“No temo a la muerte, solo que no me gustaría estar allí cuando suceda” (Woody Allen). Ocurrente expresión la de este polifacético personaje que ironiza sobre lo que la inmensa mayoría no queremos, morir. A nadie, al menos aquellos de los que yo conozco, le seduce la idea de “cerrar el ojo”; creo que a nadie en su sano juicio le agrada que sus jornadas terrenales acaben; mal que bien es lo que, por ahora conocemos y además para algunos es lo único, creen, que van a conocer.
Resulta paradójico que siendo la mortalidad una condición natural del ser humano, pensar en ella nos resulte cuanto menos, algo ajeno a nuestra vida. Muchas veces me he preguntado qué sentido tiene, que estando desde siempre acostumbrado por naturaleza a estar a oscuras, sin conocer la existencia de las cosas, sin saber porque, un día se encienda la luz de la vida para cada uno de nosotros por un instante, alcancemos entonces a ver y a comprender todo lo que nos rodea y pasado un tiempo, como mucho un segundo al fin, vuelva esta luz a apagarse, para continuar eternamente otra vez en la oscuridad; que sin ser nada antes, por un instante nos reconozcamos como algo, más aún, alguien, para enseguida volver a no ser nunca, no nada, sino nadie.
Esa conciencia de reconocerse como alguien, no sólo algo, es la esencia para comprender el sentido de la luz misma; así lo expresa el gran pensador M. Gandhi, “Si la muerte no fuera el preludio de otra vida, la vida actual sería una burla cruel”. Dotar al ser humano con la capacidad de identificar a la luz, como existencia y conocimiento, hechos que los demás seres vivos no pueden llegar a relacionar, lo hacen sujeto mental y vital de eternidad porque quien ya es, no quiere dejar de ser o para mejor comprensión no quiere dejar de existir ya que supone la negación de su única y evidente realidad. Vivimos en una época en la que todo lo que el pensamiento del hombre genera busca convertirse en una realidad; el ser humano como “creador de realidades” y la realidad más deseada que alberga en el hombre es la de permanecer siempre, ser para siempre, existir siempre.
El sitio, la forma de hacerlo posible no importan, solamente importa el hecho de vivir. El hombre anda buscando la fórmula para la eternidad en esta vida. Quiere encontrar los genes de la inmortalidad; vano esfuerzo, confundir la inmortalidad con la eternidad torpe pretensión, es como querer permanecer para siempre en “este campamento” con el acopio de un “fin de semana”. Habrá que equiparse de otra manera para pasar en él un “futuro sin límite” y para eso está la muerte; como dijo Robespierre, “la muerte es el comienzo de la inmortalidad del hombre”. Un kit kat entre dos vidas.
Muy bueno, Fermín. Un gran artículo. Enhorabuena!!
¿La muerte?
¡¡Bah!! Cuando estamos,ella no está. Cuando está ella,nosotros ya no estamos.
Me ha aliviado, andaba muy bajo. Gracias, Fermin
De nada, maestro Valero,otros días eres tú quien nos levanta la serena ilusión por la vida. Un abrazo.
Otra aportación, como la de Salvador Pániker: «Hay que dedicar la primera parte de la vida a construir un ego fuerte, porque si no te come el vecino. En la segunda parte hay que deshacerse de él; porque sin ego, el tema de la muerte se esfuma». Y al esfumarse, se desvanece.
Sin el ego…ni siquiera existe la vida. Un abrazo.
Buena reflexión sobre ese «viaje».
Los que hemos perdido familiares y amigos a veces nos planteamos ciertas cosas trascendentes pero no llegamos a ningún puerto, al menos yo.
Quizá los creyentes lo tengais más fácil, pero a los agnósticos con eso de estar «in the middle of the road» nos cuesta más trabajo.
Un abrazo.
Desnuda a tus dudas existenciales de «mediadores conceptuales» y vive a tope en lo que crees.Un abrazo Luis Mario.
Jejeje, muy bueno Fermín. Yo ese problema lo resolví sabiendo que somos lo que somos, estamos donde estamos y, si aprovechamos: lo disfrutamos. El que no lo hace, siempre tiene la opción de pensar que hay otra vida. En mi caso, es esta la que quiero vivir y vivo. No vaya a ser que falle lo del otro lado.
Vive y deja vivir, disfruta, ayuda, déjate ayudar, colabora, mánchate, comprométete, comparte y, cuando te llegue el Can Cerbero con la barqueja, te subes y te dejas llevar, tampoco pasa nada.
El mero hecho de nacer implica el morir. Y ahora que veo morir a mis mayores, me da mucho más igual, porque cuando ven que llega el momento están en paz con su entorno y ninguno se lo toma como una tragedia.
Lo malo es morirse sin haber sido capaz de vivir y, como dicen las Azúcar Moreno: solo se vive una vez. Y digo yo, para una vez que se vive: pues vamos a disfrutarlo.
Ah, y si es con los demás, mejor!
De acuerdo.