Vicente Tirado Ochoa. Presidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.– “Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Es parte de la herencia de Nelson Mandela, uno de los más grandes líderes morales y políticos del siglo XX. Estas palabras fueron pronunciadas en 1961 cuando un tribunal le juzgaba por alta traición.
El mundo entero mira estos días a Sudáfrica y rescata para la Historia su vida, un ejemplo de libertad, concordia y entendimiento. El apartheid, la discriminación, la desigualdad social y el revanchismo político conforman el escenario al que se enfrentó Mandela al abandonar la cárcel el 11 de Febrero de 1990. 27 años de encierro y 18 años de trabajos forzados en una cantera de caliza, en la prisión de Robben Island, no fueron suficientes para tirar por tierra las convicciones de un líder que siempre antepuso la libertad y la dignidad humana a cualquier otro fin. Tuvo que hacer frente a uno de los retos más complejos que puede existir en una sociedad, pero su grandeza le hizo tomar conciencia de que las adversidades sólo pueden ser superadas desde la constancia, la perseverancia y la unión de todos los ciudadanos.
Mandela más que un referente histórico se ha convertido en un símbolo para las sociedades modernas. Su vida y su discurso están hoy plenamente vigentes; su modelo sirve de impulso y motivación. Reconciliar un país dividido por su historia, desoír las voces revanchistas, apostar por los valores comunes y el acercamiento de posturas le convirtieron en un hombre de Estado. Hoy, la República de Sudáfrica disfruta de la recompensa de aquel esfuerzo que, sin duda, mereció la pena.
En 1991, Mandela visitó nuestra tierra. Acababa de ser excarcelado; y aunque todavía no se había convertido en el primer presidente negro de Sudáfrica, ni había sido distinguido con el Nobel de la Paz, ya era un líder indiscutible, capaz de despertar entusiasmo y admiración. Buena prueba de ello fue el calor con el que le acogieron cientos de toledanos y castellano-manchegos. Su huella también quedó reflejada en el Museo Cervantino de El Toboso, donde hoy, cualquier visitante puede contemplar un ejemplar de El Quijote escrito en su lengua nativa, el afrikáans, firmado de su puño y letra. Estos días muchos han resaltado el paralelismo existente entre nuestro Alonso Quijano y Madiba, especialmente en su lucha por la libertad.
El mundo entero despide al hombre que cambió la historia de su país, y que cierra una de las etapas más brillantes del siglo XX. La transición pacífica de Sudáfrica sólo fue posible por sus convicciones democráticas, que siempre defendió y ejerció. Ahora nos queda por delante un gran reto, que no es otro que el de hacer perdurar su modelo recuperando cada día su ejemplo. «La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que creía necesario por su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que yo he cumplido ese deber, y por eso descansaré para la eternidad». Gracias, Madiba.