Julius, mon amour (Memorias de un ladrón bon vivant) Capítulo 8

Manuel Valero.- ¿Y qué fue lo que hice? Lo que cualquier sabueso hubiera hecho: visitar el lugar del crimen. Así que al día siguiente fui a la exposición como un visitante más. Salvo el lugar del robo que estaba acordonado y vigilado por un par de policías, el hueco del Narciso robado parpadeaba en la pared como un faro de la costa. Al lado de uno de los polis había otros dos señores que hablaban.

cacoPor los gestos deduje que serían personas relacionadas con la exposición, tal vez, policías de paisno o representantes de alguna aseguradora. Simulé contemplar como un verdadero diletante los demás cuadros del Caravaggio hasta que llegué al cuadro vecino del Narciso, un San Francisco de Asis en éxtasis protegido tiernamente por un ángel. Me detuve ante él y poco a poco comencé a rastrear la zona vulnerada con la intención de descubrir algún detalle por nimio que fuera. Ya les he dicho que mis dotes de observación eran tan potentes que el mismo Holmes me hubiera pedido consejo. Pero nada. Todo estaba limpio, ninguna huella, ningún gramo de tierra en el suelo, ningún nanofragmento de hilo o pelo, nada, absolutamente, nada. Uno de los policías que custodiaban el Narciso ausente me miró de reojo. “Los hay que no respetan ni la Cultura, como si fueran concejales”, le dije con una sonrisa sardónica que no obtuvo más respuesta que un gesto de desaprobación sin palabras. Rodeé la zona por donde me permitía el acordonamiento. El otro guardia que me vio husmeando me dijo. “Aquí no hay nada que ver. Por favor, circule”. “Si en eso lleva razon” le dije. Y el poli me sonrió con franqueza, engallado por su agudeza. Di otra batida mientras me retiraba pero mis ojos escrutadores no se cobraron ninguna pieza. “Joder, Julius, lo tuyo era robar al ladrón en caliente. Pero esto es otra cosa de más enjundia…Pero, quien dijo miedo?” «¿Miedo, quien iba a tener miedo. Nunca nadie ha osado perturbar esta galería, ni con los Picasso, ni los Goya, los Velazquez, los Rembrant… Por el amor de Dios por aquí han pasado los mejores pintores del mundo”, la voz provenía de un pasillo aledaño. Era el comisario de la exposición que se quejaba amargamente ante el mismísimo ministro de Cultura. En ese momento el guardia antipático me conminó a que me alejara de allí tal vez para hacerse valer ante las autoridades. Las quejas del comisario llegaban hasta casi el llanto. El ministro las atendía sin una sola descomposición de cara, hierático. Más que un ministro de Cultura parecía un juez avinagrado. Me fui de allí, caminando hacia atrás con la esperanza de observar algo in extremis, pero quiá, nasti de plasti (siempre me odio a mi mismo cuando utilizo esta expresión que un tío mio que era cajista de imprenta siempre tenia en la boca). Así que en mi retirada me fui fijando en la obra del italiano.Interesante todo sea dicho. Era la vida misma retratada con maestría, porque “¿no es la vida un claroscuro? Quieto, Julius, no vayas por ahí…A ver han robado un Caravaggio, el Narciso… por tanto tiene que ser alguien que le encante Caravaggio y que le guste mirarse en el espejo. Pero qué estas diciendo…” En esas estaba cuando vi algo que parecía intrascendente. Uno de los bedeles de puerta que estaba tras un pequeño mostrador para atender a los visitantes curiosos o deseosos de documentación hablaba animadamente por el teléfono móvil. Juraría que hizo ademán de cerciorarse de que nadie lo oberavaba por los movimientos de cabeza a uno y otro lado y porque con la mano izquierda parecía taparse la boca. No le dí importancia pero ya saben mis dotes. Segúi concentrado en el sujeto con disimulo y cuando se le acercaron dos japonesitas menudas como dos figuras de porcelona ya no tuve ninguna duda de lo extraño de su proceder. Qué iba a pensar si cuando se le acercaron se dio media vuelta con la espalda hacia las dos chicas y colgó con decisión y luego las atendió con una sonrisa de amabilidad que se le puso en la cara mecánicamente? Bueno, podía estar hablando con su mujer, o algún hijo, a saber… Vale, me dije. Y me acerqué al bedel.
-Buenos dias, quería unos folletos de la exposición…

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