Manuel Valero.- Subióse al atril y se regaló con un par de perlas tronantes. Y luego cuando comenzó a contar las papeletas notó en la entrepierna un rigor telúrico. Nunca había negado que el voto le entusiasmaba más que el botox con el que rellenaba los zanjones de la frente, pero en cambio se resistía a variar el cauce de las lineas de expresión.
«Somos nuestras líneas de expresión», decía a sus amigos. El candidato siguió el recuento mientras la emergencia pétrea de su centro crecía más allá de lo razonable. Cuando se contó el último voto, alguien dijo: «Son muchos pero hemos perdido», momento en el cual las fuerzas animales del aquel hombre se abandonaron a la mansedumbre de la lógica gravedad.
Dos años se enamoró de la candidata adversa y se casó con ella, y de su prole salió una estirpe de políticos muy concentrados en la concertada concentración.