Esta no es una película para los que el domingo se ponen el chándal, o para los que hacen del calcetín blanco el adalid del buen gusto. Tampoco lo es para los que usan el mondadientes como metáfora del pensador de Rodin, o para los que expulsan liquido bucal creyéndose que hacen metonimia con las poéticas lagrimas en la lluvia de Blade Runner.
Los que estén enfrentados al estilo, bien por renuncia expresa y consciente a ser herederos de la cultura burguesa o bien por incapacidad para apreciarlo, no se acerquen a esta maravilla. Les parecerá una pérdida de tiempo solo comparable a la que sintieron cuando vieron El árbol de la vida de Terrence Malick. Si bien esto ya es más discutible.
La grande bellezza es una obra de arte. Es un cuadro pintado a dos manos. Hay pinceladas que representan las perfectas formas platónicas. Es una belleza ideal que se adapta a la belleza en sí. Evidentemente, parecen hechas por Miguel Ángel. La otra mano es de Turner. Esta nos acerca a lo sublime. A esa instantánea en la que nuestras capacidades cognoscitivas son superadas por lo que la imagen nos ofrece. Es un Edmund Burke pintado por Turner y filmado por Sorrentino.
Y aguantando la presión de esta obra de arte, la ciudad eterna. La Roma bella y decadente que cuando se apaga el día y los fotógrafos dejan el insustancial clic, muestra ese aspecto señorial e histórico que la convierte en la ciudad en la que lo bello y lo sublime han hecho un pacto para convivir en adecuada y extraña armonía. Una película que apueste por Roma como marco en el que envolverla está jugando sobre seguro. Es como el lector que coge un libro de Zweig. No hay posibilidad de error. Como Maradona cuando veía enfrente la camiseta de Inglaterra.
La cinta de Sorrentino es la heredera de Otto e Mezzo de Fellini. Si bien la alumna no supera a la maestra. Y por una sencilla razón: Toni Servillo no es Marcello Mastroianni. Marcello es a Ocho y Medio lo que Marilyn al cine. O el Ponte Vecchio a Firenze. O Placido Domingo a Otelo. Forman una unidad que hace que se conviertan en una especie de atractores culturales inmortales. Sin embargo, Toni nos sugiere impostura, como el violinista amateur que se atreve con un Stradivarius. Es una cinta para un actor que guarde mejor relación con la belleza y el estilo. Algo así como el Burt Lancaster de El gatopardo.
Posdata: Esta obra es de las que no se entienden fácilmente. Es la idea de belleza lanzada a la cámara para dialogar con ella. El espectador que es capaz de ir más allá de lo cognoscitivo la disfrutará. Al que persigue una fácil comprensión le parecerá pésima. A mí me ha encantado. Ah, por cierto, si puede véala en V.O. El doblaje deja bastante que desear.
Silencio, ¡se rueda!
José Manuel Campillo
www.vienafindesiglo.blogspot.com
Hola José Manuel,
estoy de acuerdo… Salvo en lo de Servillo. Efectivamente Toni Servillo no es Marcello Mastroianni pero ni falta que le hace.Toni Servillo es Jep Gambardella y qué bien le sientan los trajes. Y cómo mira. Y qué bien todo. He visto cuatro veces La gran belleza y hace unos días pude verle en el Teatro con la obra Le voci di Dentro(director y actor) y es sencillamente maravilloso. Me enamoré de él en la de Sorrentino, y me volví a enamorar el otro día en Madrid:-)
Un saludo,
Patricia
Hola Patricia:
Es cierto que le sientan bien los trajes, y que tiene cierta bella apostura; pero no me ha terminado de convencer. Quizá no sea Servillo sino la edad. Me habría resultado más creíble el papel con alguien más joven.
No valoro su capacidad como actor.¡Dios me libre! Pero al rey de la Roma nocturna me lo imagino con otro semblante.
Gracias.
Un saludo
Bien visto el ‘Ocho y medio’ feliniano que ilumina y mucho a Sorrentino. Servillo muy bien, pero ¿cómo olvidar a Marcello? Roma siempre da para muchos decorados y fondos cinematográficos. Estos días en TCM de Canal + dan un corto sobre el cine italiano: de Rosellini a Visconti, pasando por de Sica, Antonioni, Pasolini…Muy evocador de viejas glorias.