La chispa nace del choque entre eslabón y pedernal. Y la literatura y la utopía tienen chispa. Lo explicaré, aunque recurra a los falaces razonamientos analógicos llamados alegorías en el lugar donde me siento más seguro, La Mancha, y en un tema a mí menos fatigoso, la poética.
Érase que se era / una lavandera. De un tiempo inconcreto, pero antiguo; pues no había lavadoras, sino lavanderas. Y nuestra señorita fue a ejercer su oficio a las riberas del río que se esconde como una lagartija y otros denominaron Guadiana. Nosotros, que hemos venido en una máquina del tiempo para asistir al acontecimiento, magno pero sin duda no histórico y presto para pasar a los anales de la insignificancia, contemplamos su faena escondidos tras unas matas de carrizo, y observamos con atención tomando notas del evento y grabándolo en cinta cuatridimensional. De repente, la lavandera empieza a cantar. Nos sorprendemos mucho, porque en nuestra reconstrucción teórica del hecho en el siglo XXI eso no entraba en el rol, así que luego en la moviola estudiamos concienzudamente los elementos que forman la anomalía.
La integrante del experimento está sola, lo hemos comprobado, pero debe dirigirse a alguien, ya que, si no, su comunicación no tendría propósito alguno, algo que repugna a la definición aristotélica del hombre como animal racional. Porque fue comprobado que no estaba loca, aunque tal vez estuviese fuera de sí. Uno del departamento de gastos inútiles recuerda que no por ser racionales somos menos animales, y que los animales suenan con propósito y sin propósito alguno «un cantar süave no aprendido», como dice Fray Luis de León. Pero un becario que ha leído otras obras de Aristóteles sugiere que ese conjunto de sones es una reprodución o imitación de un recuerdo que asimiló porque se le quedó grabado cuando aprendió la canción y tenía la memoria más tierna. Que esa canción es mímesis, vaya, imitación, eco, reminiscencia platónica si queremos. Nos rascamos la cabeza perplejos y asombrados de lo listo que era el Aristogato o como se llame. Pero no nos convence. ¿Cuál es el móvil? ¿Por qué lo hace en ese momento, cuando lava, y no antes ni después?
«Porque le gusta», prosigue el becario. Según Epicuro obtiene un placer que equlibra o supera un dolor y libera una presión del ánimo que la perturba, como puede ser la soledad del entorno que la rodea o la dificultad, monotonía y suciedad del desagradable trabajo que desempeña; por eso canta: para alienarse con otros momentos mejores que este. Fuera de que así busca compañía; lo hace para oír una voz y llamar la atención de la especie por si hay otros miembros de la manada que se acerquen y agrupen y la protejan. Porque la canción es pegadiza.
Aunque sigue sin convencernos, es cierto que algunos de nosotros hemos tarareado el cantar sin saber muy bien por qué, como si hubiesen oído a alguien silbando y, de repente, se pusieran también ellos a silbar sin qué ni para qué, como si fuera un virus cultural. Y cierto que la soledad es uno de los grandes temas literarios. Ese atractivo canto de sirena-lavandera que nos congrega para su estudio abre posibilidades y libertades en la imaginación, cuenta cosas que en ese pargmático momento no ocurren ni probablemente ocurran o hayan ocurrido, se enajena y aparta de la desagradable realidad y de un río que ya en esa época empezaba a correr pestuzo, cansino y sin náyades garcilasianas ataviadas con refajo y basquiña, si el Tajo fuere, porque eso de bañarse desnudo no va con la cauta, cicatera y circunspecta moralidad de las ninfas manchegas de la época, por muy paganas que fueran.
En fin, que la lavandera se evadía de la grotesca realidad con poesía, utopía y literatura. El contacto con la mierda cotidiana generaba en ella una presión poética imposible de aguantar, y cantaba que se las pelaba. Así, nosotros, viendo el burka frailuno y los aforamientos varios con que se tapan los políticos las vergüenzas toreras de Curro Romero, soñamos en repúblicas, utopías, y procesamientos a lo Sarkozy, ay, como si en estos tiempos pudiera haber eso que se dijo democracia en España; como uno que se quita la mierda del polvo y del sudor cantando bajo la ducha.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
Decía Azúa, en su texto ‘Aullidos de agonía’ que ya no se canta en las obras. Tampoco en los patios de vecindad suben ecos canoros de lavanderas y planchadoras. Ahora que el hilo musical todo lo Puebla y ocupa (estaciones, medios de transporte, esperas médicas ) o que llevamos a cuestas artificios reproductores, es cuando no se canta ni en ventas, ni en carretas. Otro misterio.
Al respecto resulta interesante que la mayor parte de la gente prefiera una descarga eléctrica a quedarse diez minutos a solas, con la única compañía de sus pensamientos y sin móvil ni tableta ni música ni nada. Lo dice de »El País».
Bueno, hay bandas sonoras y runrunes que no paran desde 2011. Aun así, no vemos a ninguna cantando en los juzgados de Toledo o de la Audiencia Nacional, y deberíamos.
Ese Ruz, en un sillón de La Voz diciendole a ella «Me la quedo». jejeje.
Alicaída columna de opinión, ni siquiera en el fondo encuentro la chispa prometida. Puede que el derrotero ibérico alarme a algunos literatos para ver gigantes donde siempre hubo molinos y así se viertan chascarrillos menores inexistentes: no es cierto que en Españistán ya no se salome, maestro. Pásese los Pirineos y, de ahí ‘parriba’, óigase lo que se canta.
El latino sigue siendo cantarino, amigos.