Nadie querría deber algo a nadie y, por supuesto, sobre todo a un catalán. Son malos acreedores, más devotos de la Virgen del Puño que de la de Montserrat. Su nacionalismo es un sentimiento, no una idea, porque se puede hablar de pasiones y sentimientos fanáticos, pero no de ideas fanáticas. Su pasión está hecha de sardanas, morenetas, castellers, butifarras y barretinas, esto es, de charanga y pandereta, aunque no de toros Fundador, y algo menos de cuarenta años de paquismo y otros cuarenta de tiquismiquis, algo todavía más incómodo, porque para ellos la Constitución fue solo una argucia para injertar con el calzador de Torcuato a un monarca y apaciguar a un ejército chusquero, frailuno, majadero y completamente franquista.
Vascos y catalanes forman ese mismo linaje aldeoburgués y carlistón que recibió en la anteguerra un enanito estatuto republicano para el jardín. Un enanito nada viajero, no como el de Amélie. Pero al enanito, que pasó despreciado esos ochenta años de travesía del desierto, le montaron un circo constitucional y fue creciendo a fuerza de propaganda, primero a cabezudo, luego a cabezón simple (Pujol), y ahora es un gigante que marcha hacia las nubes y más allá con una estrella errante en su bandera que se quiere añadir a la sardana de la bandera europea, impulsada siempre por ese sentimiento, ese orgullo… y la necesidad de un presupuesto más inflado que un luchador de sumo y más corrupto que un extra de Walking dead. Ahora vascos y catalanes son pueblos elegidos, rodeados de una masa de bárbaros charnegos y maketos venidos de la africana España en patero-viajeras de La Talaverana o de AISA más que en AVE, que es más incómodo para su presunta modernidad. No nos entienden, porque para ellos hablamos en un oscuro dialecto del bantú. Para mí, Cataluña siempre será esa anecdótica señora que vi sentarse sobre un pañuelo en el metro de Barcelona para que su regio culo no quedase maculado con el contacto de tan plebeyo medio de moverse. Un soi-disant o autodefinido catalán preferirá siempre un trono a un váter. Hasta prefiere su propia mierda, su propia corrupción, su propio Rabal, su propia Generalitat, su propio euro, su propia cuenta en Suiza, esa confederación de ciudades, no de nacionalidades, sin corruptos, sin problemas de idioma (tiene cuatro) y sin gobierno. Sabemos desde Ortega que el nacionalismo no integrador es un mal, el mal hacia que conduce a los catalanes el flautista de Hamelin, cuyo canto es una sardana, un sentimiento laboriosamente fraguado en años de propaganda de radios, periódicos y televisiones alérgicos a la posible apertura del melón constitucional, que prefiero nuevo, el otro está pasado.
Los catalanes hicieron una larga cadena humana, una cadena abierta que no ataba nada; si hubieran hecho un cerrado corro de sardana serían todavía más ellos de lo que son (y eso que ser es el verbo mínimo, el verbo con menor significado que hay: de ninguna cosa podemos decir menos que cuando decimos que es una cosa) y los pronombres solo son una caja vacía con un significado que cambia con el contexto. Enzensberger le preguntó a Arzalluz qué era un vasco y Arzalluz quedó mudo; no lo sabía. Catalanes y vascos son solo un pronombre; son ellos. Y como todos los pronombres, su significado no es fijo, porque no lo tiene, solo deíxis o referente espacial o temporal. O ni siquiera eso: lo que los filólogos llaman deíxis ad phantasma, cuyo referente es un delirio phantástico, ni siquiera ad oculos, porque la condición de catalán o de vasco no se ve, no se apercibe, no salta a la vista, a no ser que venga con acompañamiento de boina o barretina. El nacionalismo es, pues, una manera de vestir o de hablar, nada más. Arturo Mas tiene cabeza y cuatro brazos como yo y es tan mono como yo. De hecho, mi hermano es catalán, porque nació en Barcelona, aunque viaja tanto que ya no sabe ni de dónde es. El catalán desciende también de nuestro primo el mono, aunque, claro está, a través del eslabón perdido de la cadena, el homo catalanensis, con algo de australopitecus pujolis, emparentado con el hombre de Flores.
