En esos días lentos, de las primeras floraciones primaverales, se encadenan las caídas de las últimas capitales de provincia que mantenían en poder la fuerza republicana: el 29 de Marzo lo hacen, Ciudad Real, Jaén, Cuenca, Albacete y Almería. El 30 de Marzo, llega el turno de Alicante y Valencia. Y, finalmente, las últimas ciudades en caer serían Murcia y Cartagena, ya el 31 de Marzo.
El día 29 el Cuerpo Marroquí de Yagüe, particularmente la Primera Agrupación de la 13 División, ya había alcanzado Ciudad Real y Puertollano; el Cuerpo de Ejército Andalucía tomaba Bailén y Linares, mientras el Cuerpo de Ejército Córdoba, mandado por el general Borbón, el de la toma de Málaga junto a Queipo y Rotta, entraba en Jaén; y el de Granada comenzaba el avance por el litoral en dirección a Almería. En el frente del Centro, los cuerpos de ejército Toledo, Maestrazgo, Navarra y CLI avanzaron desde Talavera de la Reina, Polán y Toledo hacia el sur; y en el frente de Levante, los cuerpos de ejército de Urgel y de Aragón lo hicieron desde Torre del Burgo, Masegoso y Cifuentes hacia Madrid y Valencia. Los atacantes no encontraron resistencia. Las líneas de los frentes republicanos se desintegraron en cadena, a partir del 28 de marzo en un proceso espontáneo, esperado y ya irreversible.
Poco después de las seis de la tarde del día 29 de marzo, las avanzadillas de las tropas vencedoras, formadas en buena parte por Regulares, hacían su entrada en Ciudad Real por la calle de Toledo; en un movimiento táctico que quiere conectar la ‘Liberación’ con los nobles orígenes fundacionales de la villa y con su puerta superviviente a la desidia del tiempo. La primera confusión de esos momentos fundacionales del franquismo invicto, se produjo con la explosión retardada de una bomba que estalla, en el desfile que se produce en la calle Calatrava con esquina a Paloma. Por ello la extrañeza de la marcha de los veinte camiones cargados de pertrechos e impedimenta, en huída brusca, no a Levante sino al Norte. Al encuentro, pues, de las fuerzas de la 84 División, al mando del coronel alcazareño, Alfredo Galera Paniagua, perteneciente al Cuerpo de Ejército Maestrazgo, que mandaba García Valiño, y al que Galera sucedería más tarde en otros honores y distinciones de la digestión de la Victoria. Tropas las que avanzan desde el sur toledano en su crecida liberadora, hacia los bajonazos de Ciudad Real, y que en la mañana del día 30, harían su entrada en la ciudad con el resto de componentes de la Agrupación.
Una ciudad aún muda y fría, donde se acumulan restos inclasificables de un pasado que muere y se conjura desde un griterío enaltecido por el arrebato de una ‘Primavera Liberada’: ventanas abiertas en inmuebles en abandono aparente, de las cuelgan banderas bicolores; restos de animales muertos en algunas esquinadas y campas; paredes cubiertas por una incierta propaganda de cartelería militante y una basura acumulada por la ausencia prolongada del servicio de Barrenderos, movilizados en su mayoría. También son visibles restos de hogueras humeantes, que delatan un fuego presuroso de papeles turbios, en una marcha precipitada y no programada. Y eso que las disponibilidades de combustible eran tan raras como escasas, tras tantos meses de saqueo y resistencia: diezmado el arbolado urbano; agotada la madera común del entorno próximo; incluso, destruidos y desvalijados bienes muebles del mundo religioso.
Una ciudad extenuada tras la contienda, donde compiten el olor acre de las fogatas humeantes, con el hedor de una suciedad tan lejana como mantenida mucho tiempo, en la suerte de abandono que acompaña a toda guerra. Por ello es creíble, según cuenta Alía Miranda, que una de las primeras medidas adoptadas por la Comisión Gestora Municipal en mayo de 1939, fuera la de producir una campaña de ‘Limpieza extraordinaria de la población’. Limpieza que también jugaba con el equívoco de erradicar los olores rancios de la República y sustituirlos por los aromas exaltados de la Victoria, varonil, sanguínea y corajuda. Una limpieza de exteriores, plazas, calles y jardines; pero también de todos los edificios que habían sido incautados, expropiados y municipalizados, y que ahora, con la guerra agotada y carentes de la función a la que se destinaron anteriormente, presentaban un aspecto de miseria, abandono y de falta de limpieza que acontece en toda retaguardia. También limpieza, por tanto, de todo lo que oliera a Frente Popular y a UHP.
Inmediatamente, se producía en esos días de risas primaverales y de montañas nevadas, el relevo de autoridades que demandaban los vientos nuevos. Las militares en la persona del comandante Álvarez Jiménez del 5ª Batallón Zaragoza, y las civiles con Luis Martínez, que se haría cargo provisionalmente del Gobierno Civil. Para cuyo cargo había sido nombrado, por Decreto del 29 de marzo, José Rosales Tardío, que tomaría posesión el 2 de abril. El mismo día 30 de marzo, se creaba una Comisión Gestora Municipal, presidida por Bernardo Peñuela y donde figuraban tanto hombres de la antigua Unión Patriótica primorriverista como de la joven Falange Española: Alfredo Ballester, Francisco Herencia, Antonio Prado, José Ruiz, Lorenzo Sánchez de León, Juan de la Cruz Espadas, Luis Martínez, José Cid, Juan Antonio Solís, Ramón Fontes, Isidoro Mayo y Ricardo Gómez Picazo. La guerra había terminado.
