Manuel Valero.- “El muerto vivo” debe aparecer en los sesudos despachos de las Universidades del mundo para hacer justicia a la filosofía rumbera de Peret, cuyos textos bajo su finísima pulpa de vulgaridad encerraban todo un tratado sapiencial que cobra hoy todo su sentido en un tiempo en el que precisamente la vulgaridad sin pulpa ni vulva, se ha enseñoreado del mercado infernal de la internetidad. Díganme si no es sublime el arranque casi borgioano del muerto vivo que puede valer también para la primera frase inmortal de una novela perecedera.
”A mi amigo Blanco Herrera le pagaron su salario
y sin pensarlo dos veces se fue para malgastarlo”
Peret dice salario, no sueldo, lo que hace prevalecer el origen proletario del irresponsable Herrera, posiblemente un albañil de aluvión, amante de vino tranquilo o de pelea, y de las ambrosías del sexo fuerte. Debió de vivir en una ciudad el tal Blanco Herrera para explicar que luego de su ausencia la vecindad de patio y sus amigos de pico y pala adelantaran una defunción que no fue.
“Una semana de juerga y perdió el conocimiento
Como no volvió a su casa todos lo dieron por muerto”
¿Pero dónde se metió? Los estudiosos aseveran que siete dias con sus noches de taberna en taberna, sin despreciar lupanares ni serrallos suburbiales, ni garitos de juego, y otras dulzuras dejan un rastro suficiente como para que pueda ser seguido por el sabueso más obstuso. Es de sobra conocida la insólita resurrección del parrandero, como así lo indica el propio rapsoda del españolismo cañí en el corazón de la ingrata Cataluña, e incluso precisa que estaba tomando caña, bien de vino, cerveza o guarapo, pues es de justicia matizar que el rumbero eurovisivo no aparece como el padre de la criatura sino como adoptivo de una pieza colombiana al parecer inspirada en una sucedido real.
“Pero al cabo de unos días de haber desaparecido
encontraron uno muerto, un muerto muy parecido,
le hicieron un gran velorio, le rezaron la novena,
le perdonaron sus deudas y lo enterraron con pena”
La narración adquiere tintes literarios de altura, entre una intriga alfredina, la aparición de un muerto casi idéntico, y la comedia negra enredosa e hilarante, que narra el protocolo habitual que se sigue para despachar al finado, que como todo aquel que se precie, picó el billete para el otro lado, dejando a sus acreedores con dos palmos de narices. A la fuerza ahorcan.
Pero la parte más patética de la historia del amigo de Peret se producirá en el somier junto a la santa después de su aparición en carne mortal, sin que tuviera el detalle de decir dónde demonios se había metido. Allí sobre los muelles herrumbrosos de los tálamos pobres, aduce la señora Herrera que la duda persistente le matar el apetito, y no es cuestión de abrir las puertas del cielo a un tipo que aunque vivo bien pudiera estar muerto, o peor, aún más muerto que un zombi pero con el prodigio de aparentar lo contrario para seguir dándole a los muelles del somier
“Pero un día se apareció lleno de vida y contento,
diciéndole a todo el mundo eh! se equivocaron de muerto,
el lío que se formó esto sí que es puro cuento,
su mujer ya no lo quiere,no quiere dormir con muertos”
De modo que si leemos con atención la letra entenderemos cuán equivocados estábamos en nuestra rebelde juventud alelada por la copia hispana (y catalana, también) de la cación francesa, que escuchábamos melena al viento, barba luenga, libros severos de intelectualidad bajo el sobaco (Kafka, Hess, Mann, Engels, y otras joyas) sin perecer de aburrimiento bajo las campandas a muerte de un tal Lluis, capaz de marchitar de tedio hasta las flores de plástico. Menos mal que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Gracias Peret. Hoy hemos entendido que La Metamorfosis y El muerto vivo, son perfectamente hermanables y están a la altura.
Que te quieras cargar a los Cantautores, no es la contrapartida de la glorificación del muerto Peret. Mejoras las rumbas peretianas (que no perecíanas) con tus análisis, que al final remiten a Borges y Ovidio. No creo que mañana haya muchos oyentes del universo rumbero; si no al tiempo.
En esta tesitura, admirado amigo y compañero de columnata, Rivero, sólo se me ocurre una cosa: cuchévere, quechévere, chévere.
Eso ¿es la banalidad del mal o la banalidad del son? Más chevere todavía .