Aún con la digestión electoral de los resultados del 25 de mayo, nos merendamos con la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba y con el consecuente debate sucesorio socialista. Sin resolver el modo de comparecencia de la militancia del PSOE en el anunciado Congreso Extraordinario del próximo julio, nos desayunamos el día 2 de junio, con el anuncio de la Abdicación de Juan Carlos I.
Es decir, sin resolver ciertas cuestiones institucionales y organizativas que afectan al primer partido de la oposición, se abren nuevas cuestiones institucionales y esenciales que afectan a la Jefatura del Estado, al Estado en su conjunto y al consecuente debate de cual debe de ser su forma de ejercicio.
Por ello la sensación en los medios informativos y de su ajetreo presuroso, en el día de ayer, ha sido la de un tsunami, no sólo informativo sino institucional y social. Un tsunami informativo que ha tratado, en algunos casos, de reescribir la historia reciente de España: desde el 6 de diciembre de 1978 al 2 de junio de 2014. Aunque haya habido quien fijara otras fechas significativas, que no han desfilado en esos relatos hagiográficos sobre la Monarquía de Juan Carlos, que han copado los medios y han beatificado la onomástica, y que han oteado más lejos en el relato institucional y sucesorio. Fechas que van desde la investidura como Rey de Juan Carlos I en las Cortes franquistas el 22 de noviembre de 1975; o que incluso retroceden más en el tiempo y lo ven el 22 de julio de 1969, fecha de la designación de Juan Carlos de Borbón como Sucesor con título de Rey, dentro de las previsiones sucesorias del franquismo. ¿Legitimidad de origen?, ¿legitimidad dinástica? o ¿legitimidad de ejercicio?
Un tsunami social, que ve y mira el vértigo del desfile de los acontecimientos sin resolver o abiertos a destiempo; de igual forma que le muestran en cascada en cientos de programas recopilatorios escenas ‘de cine mudo y muy lejano’. O fotos congeladas por la memoria rota de los días idos. Escenas repescadas de los archivos hondos y que abren extraños recordatorios olvidados o a punto de ello y que algunos ‘gurús’ de la tribu osan interpretar en beneficio propio. Y por ello, desde esa comparativa de imágenes sordas, hablan de una ‘2ª Transición’ para entronizar al Príncipe de Asturias, igual que ocurriera en el pasado de las imágenes paternas.
Aunque nadie diga que esas previsiones están incompletas y destempladas, al faltar la Ley Orgánica prevista en el artículo 57.5 de la Constitución Española. Y por ello, en un nuevo ejercicio de funambulismo y alarde velocista, haya que acelerar (otro vértigo) y apresurar al Congreso y al Senado, para cerrar el Título II del texto constitucional, que reza, y nunca mejor dicho, ‘De la Corona’. Haya que acelerar, para elaborar y aprobar esa Ley Orgánica que establece que “Las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica”. Y haya quien inquiera por esa extrañeza, que habiendo aparcado tales matizaciones durante treinta ocho años, ahora emerja con velocidad imperiosa e inusitada, como un ‘tsunami’ que empuja desde fuera y nos sumerja en una nueva velocidad.
Un tsunami institucional además, cuando aun se estaban extrayendo conclusiones de los resultados de las elecciones europeas citadas y se visualizaba un nuevo mapa de formas políticas que querían señalar un tiempo nuevo y diverso del que nos había precedido. Formas políticas que cuestionan lo que se consideraba legitimado por el tiempo y bendecido por la desaparecida ‘1ª Transición’. Una ‘1ª Transición’, que como tantos continentes poco explorados, no se sabe con certeza cuándo empieza y haya, por ello teorías diversas sobre sus orígenes. Desde todas las fechas citadas antes a otras más señaladas: el 22 de julio de 1969, el 20 de noviembre de 1975, el 22 de noviembre de 1975, el 6 de diciembre de 1978 o el 28 de octubre de 1982. Un vértigo de calendario, pero en todo caso un tiempo en donde se forzaron soluciones en aras de cierto equilibrio en la gestión de un nuevo continente político. Y a esas soluciones se las llamaron de muy diversas maneras: consenso, equilibrio, pacto, acuerdo, renuncia, reforma, ruptura, compromiso o cooperación. Pero un continente político, que no sabemos con seguridad dónde comienza, y consecuente, ignoramos donde termina. Y cuando.
Periferia sentimental
José Rivero