Valor residual corpóreo

Fermín Gassol Peco.- Nuestra vida siempre está expuesta a cuarenta mil vicisitudes. Mientras somos jóvenes nos sentimos poderosos y salvamos las circunstancias sin mayores problemas, es más, nos parece que la vida la tendremos para siempre porque no nos preocupamos de mirar hacia el horizonte, quizá porque todavía no lo vemos.
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A medida que pasan los años la sensación que nos invade es la de que este horizonte se hace más próximo y por lo tanto más visible a la vez que los posibles cambios de rumbo nos encuentran ya con menos cintura. Es entonces cuando comenzamos a pensar…“a saber qué será de nosotros el día de mañana”. Una afirmación que expresa la incertidumbre de lo que nos deparará el futuro. Pero estoy seguro que al expresar esta preocupación lo hacemos pensando únicamente en los años que nos quedan de vida.

Bien, pues resulta que las incógnitas van a seguir existiendo para algunos aún después de “doblar la esquina”. Se preguntarán que cómo será esto posible si para entonces estaremos descansando en paz, que ahí está la trampa, pensar que descansaremos de esa guisa.

La explicación a lo que digo está en lo que unos listos han pensado y a fe que lo están consiguiendo con alguno de nosotros ya; que podamos ser de alguna manera inmortales aquí mismo, así, sin reencarnaciones ni nada, que la cuestión es mucho más fácil y prosaica.

Se trata de que nuestro valor residual corpóreo, nuestras cenizas puedan convertirse a voluntad, bien del que aporta la materia prima, bien de los herederos o familiares, en útiles de decoración, aprovechamiento o diversión. Algunos ya lo han hecho con sus seres más queridos bien transformando sus cenizas en abono, aunque no dé para mucho, en una apreciada joya, en un disco con las canciones que más le gustaban al finado en vida, un detalle sin duda delicado, o en un bonito y florido jarrón de porcelana hecho con incrustaciones del “homenajeado”.

Lo de ser abono para la tierra es una posibilidad que de hecho ya se utilizaba, pero las otras posibilidades se me antojan novedosas y sobre todo sorprendentes.

La incineración se está imponiendo, sobre todo en las grandes ciudades por razones de higiene y espacio. Para el creyente en una vida futura no hay problema porque el alma ya ha escapado y solamente el que tiene algún atisbo de culto a los muertos puede poner sus peros porque piensa que esta práctica es como ayudar a rematar o acabar de destruir…lo que ya no existe. Pero lo que no podíamos imaginar es que una vez acabados, con nuestras cenizas se podrían hacer maravillas.

Seguro que habrá viudas que quieran llevar al marido en vez del brazo, en el dedo o colgando de su cuello en un acto de amor, irrompible ya, al menos mientras que ella exista.

Lo de convertirse en disco con canciones es algo mucho más incierto porque si a los que te sobreviven no les gusta tu estilo de música quedarás arrinconado como quizá lo estuvieras en vida. Pero el destino que más me ha impresionado es el de que podamos ser convertidos en unos fuegos artificiales. Y digo impresionado porque escalofríos me da pensar que te utilicen los allegados como cohete para tener la seguridad de que tus restos no puedan seguir juntos por más tiempo.

Al final va a ser cierto aquello de que no solamente se muere como se vive sino de que también uno pueda acabar convertido después en un objeto que represente lo que en vida fue. En ese caso y si no hay más remedio uno prefiere acabar transformado en cualquier cosa menos en unas cenizas abandonadas al olvido, alguien sin un valor residual reconocido; eso significaría que habrías pasado por la vida siendo un don nadie. Y alguno de estos hay, que yo lo he visto o al menos eso parece por el olvido en que se encuentran desde hace meses en un tanatorio de aquí cerca sus cenizas.

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