En entrevistas posteriores Arzallus, sabidor del ridículo que había hecho a la pregunta del avispado alemán, tan conocedor de lo que era el nazifascismo, ya se había preparado la contestación, como estudiante aplicado de Deusto que era, y se leyó las tonterías de Sabino Arana, que el propio Arana tiró a la basura antes de morir. El vasco tiene la pilila y la patria más grande que nosotros, es una raza, dijo el jodío, un rh negativo. Como si no supieran los antropólogos que la raza no existe, ya que nos podemos cruzar entre nosotros, es decir, somos una especie, la especie humana, no una raza. Cortar troncos, poner el verbo al final de la frase, extornionar empresarios, fabricar viudas o confeccionar bombas con más o menos habilidad no hace una raza y ni siquiera una especie. La única raza que hay sobre la tierra es el homo sapiens, aunque más de uno llegaría a pensar, con esas cosas del nacionalismo, que tanto daño hacen al sentido común, que es el homo imbecilis. El nacionalismo es una pura deíxis, un de acá para allá y viceversa y un de hoy para ayer y para mañana, como el tópico de la sátira clásica, la del cínico Menipo, que vivía como mendigo de los demás tras haberse arruinado como banquero. ¿Qué pasó con la Banca Catalana, eh? A los catalanes solo les da identidad la frontera. ¿Podría explicarse una historia de Cataluña sin España? Sería tan absurda como la de una España sin Cataluña. Tal vez nos hubiera ido mejor con Portugal, diantre, y con Juana la Beltraneja en vez de con esa filocatalana de Isabel. Por lo menos ahora bailaríamos la samba en vez de esa cursilada solemne de la sardana. Y ellos, mejor que le pidan la independencia a Francia, leñe; seguro que Sarkozy los trataba con más cariño que con el que trata las banlieues. De hecho intentamos fundirnos con Portugal con Felipe II, y nos fue mal. Con los catalanes hemos marchado bastante mejor. ¿A qué disolver tan próspera y consolidada unión? Otra cosa, unos Balcanes de Occcidente, no lo desea nadie, ni siquiera Tom Clancy, que veía en una novela a los castellanos como una especie de serbios, a los catalanes como unos croatas y a los vascos como unos bosnios. Un Tom Clancy resucitado podría imaginarse que Cuba le daba un palmo de narices a EE. UU. y, solo para joderla, pedía la entrada en el régimen autonómico/federal español, como una provincia que volvía a la madre patria, para así participar en las subvenciones y fondos de cohesión de la Unión Europea, aunque con disparos, tanques, misiles y pistolas para adornar, puesto que es una de Tom Clancy. ¿No hubo reunificación en Alemania tras cuarenta añitos? Pues entre España y Cuba en solo un poco más. Con la ayuda de Adelson, de la Mafia y de los corruptos de aquí y allí todo eso podría cuajar, como cuajó el proyecto del aeropuerto de Gobiernacomopuedas Barreda. Los catalanes estarían fuera, pero nosotros estaríamos consumiendo cocos y caipirinha en vez de cava y soportando las protestas de las Canarias por la exportación de plátanos caribeños. En el contexto de una nueva Constitución, creo yo que podríamos echar a los Canarios definitivamente y pedir la bendición de Su Santidad Gregorio XVIII en su sede del Palmar de Troya, mientras se erige en Ciudad Real un nuevo Vaticano aprovechando la Torre Gorda de Miguelturra.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
«Arturo Mas tiene cabeza y cuatro brazos como yo». Dos mentiras, Ángel, por el precio de una.
Extraordinario
De nuevo me quito el cráneo.
Soy antinacionalista porque me eduqué en un régimen nacionalista y sé (supe) lo que es eso. No en vano llamaban «Formación del Espíritu Nacional» a cierta asignatura pretendidamente ideologizante. Hoy parece pecado (en el fondo, los nacionalismos son, como bien sugiere Ángel al diferenciar «ideas» y «sentimientos», religiones) recordar que Franco era un dictador nacionalista, o que la literatura histórica internacional denomina «nacionalista» al bando golpista. Y no hay diferentes nacionalismos, al menos desde el punto de vista conceptual. De nuevo, al igual que sucede con las religiones monoteístas. Es decir, al nacionalismo vasco o catalán creo que yo no opongo un nacionalismo español, sino la idea de que nuestro sistema, nuestro Estado, es democrático y tiene una Constitución que votamos muy mayoritariamente. Y eso merece respeto. Su mayor interés, el de los nacionalistas, parece radicar en demostrarnos (es un decir) que aún vivimos, qué se yo, en 1972 y que todos los nacidos al sur del Ebro somos meros trasuntos de Franquito. Pero todos sabemos que tal regresión es falsa e imposible. Vivimos en 2014. Somos un país democrático y si algún totalitario sobrevive son, exactamente, los nacionalistas. Siempre tan ridículamente envueltos en su bandera como lo hacía Paquita la Culona, a.k.a. General Franco y siempre deseando que el Camp Nou se parezca, sobre todo, al Santiago Bernabéu en el primero de Mayo. Banderas, gente uniformada y cartulinas que forman hermosas figuras. Nacionalismo caduco y carcunda. Basura diferencial.