prolongación de nosotros mismos, se han convertido en una fuente inagotable de entretenimientos. Primero fueron los mensajes, rápidos, breves y baratos, luego el Whatsapp, comunicación instantánea y gratuita con quien deseamos para decir, desde algo importante a autenticas tonterías, pasando en la mayoría de las ocasiones por informaciones intrascendentes; y el último, o uno de los últimos…que yo sepa es la autofoto.
La primera vez que vi por televisión a una persona haciéndose una autofoto, selfie, selfy o como se llame, fue en un encierro de los últimos sanfermines. El sujeto, un corredor extranjero, no tuvo mejor ocurrencia que dejar constancia, plasmando en su móvil el “heroico” momento de su carrera. A punto estuvo de ser el último de su vida. Desgraciadamente en otros casos, esta majadería…ha tenido consecuencias fatales para los narcisos, ahogados en la estupidez de inmortalizar su ego.
Lo del selfie es una de esas modas que hacen estragos debido a su simplicidad. Como divertimento puntual no hay nada que objetar; uno más de los miles que ha habido y habrá. La cosa es menos comprensible cuando se utiliza para vanagloria dejando constancia de que se ha estado con alguien o en un determinado lugar. No basta con hacer la foto, que la puede hacer cualquiera. Lo que importa es que YO aparezca en ella y si es con alguien o en un lugar “diez” ni te cuento.
Pero lo que es verdaderamente preocupante es que este entretenimiento sirva para atentar contra nuestra integridad física…para quién sabe, si satisfacer la vanidad con darle en las narices a alguno que al que se le tiene ganas. O en el caso de esos jóvenes que viajan por el mundo dedicados a encaramarse a los edificios con más altura, o a estatuas gigantescas, utilizando a veces medios violentos y hacerse su propia foto para satisfacer su ego, como particular orgasmo.
Una de las características que van tomando carta de naturaleza en nuestra desarrollada y aburrida sociedad, es consumir el tiempo, perdiéndolo, haciendo cosas que van desde lo nimio y banal a lo estúpido. Lo de auto-retratarse en el móvil va adquiriendo tintes de lo último.
En la superficialidad y falta de interés por las cosas que importan, buscar entretenimientos de lo más primario parece ser una moda a la que muchos se apuntan con auténtico frenesí.
Se cuenta del torero Luis Miguel Dominguín que en su primera noche con Ava Gadner, se levantó de la cama y la “mujer más bella del mundo” le preguntó atónita: «¿A dónde vas?». «¡A contarlo!», respondió el torero.
Que lo que no se cuenta…no existe. Y la autofoto es la última, narcisista y en muchas ocasiones temeraria manera de contarlo.
Hombre lo de el torero seria porque en esa época follar era milagro.Hacerse fotos no daña a nadie otra cosa es hacer el gilipollas.Sobre la estupidez humana ya lo dijo bien claro Albert E.