Hay tres aspectos complementarios en la personalidad de Manuel de las Casas Casas (Talavera, 1940-Madrid 2014), recientemente fallecido que conviene retener: su faceta de arquitecto, su papel como docente, y finalmente, su desempeño activo como alto funcionario. En éste último tramo es reconocido su papel como Director General de Arquitectura y Edificación desde 1987; habiendo desempeñado con anterioridad la Inspección General de Monumentos con la Dirección General de Bellas Artes, bajo el mando de Dionisio Hernández Gil; y la Subdirección General de Arquitectura con Antonio Vázquez de Castro como Director General. La docencia estuvo señalada por su adjuntía inicial junto a Fernández Alba en la Escuela de Arquitectura de Madrid; donde más tarde llegó a obtener la cátedra de Proyectos Arquitectónicos, hasta su jubilación en 2010. Pasando a desarrollar, finalmente, la fundación de la Escuela de Arquitectura de la UCL, en Toledo, como primer director.
El papel relevante que ha desempeñado como arquitecto, ya está recogido en múltiples revistas; pero me quiero detener en el carácter que ha desempeñado entre nosotros, los arquitectos que hemos vivido y trabajado en la comunidad de procedencia de Manuel de las Casas. Autor de una obra conocida y solvente, en su Talavera natal, sería tal vez su actuación en la Exposición Universal de Sevilla, en 1992, la palanca que le catapultaría a un grado superior de conocimiento; como pude anotar en el número 14 de la revista ‘Añil’ dedicado en 1998 a la Arquitectura de Castilla-La Mancha. “Desde el principio de este número especial de ‘Añil’, dedicado a la Arquitectura Contemporánea de Castilla LaMancha, habíamos pensado en dedicar de forma ineludible, un espacio singular a la obra, también singular, de Manuel de las Casas en la EXPO de 1992 en Sevilla. Y se había, incluso, esbozado el posible título del trabajillo: “El pabellón de Castilla-La Mancha en la EXPO’92 como metáfora posible”«. Tratando de evidenciar con esa posibilidad metafórica, no los señuelos sentimentales y patrióticos de hace seis años, vertidos por tanto corifeo de ocasión y tanto oportunista de tomo y lomo; sino las cualidades implícitas en dicha obra, que a nuestro juicio eran dos. La primera hacía mención al carácter posible, aún, de cierta arquitectura inteligente. Y la segunda planteaba el carácter creativo de todo exilio. No es que Sevilla sea -o fuera- un exilio, sino que reflejaba virtualmente, que la mejor arquitectura contemporánea de CastillaLa Mancha, se producía en la dulzura del sur sevillano, se había producido fuera del ámbito espacial de la Región. Esta idea, es similar a la de los que sostienen que la mejor poesía española del siglo XX, se ha producido en Estados Unidos y particularmente en New York. Aportando, para ello, el “Diario del poeta recién casado”, de Juan Ramón Jiménez y el “Poeta en New York”, de García Lorca. El éxito crítico de la obra de Casas, propició que se sumaran al carro de los ganadores todos los estamentos regionales: divinos y humanos, terrícolas y galácticos. El éxito de la obra, fue visto y apuntado como el éxito de la Comunidad Autónoma –al menos los responsables no eludieron el compromiso de personarse al evento con una ‘Caja Silenciosa’ –, con lo fácil que hubiera sido hacerlo con un enfático molino, que era un exponente de la cultura regional abierta y cerrada al mismo tiempo. Las cualidades de la Caja eran justamente de índole arquitectónica: la idea del proyecto, su representación y su ejecución. El otro mérito era el de navegar a contracorriente, proponiendo el silencio y el rigor, en un contexto más proclive al ruido y a la faramalla.
La permanencia de la Caja Silenciosa de Casas, había sorteado los peores vientos de salida, que fueron los de la clausura de la EXPO y el debate ‘me quedo-me voy-me lo llevo a mi pueblo-quién lo quiere’. Los vientos que arrecian ahora, al doblar nuevos accidentes físicos, son los usuales de la arquitectura: ésta sucumbe en manos del espectáculo y en manos del olvido. El olvido, ya se sabe, es moneda común de tantas cosas que hay que contar de antemano con él. ¿Donde están los rapsodas del 92 con el adjetivo enfático y el anacoluto floreal vertido a mayor gloria de la ocasión?, ¿cómo hablar de la EXPO‘92, cuando es pasado, y si se reaviva su recuerdo es para fiscalizar un gasto contable o someter su gestión al descrédito del presente en el que popularmente ‘¡España va bien! ‘? La presión por el espacio próximo que ejerce el Parque temático Isla Mágica, amenaza con devorar con su tumulto y su ilusión virtual del tiempo y del espacio un ejercicio de rigor en torno al tiempo que consume el espacio y en torno al espacio que es devorado por el tiempo. La licencia de demolición que gravita sobre la Caja da cuenta del último de los azares administrativos de su existencia, una vez que ya han sucumbido los demás intereses: los sociales, los culturales y hasta los políticos.