Meses más tarde, mientras, a lo lejos, sonaba el silbido agudo de alguna máquina renqueante del escaso parque ferroviario disponible, en el Parque Gasset, parcialmente podado y desforestado (necesidades del último invierno y sus fríos, buscando madera a cualquier precio y condición) toma la palabra el Mantenedor de los ‘Juegos Florales de 1939’, don Manuel de Góngora. “Reina bellísima de este torneo, incruento y bizarro a la par y, a la vez, donairoso y reñido; lid de ingenio en la que los retos y los alardes y los carteles de desafío son rimas acordadas, y los caballos de espumeantes y piafadores caracoleos son Pegasos que se engualdrapan de finos y estilizados conceptos, y el palenque se emparamenta y recama de flores grímpolas, tapices y gallardetes, y los caballeros mantenedores y justadores son poetas que se desenhebillan los prietos caparazones de sus armaduras y se descalzan en airoso gesto, el guantelete ferrado para segar rosas de ingenio y de poesía que ofreceros, y cortan los astiles de sus lanzas de verso no ya en los intrincados y dramáticos robledos de Corpes donde las hijas del Cid sufren la villana afrenta de los infantes de Carrión sino en los florecidos jardines y bosques de encantadas Provenzas de voluptuosas Alhambras o de Generalifes rumorosos –es decir, en huertos de poesía y de ensueño-, y templan los hierros de su moharras en ríos también de poesía y de raza encantados: Guadianas y Ebros de gesta y leyenda, y Dueros de romance, Guadalquivires que salen del dorado peso con que los fatigaban los galeones de Indias, Darros y Geniles de los abencerrajes y zenetes de la corte nazarita o, en fin, cristalinos Tajos nemorosos que escucharon –siglos antes que el bélico rimbombar de los cañones- las apacibles querellas y el ‘dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso’, y encantaron, deteniéndola un punto su corriente para que la rizase de galanas espumas la lírica voz de Garcilaso, poeta de España y soldado del Emperador”…
…”Señoras y señores que me regaláis ahora con la merced de vuestra atención, al igual que antes me hicisteis el honor de vuestro aplauso, tan generosa como temerariamente anticipado…Dios os guarde en esta mañana ardiente de sol estival, sol castizo y duramente español, sol que acaso no sepa fecundar rosas delicadas porque parece arder sólo para conservar intacto y vivo el rescoldo de gloriosas herencias históricas, sol manchego que sabe lo que es honrarse al retostar la faz apergaminada de Alonso Quijano. Dios os guarde, digo, en este día en que al piar vuestra tierra –la ‘Grande villa e bona’ que decía el Rey Sabio en su Carta Puebla-, redimida de una vez para siempre por la mano invencible del Caudillo providencial de España, mi alma y mi corazón se han puesto de rodillas dentro de mi ser para en un recóndito silencio, rendir pleito homenaje a vuestro solar ilustre…”¡Salud! Sí, no os asustéis al escuchar esta palabra que tantos tristes y sangrientos recuerdos os trae; porque -¡naturalmente!- no tiene en sus dos sílabas, no tiene digo, el eco y rasgo turbio y sangriento con que, en vano, intentaron prostituir su limpia y castiza prosapia castellana labios manchados de odio, cieno y blasfemia. Salud noble y pura, la mía, la de los viejos españoles, la que en vez de contraer y crispar en ademán de amenaza el puno, lo abre y extiende en cinco tallos de luz”.
“La ciudad fronteriza en lunas” o “La esencia delgada y vertical” que desplegara y entonara la voz de nácar de José Antonio de Ochaita, la mañana del 15 de agosto de 1939, dan buena prueba de ello. Con un país roto tras la larga Guerra Civil, la mitad de su población huída, muerta, encarcelada o desaparecida. La otra mitad, recuperada la normalidad de la Victoria, aún con las alacenas desprovistas de galguerías, tiene tiempo aún para engalanarse, elegir un terno elegante, guardado durante largos años de prosa, en el ropero de cuerpo y medio y preservado milagrosamente; piropear a las Reinas morenas y Azules, como Joyas de la Cristiandad; y mojarse la punta del bigote, puesto en liza y en moda por el Falangismo más seductor y cinematográfico, con una combinación de brandy con agua carbonatada. … “¡Salud! Sí, no os asustéis al escuchar esta palabra que tantos tristes y sangrientos recuerdos os trae; porque -¡naturalmente!- no tiene en sus dos sílabas, no tiene digo, el eco y rasgo turbio y sangriento con que, en vano, intentaron prostituir su limpia y castiza prosapia castellana labios manchados de odio, cieno y blasfemia”.
Periferia sentimental
José Rivero