Para aquellos a los que gusta la literatura anglomanchega (sería un buen tema para otro artículo), me gustaría recomendaros a un arabista, hispanista y novelista policíaco bastante desconocido (está bien, totalmente desconocido) para nosotros, manchegos, y para los españoles en general, que reclama algún interés, por lo cual le he abierto una entrada en la Wikipedia, así como esta nota. Se trata de Jason Webster, nacido en San Francisco en 1970 y largo tiempo residente en Valencia, donde se casó con una bailarina de flamenco y tuvo un hijo. Sus tres novelas policiacas están protagonizadas por el inspector manchego Max Cámara, pero me interesa en especial la tercera, publicada en este año y ambientada en La Mancha y no en Valencia, como las dos anteriores.
Resulta que, enviado de permiso tras su último y brutal caso, Max Cámara regresa a su natal ciudad manchega, en la raya de Albacete, famosa por producir el mejor azafrán del mundo. Allí, el pasado sigue tirando de él, porque están exhumando una fosa común de la Guerra Civil; su abuelo Hilario sufre un derrame cerebral y se comporta de manera extraña y su viejo amigo Yago está investigando un asesinato, el de una joven, particularmente desagradable. Estos hechos disparan los recuerdos del inspector sobre el asesinato de su hermana cuando él era niño, algo que Max ha querido enterrar infructuosamente en sí mismo durante años. Para colmo, descubre la corrupción que envuelve el comercio internacional del azafrán: alrededor del noventa por ciento del azafrán que se vende en el mundo se etiqueta como «español» y, sin embargo, España produce menos del diez por ciento de la cosecha anual total. La novela se titula The Anarchist Detective, y ha sido publicada en este año que ya acaba, 2013. Todavía estáis a tiempo de traducirla.
El interés de Webster por el tema deriva sin duda de su condición de arabista. El cultivo de esta especia fue introducido por los musulmanes en La Mancha alrededor del siglo IX y entonces era monopolio exclusivo del estamento más alto. La producción llegó a extenderse tanto que se vendía género de ínfima calidad a 300 euros el kilo, cuando solo de La Mancha, sobre todo de Albacete, salían unas 20 toneladas al año. Hoy, veinticinco años después, solo se produce una.
Sin embargo, la crisis ha propiciado la vuelta al abandonado y laborioso cultivo de esta flor, cuyo estambre tanto se hace apreciar. Entonces se consideraba apenas un apoyo a las rentas familiares, un complemento de ingresos, pero ahora los parados, forzados a retornar al campo, se encuentran con que se les ha vuelto un salvavidas. La fiebre por el azafrán se explica por sí misma considerando que vale 3.600 euros el kilo. Ese es el precio al que se vende el azafrán Mancha, el de mayor calidad reconocida del planeta, diez veces más de lo que valía en la era del apogeo iraní. El azafrán es para los manchegos lo que los tulipanes para los holandeses.
Todo es decirlo: estos precios han tenido consecuencias imprevistas: faltan cormos y la demanda es mucho mayor que la producción, así que el kilo de cormos (los bulbos de los que brotan las florecillas moradas o rosas del azafrán) ya se cotizan a seis euros el kilo, que también es diez veces más de lo normal, según señala La Tribuna de Albacete. Como para iniciar lo que pasó hace siglos, la primera crisis capitalista de la historia, que fue también de bulbos, pero en este caso de tulipanes holandeses. Buen motivo para que Webster imagine en su novela toda una mafia del azafrán. Una mafia que corta o adultera el producto como si fuese cocaína.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
Habrá que estar atentos a ver hasta dónde conducen las averiguaciones de Max Cámara Aunque me encantan las historias misteriosas con todos su ingredientes de héroes, villanos y sospechosos del tipo Mister Nobody from Nowhwre, no me extrañaría que también debajo de toda la historia del azafrán hubiera una mafia real ¿Y dónde no? ¡Qué agobio!
Por cierto, de niño yo pelaba las rosas del azafrán para sacar esos tres hebras rojas tan especiales. Se vertían en una mesa redonda, grande, y sólo mujeres y niños (por lo de los dedos delicados) nos dedicábamos a ello.