Y es que el destino de la arquitectura contemporánea es el de desaparecer sin dolor, y más si su origen proviene de una bastardía como es su origen en una Exposición Universal. Otras piedras intemporales y con poco sentido más allá de sus propios años causan más dolor y más repudio en el empeño de consumar su desaparición. Estas piedras merecen otras voces y otros esfuerzos, pero un pabellón expositivo sólo merece el silencio que ya anunciaba en su propósito de ser una Caja Silenciosa, igual que esas otras cajas de silencio que son las cajas mortuorias”.
En 2004, esbocé otro texto referido a Casas, bajo la rúbrica ‘Hombres y lugares’, en donde señalaba: “Quizás la visión de la arquitectura de Manuel de las Casas (Talavera, 1940), reciente Premio de Arquitectura Española 1999, se avenga bien a esa divisoria entre hombres y lugares, no como una contraposición sino como un complemento necesario. Explicitando en ello un recorrido y una conquista singular que traslada las indagaciones desde la universalidad de lo humano hasta la singularidad del ‘locus’. Como ya fuera, tempranamente, entrevista por Moreno Mansilla y Tuñón en su trabajo de 1991 “Devanando la modernidad”. Tal cualidad desde un originario espíritu fiel a la Modernidad no eludía “ni la complejidad, ni la dificultad de ser sensible tanto al lugar como a los hombres que lo habitan y lo construyen”. Tal tránsito del Hombre al Lugar, puede rastrearse desde las soluciones a los problemas de viviendas colectivas de los años sesenta y setenta (Cabeza del Moro, Orcasur o Palomeras), hasta el desembarco en ese otro territorio en el que la presión del medio exige otras posiciones formales y otros recursos compositivos. Estos serían los casos de las obras de finales de los ochenta y de los noventa, en las que los argumentos universales de lo humano se pueblan de otras matizaciones diferentes que demanda el lugar. La Consejería de Agricultura de Toledo, el Pabellón de Castilla la Mancha en la Expo de Sevilla, el Auditorio de Pontevedra o -la premiada- Facultad de Ciencias de la Salud de A Coruña, componen parte de ese rastro visible entre dos polos del mismo elemento que llamamos Arquitectura”.
Al año siguiente en el número 177 de la revista ‘Arquitectos’ dedicado a la ‘Guía de Arquitectura de Castilla-La Mancha (1975-2004)’ desplegué un texto denominado “Castilla-La Mancha: menos de un cuarto de siglo”, donde retomaba la divisoria expuesta por Giorgio Grassi entre los ‘Maestros tutelares y los Maestros díficiles’. ‘Maestros tutelares’, decía Grassi, son aquellos creadores de la misma disciplina que nos acompañan al caminar junto a nosotros, yendo los primeros, yendo por delante; ‘Maestros díficiles’, son, proseguía el arquitecto italiano, aquellos creadores de otras disciplinas, que prolongan en nosotros más su preguntas que sus respuestas. ‘Maestros tutelares’, contaba entonces, eran los hermanos de las Casas (Manuel e Ignacio) en Toledo, Miguel Fisac en Ciudad Real, Antonio Escario en Albacete, Zobel-Rueda-Torner en Cuenca, o Juárez y Vasallo en Guadalajara. De igual forma, que ‘Maestros díficiles’, para nosotros, eran Gabriel García Maroto, Alberto Sánchez, BenjamínPalencia, Gregorio y Miguel Prieto, Ángel Crespo o Fernández Molina.
Algún tiempo más tarde y tras encuentros en Toledo y en Ciudad Real entre 2004 y 2006, coincidimos en la publicación del Foro Civitas Novas de 2007, “Castilla-La Mancha. Arquitectura. Territorio. Identidad”. Donde Manolo escribía en “Una mirada hacia adentro”, sobre la necesidad de desvelar el ‘genio del lugar’ como deber ineludible de la arquitectura. En esa búsqueda del ‘genio del lugar’ yo ensayé el texto “Castilla-LA Mancha: piedra, barro, cristal, acero”, donde nuevamente hablaba de los ‘Maestros tutelares’, señalando sobre todo a Manuel de las Casas.
Periferia sentimental
José Rivero