Seguro que conocerán la anécdota de aquella actriz que fue a visitar una leprosería y la confesión que hizo horrorizada a una de las operarias del centro; yo no trabajaría en este lugar ni aunque me pagaran un millón de pesetas, a lo que la voluntaria contestó, ni yo tampoco. Si tuviéramos que poner un ejemplo que diferenciara a los trabajos que se ejercen como una profesión de aquellos que se eligen por vocación, este caso podría resultar muy significativo.
Pero no hace falta recurrir a estos ejemplos tan radicales para distinguir a los que se hacen por pura y exclusiva necesidad u obligación de los que se ejercen por mero altruismo. Y es que en este complejo mundo de necesidades, inquietudes e ilusiones la línea divisoria de ambos conceptos no siempre tiene un trazado claro ni uniforme. Lo ideal es que el ejercicio de una profesión respondiera siempre a la ilusión de una vocación.
Sin embargo en muchos casos este deseo es una pura utopía ya que un gran número de trabajos no pueden ser tomados como vocacionales, bien porque se ejercen por fuerza mayor, bien porque son trabajos puramente mecánicos y lineales o porque no aportan mayor interés que el económico; antes bien suponen para quienes los realizan un gran esfuerzo físico en medio de unas condiciones ambientales precarias y unas remuneraciones económicas bajas.
Es decir que unas veces es el desempeño no deseado y otras veces la propia naturaleza del trabajo los que convierten a éste en una mera forma de ganarse la vida; aunque también existen los casos en los que algunos profesionales optan a una profesión para la que se necesita bastante vocación y bien la eligen o la acaban ejerciendo por móviles puramente económicos.
Sin embargo nos encontramos igualmente con ejemplos en los que las personas infieren a trabajos aparentemente rutinarios unos pluses de ilusión y dedicación extras. Estaríamos ante unos casos en los que la persona agranda la dimensión de su profesión siendo que a veces es el tipo de trabajo lo que favorece la vocación y en otros casos es la persona, el profesional quien con su entrega más allá de su estricta obligación lo convierte en algo que le enamora, en una vocación.
En esta interacción de personas y tipos de trabajos creo que si podemos trazar lo que es exclusivo de ambos mundos. La profesión quedaría como el ejercicio del deber y la vocación como el ejercicio de la entrega sin límite afectivo a un placer; la profesión como cumplimiento puntual con la consiguiente satisfacción por haberlo realizado y la vocación como un enamoramiento en el ejercicio de ese deber. Y es que la profesión no mueve ninguna faceta más del ser humano que no sea la que se ejercita con ese trabajo mientras que la vocación resulta ser algo más totalizante porque motiva a otras esferas de la personalidad. Es por eso que podemos ver, por ejemplo, a investigadores, músicos, literatos o artistas, creadores en suma, que siguen entregados a sus gratos quehaceres hasta el último momento de sus vidas. Y es que para un ser humano poder vivir dedicado a desarrollar lo que es una vocación, supone el mejor regalo que la naturaleza, la sociedad y la suerte pueden darle.