Fermín Gassol Peco.- El valor que damos a los sentidos en el mundo actual y por lo tanto la importancia que le da el hombre de hoy tiene un carácter primordial. Y es que venimos de algunas culturas en las que lo sensorial, lo material, lo profano, lo placentero fue casi siempre considerado como algo más vulgar y menos noble que lo intelectual.
Sin embargo el péndulo existencial está ahora del lado de lo instintivo, de lo anímico, de lo somático, de lo evidente, de lo primario, de lo corpóreo, del lado de aquello que nos conforma de una manera natural e inmediata, en una palabra, del lado del componente físico, de todo lo sensorial. Es la hora de todo aquello que nos define e identifica primariamente de manera universal.
Una sociedad que ha accedido al mundo del bienestar material en una gran parte de las personas que la componen, no parece que pueda evitar la admiración y el culto a todo lo que ha hecho superar estrecheces y situaciones poco confortables e incluso inhumanas, aquellas que precisamente hicieron sufrir a sus sentidos, a ellos mismos. Los avances científicos pero sobre todo tecnológicos, el aumento considerable del poder adquisitivo, la falta de tiempo y de curiosidad por tener una información más mediata, mostrar poco interés por lo cultural en favor de lo anecdótico y un sentido hedonista de la existencia conforman hoy un cóctel en el que las sensaciones son las que dominan el panorama.
Es mediante los sentidos por donde los hombres nos comunicamos y podemos sobrevivir y existir. Nuestro cuerpo está dotado de estas ventanas, puertas y paredes que nos comunican con el exterior y con todo aquello que nos rodea. Al fin y al cabo somos seres bañados por sensaciones que constituyen nuestros accesos al conocimiento y que también constituyen nuestras barreras porque los sentidos son los que nos hacen conocer y también los que nos hacen ignorar, los que conforman en definitiva nuestra experiencia personal y única. Los sentidos pueden ser como unos enormes y potentes prismáticos para profundizar y ver mejor la realidad, o para alejarnos y empequeñecerla, eso siempre dependerá de la postura en la que nos los pongamos, aunque utilizados en la dirección correcta siempre se podrán atisbar realidades inalcanzables más allá de nuestras posibilidades sensoriales.
Sin embargo uno de los inconvenientes que tienen los sentidos es su exclusividad a la hora de percibirlos y disfrutarlos en profundidad. Cuando oímos algún sonido por ejemplo con mucha atención, bien porque nos es novedoso, nos sorprende o bien porque nos deleita, la percepción simultánea de los otros sentidos queda como bloqueada. Si permanecemos absortos ante un cuadro o ante un paisaje, se produce una especie de “sordera accidental” que hace ausentarnos de todos los sonidos que nos rodean, nos quedamos “privados”. Que los sentidos, resulten excluyentes cuando los disfrutamos a tope no es sino una consecuencia de nuestra limitación intelectual, sensorial y física. El cuerpo humano actúa como un ente monofásico incapaz de interiorizar percepciones simultáneas.
Los seres vivos nos comportamos en este sentido como esponjas. Absorbemos todo aquello que nos rodea para expulsarlo después teñido con nuestra impronta. Es a través de los sentidos por donde los hombres tomamos conciencia de una realidad que está o pasa por delante de nosotros y que atrapándola le conferimos personalidad propia y la transformamos en realidad y vida.