Todo ese marasmo destructor agregado en el tiempo, compone una foto fija de difícil captura pero de fácil valoración; tal y como la verificada por Fernando Chueca Goitia en la salida del franquismo. Así, en 1977, el trabajo ‘La destrucción del legado urbanístico español’, establecía una visión alterada de esa foto fija; una foto devastada de la historia de la ciudad, para componer un diagnóstico hábil y alguna urgencia por resolver. “Fundada con el nombre de Villa Real por Alfonso X el Sabio en 1255 para servir de centro poderoso que asegurase las comunicaciones entre Toledo y Andalucía, nunca llegó a ser una gran ciudad monumental y en este aspecto otras muchas de la Mancha le superan. Sin embargo, tenía en su modestia una cierta dignidad como pueblo ancho, llano, de calles rectas y edificios de dos o tres plantas. En Ciudad Real no sólo se ha destruido esto, sino que va camino de destruir el propio trazado medieval, triturado por los cambios de alineación municipales.
Es una de las capitales que más puede entristecer al viandante, todo cruje, todo está fuera de sitio, todo es de pésimo gusto, hasta los quijotes que adornan sus plazas y que parecen muñecos o caricaturas.
En Ciudad Real los edificios públicos, recientemente construidos, constituyen un catálogo de horrores arquitectónicos y por supuesto son de desfasada altura. No sabemos con cual quedarnos: si con la Delegación del Ministerio de Información y Turismo, si con la Organización Sindical, la Escuela de Artes y Oficios o el Gobierno Civil. A esto se añaden los bancos, las Cajas Rurales o de Ronda con edificios de 12 y 13 plantas en plazas angostas como la de Cervantes, monstruos que abruman alguna que otra casa de dos plantas que por milagro aún subsisten y que todavía están pregonando un nivel cultural muy superior al de sus enfáticos vecinos.
El único remanso urbano que quedaba, la plaza del Ayuntamiento, con sus sencillas casas porticadas y su Consistorio neoclásico, se ha destruido también recientemente con una pirueta arquitectónica incomprensible: el nuevo ayuntamiento. Que la posteridad la juzgue. Grado de deterioro urbanístico: Gravísimo. Índice: 10”. [1]
Parte del conflicto señalado y más allá de la imputación certera de Chueca de que: “Las mayores catástrofes urbanísticas suceden en aquellas capitales donde falta una minoría ilustrada y donde las autoridades carecen de un aceptable nivel de cultura. Es donde aparecen los mayores excesos y donde el urbanismo y la arquitectura presentan los índices de calidad más bajos”[2]; proviene de la contraposición normativa entre las legislaciones urbanísticas y las legislaciones patrimoniales. La primera de ellas, dada a consentir las transformaciones en curso; mientras que la legislación de patrimonio limita derechos de renovación edificatoria y subsiste hasta 1985 con un enorme vacío conceptual prolongado por la escasa virtualidad de la Ley del Patrimonio de 1933.
Vacío conceptual que pretende colmatarse con acciones puntuales como el movimiento de 1979 que trata de inventariar el Patrimonio Histórico, al rebufo de acciones internacionales como las habidas en 1975 de la mano del Consejo Europeo que declara dicho año, como el ‘Año europeo del Patrimonio Arquitectónico’, bajo el lema ‘Un porvenir para el pasado’. Año que da salida a las reuniones de Berlín (1976), Granada (1977) y Ferrara (1978), prolongando los efectos derivados de la adopción italiana de la llamada ‘Carta del Restauro’ en 1972[3], que trata de actualizar los defectos de la primitiva Carta de Atenas sobre el mantenimiento y restauración de monumentos del año 1931. En 1975, también, se produjo en la revista barcelonesa CAU, ‘El manifiesto en defensa del patrimonio arquitectónico’. 1980 era declarado, por otra parte, como el ‘Año europeo del renacimiento de la ciudad’, bajo el lema pomposo ‘Ciudades para vivir’.
En 1979 y entre una gran expectación social, tienen lugar las Elecciones Locales. Llamadas a ser piedra de toque de buena parte de los cambios que demandaban las ciudades. Así, desde el control democrático de los procesos urbanísticos, hasta la dotación de equipamientos; desde la construcción de viviendas sociales, hasta el equilibrio social de la ciudad, requerían las palancas de los Ayuntamientos democráticos como impulsores y transformadores. Ese mismo año de constitución del primer Ayuntamiento democrático de Ciudad Real con participación de UCD, PSOE, PCE y la Agrupación Independiente, tuvo lugar la publicación de un texto de culto, enormemente polémico e incisico, como fuera ‘Ciudad Real mi amor. Boceto para una memoria sobre el estado cultural de Ciudad Real’[4] del dibujante, fundador del Grupo TEAV en 1977, y periodista en el semanario ‘El Manchego’, José Luís Velasco Antonino (‘Nino Velasco’). Texto que, al igual que el citado de Chueca dos años antes, venía a establecer las condiciones de partida de esa singladura abierta por las Corporaciones Democráticas, a través de otra ‘Foto fija’. Y así podíamos leer: “Bueno ¿y qué pasa hoy en Ciudad Real? Desde luego, nada estimulante, pero algo pasa. Lo primero que salta a la vista para cualquier paseante imparcial que recorra la ciudad es su sorprendente fealdad. Hace quince o veinte años tenía todas las características de un pueblo grande manchego: casas blancas de dos pisos provistas de leves gracias ornamentales, alguna buena portada y unos cuentos edificios interesantes construidos entre finales del XIX y la década de los 30. Era exactamente un pueblo, pero por lo menos tenía el encanto de la tradición arquitectónica de la zona. Después una partida de especuladores brutales, con el consentimiento de un vecindario que albergaba ridículas pretensiones de grandeza urbana, la han convertido en un indescriptible conglomerado de edificios de seis o siete plantas que reúnen en su desgraciado diseño todos los datos negativos que puede tener la peor arquitectura derivada del racionalismo; pobreza imaginativa, intrínseca fealdad de las formas dentro del más puro estilo hortera, angostos espacio habitables y una elevación que, teniendo en cuenta la altura de las calles, convierte a estas en agobiantes túneles donde el ciudadano no encuentra ni un solo detalle donde pueda recrear la mirada con deleite”.
Ese valor de posición descrito por Velasco, sería el listón sobre el que tendrían que saltar los nuevos concejales electos. Con un fuerte inconveniente añadido, la herramienta central de ciertas posibilidades transformadoras, el Plan General de Ordenación Urbana, PGOU, había sido aprobada definitivamente en 1978, tras cuatro años de tramitación. Es decir la ciudad regida por un Ayuntamiento democrático, se veía amparada por un planeamiento urbanístico concebido y madurado en el franquismo; que favorecía ciertos valores bastardos y minoritarios frente al beneficio de la comunidad. Un contradiós y un contratiempo de enorme calado y pesada dificultad. Hacer una ciudad participativa y democrática, con herramientas escasamente participativas y nulamente democráticas. Como si todo hubiera quedado ‘atado y bien atado’, como alguien dijo, y luego se afanó en demostrar.
[1] F. Chueca Goitia, La destrucción del legado urbanístico español, 1977, p.347.
[2] Ibídem, p.16.
[3] C. Brandi, Teorías de la restauración, Alianza Editorial, Madrid, 1988.
[4] N. Velasco, ‘Ciudad Real mi amor. Boceto para una memoria sobre el estado cultural de Ciudad Real’. Museo de Ciudad Real, 1979.
Periferia sentimental
José Rivero