Uno de los métodos utilizados a lo largo de la historia para el enriquecimiento desmedido ha sido la manipulación en las básculas y otros artilugios de medir o pesar. Aunque el fiel de la balanza se encontrara en la posición correcta para tranquilidad de quien compraba o vendía su mercancía, lo cierto es que el engranaje del sistema se encontraba trucado y siempre como es lógico en beneficio de quien aportaba la balanza.
El símbolo de la justicia lo componen elementos que la definen de manera muy gráfica; una mujer con los ojos tapados, manteniendo en su mano una balanza en la que el fiel se encuentra en posición vertical con dos platillos idénticos situados al mismo nivel, mientras que en la otra mano porta una espada. Una imagen que representa lo que la justicia, sin duda es: la aplicación firme de la ley sin entender de preferencias, calificativos y ejercida de manera ecuánime; la espada, la venda y la balanza.
Pero las balanzas, tan bien significadas en el campo de la justicia punitiva tienen a la vez su correlación en el mundo de la justicia social y de una manera muy especial en la aplicación de los criterios y sobre todo de las justificaciones políticas, esa justicia que por cierto da sentido y hace más profunda la calidad y autenticidad de la democracia. Las justificaciones y la justicia nunca se han llevado bien y eso de justificar en uno mismo lo que en el otro consideramos injustificable es desgraciadamente mercancía muy corriente en nuestra sociedad.
Pretender conseguir la verticalidad del fiel de la balanza en el análisis de las actuaciones públicas es sin duda algo utópico. Solamente unos cerebros electrónicos sin corazón ni sentimientos podrían analizar con toda objetividad, tanto los hechos y las palabras de nuestros representantes públicos como la aceptación o reprobación de quien las considera. Sin embargo y sin pretender una verticalidad total que solamente podría conseguir una máquina y nunca un ser humano a no ser que fuera un ser excepcionalmente neutral, si que podríamos, digo, hacer un esfuerzo de aproximación a esa rectitud en el fiel de la balanza, a ser más ecuánimes y objetivos, a aceptar gran parte del comportamiento como un patrimonio de todos. La manera más inteligente de acercarse a la vertical consistiría en quitar los artilugios mentales y afectivos, a veces atávicos que ponemos en la báscula, el más corriente de ellos el de la predisposición al sí o al no según el lado en que se encuentra situado el platillo de la balanza. Y es que existe demasiada propensión a mantener permanentemente inclinado el fiel a un lado u otro, aunque la “mercancía evaluada tenga el mismo peso”.