Vas por la acera, según te enseñaron tus padres, por la derecha, cediendo ésta a personas mayores, señoras con carritos de bebés o de la compra y personas discapacitadas, crees que haces lo correcto cuando, al doblar la esquina, tienes que hacer una atlética finta como Cristiano Ronaldo, para esquivar a un tipo montado en una bicicleta (llamar ciclista a eso es honrarlo demasiado) que cree que su “sprint” es más valioso sobre las baldosas de la acera, en lugar del negro asfalto. Repuesto del susto continúas cuando metros más allá se te ocurre ceder, esa educada derecha por la que transitas, a una mujer joven que, sin que medie gesto alguno te espeta: ¡machista de mierda! Y tú que creías que tus padres te habían enseñado “urbanidad”.
Peatones
Según las últimas estadísticas que maneja la Dirección General de Tráfico (DGT), de todas las categorías de accidentes controladas, donde no se logra una mejoría en descenso de víctimas es con los peatones, elemento que, por otra parte, es el más débil e indefenso de todos los que intervienen en el tráfico ciudadano y, a la vez, el más indisciplinado. Todos somos peatones en un momento u otro pero parece que no va con nosotros el comportamiento ordenado en las calles y plazas donde convivimos con coches, motos, bicicletas y patinetes. La nueva Ley de Seguridad Vial, aprobada la pasada semana y que entrará en vigor después de Semana Santa, parece empezar a intervenir en el asunto de la multa al peatón. Septuagenarios que asaltan literalmente la calzada como siguiendo una cañada ancestral por la que han venido pasando los últimos cincuenta años, sólo que ahora es una avenida de dos carriles con un semáforo treinta metros más allá de la “vereda”. Jovenzuelos a lomos de patinetes (¿”skates”?) que brincan y voltean por los bordillos de cualquier acera, atravesando de paso la calzada, por donde tendrá que vérselas con el inefable repartidor de “pizzas”, que serpentea entre el tráfico como si con él no fuera norma alguna. Y, en verdad, no va con él tener una mínima noción de las reglas del tráfico, ni siquiera las básicas de educación. Urbanidad.
La calzada
Urbanidad s. f. Comportamiento correcto y con buenos modales que demuestra buena educación y respeto hacia los demás. Faltaría añadir a la definición una coletilla donde dijera que es de lo que primero nos despojamos cuando nos incorporamos al tráfico en ese territorio sólo apto para gladiadores que se llama calzada, y no precisamente romana. El afable dependiente, la atenta cajera, el simpático vecino del cuarto y la admirable señora de la limpieza, se convierten en guerreros/as del tráfico en un cruce entre Mad-Max y Fast & Furious. ¿Qué se pone el semáforo en ámbar? Arreando que es gerundio; ¿Qué alguien tiene intención de cruzar el “paso de cebra”? a por él que son dos días y, mientras tanto, la distancia más cercana entre dos puntos son las eses que practicamos de carril a carril y tiro porque me toca. En calles con dos carriles por sentido, prohibido dejarse pasar por alguno de ellos; mejor hacer sonar el claxon en las intersecciones que esperar y averiguar si viene alguien, al fin y al cabo, de cambiar una rueda pinchada o sustituir un fusible no tendremos ni idea, pero de tocar el “pito”, en eso somos maestros/as, usando tan útil accesorio del automóvil en toda época del año, a todas horas y en todos los lugares. Evidentemente este uso indiscriminado de la señal acústica por excelencia se hará siempre por el más nimio motivo sea positivo o negativo: en la victoria de nuestro equipo, para amedrentar a otro conductor, en la boda de nuestros amigos (ahí ya es la leche), ante una maniobra que creemos incorrecta dado que, la primera Ley de la Calzada es que “yo siempre tengo razón y los demás son una panda de indocumentados (evitamos frases más groseras). En la calzada somos generales y amos de plantaciones esclavistas; campeones del mundo de motos y veloces ganadores del Tour de France; en la calzada nos vienen todos los sudores hormonales ancestrales, el del lobo, el de la cabra, el del becerro, que se mezclan con la adrenalina de sentirnos capaces de empuñar un arma mortal, el volante, contra otros… el problema es que otros piensan como nosotros y la calzada deviene en jungla.
El viaje
“A long, long time ago” uno recuerda que viajar a Madrid llevaba inevitablemente una parada intermedia para tomar un cafelito, echar un cigarrito y vaciar las vejigas. Las carreteras eran, no de otra época, sino de otra Era, y los modestos utilitarios imponían ciertos usos, incluido el recalentamiento de todas sus piezas. El viaje, no ya a la capital del reino, sino el de vacaciones, el de estudios, etc., contemplaba además unas maneras hoy ya perdidas o al borde de la extinción. Los camioneros (señores de la ruta) eran auténticos caballeros que, intermitente derecho en marcha, facilitaban el adelantamiento en las extremas rectas manchegas tanto como en las ajustadas curvas de “El Jardín”, gesto que era seguido con un saludo por parte del turismo con un leve toque (ahora sí) de claxon, respondido por el tono grave del camión. Si tenías una avería en, digamos, una carretera importante, no pasaban más de diez minutos sin que parara alguien a socorrerte, antes incluso de que llegara la Benemérita. Hoy, me temo que el viaje, que por otra parte se hace en menor tiempo y con menos “buen rollito”, carece de esas estampas costumbristas: si ves una avería puede ser una banda de cacos que usa ese sistema para desvalijarte; si te acercas a un camión lo que mejor será no incomodarlo no vaya a ser que amenace aplastarte por haber rozado con el neumático trasero derecho la línea continua en ese último adelantamiento. Las marcas en el suelo no son señales de tráfico; las verticales, son adornos para que no se haga monótono el paisaje; las luces (largas o cortas según un argot ancestral) están para fastidiar al que viene delante o detrás “que ya me lleva cabreando desde que salimos de Urda”. Eso de facilitar el adelantamiento, como aquello de ser flexible en las rotondas son utopías ligadas al título de esta columna y, como ella actitudes extinguidas.
Juanma Núñez
A41- Todo Motor
Sobre todo la insoportable costumbre que tienen muchos de tocar el claxon por todas las bocacalles de nuestra querida ciudad a cualquier hora del día y la noche, debería estar penada con un par de latigazos. El civismo en ruta es un reflejo del que tenemos en la calle todos los días.
Importante asignatura pendiente: Educación Vial. La propondría opcional a la religión.
«para esquivar a un tipo montado en una bicicleta (llamar ciclista a eso es honrarlo demasiado) que cree que su “sprint” es más valioso sobre las baldosas de la acera, en lugar del negro asfalto.»
Lo que es mas valioso que el negro asfalto, es la vida de un cilista, y no se garantiza mucho bajando al asfalto.
Bueno depende de la calle. En la avenida que esta enfrente de la estación del ave tuve un encontronazo con un chaval porque se tuvo que apartar para dejarme pasar con la bici pero es que a ver quien es el guapo que se mete delante de coches que van a 80 o 70 por hora y frenando poco en las curvas, lo mismo que con la ronda.
Además otra cosa son los parques que ,con cuidado, yo pienso que se pueden transitar pero otras calles como las del centro o las de urbanizaciones periféricas es un delito moral abandonarlas por la «seguridad»de la acera.
Buena salud, maestro. Me enteré ayer, me lo dijo Barce