(A todos los que conformamos esta gran familia de micr.es). “Prefiero ser dueño de mis silencios que esclavo de mis palabras”. El autor de esta frase fue un hombre sin duda que muy cauto. La prudencia como sabio freno de la expresión ignorante, impertinente, ofensiva o a destiempo. El silencio como respuesta delicada, sobria, prudente y en muchos momentos, inteligente y expresiva, entre personas que se aman frente a frente, diálogo profundo. Cuando esto ocurre el hombre que calla experimenta la sensación de haber sido dueño de esta negación a sí mismo. Silencio exterior, silencio agradecido, silencio liberador, silencio lleno.
Pero también el silencio puede ser consecuencia de la ignorancia, del desencuentro entre seres amados, de temor, de huída, de interesada conveniencia e indiferencia ante un hecho que nos interpela. Es entonces cuando notamos que obramos presos por la cobardía, la pereza o el cálculo y la sensación se torna esclavitud cuando callamos; silencio interior, silencio acusador, silencio vacío.
Con las palabras la experiencia es más compleja. Ser dueño de las palabras es más difícil y arriesgado que serlo de los silencios, porque las palabras son las que acusan o absuelven, las que comprometen, las que marcan y sentencian definitivamente. El silencio puede ser provisional y cambiante, serio y difícil compromiso de vida en los monasterios, también definitivo en los cementerios. La palabra es expresión de pareceres, aproximación y escuela del saber, definición, comunicación, liberación, sabiduría y escándalo, equidad, equivocación y exceso. La palabra es valentía y decisión, oración y promesa, poesía y desgarro, rúbrica y firma. La palabra es el presente, el silencio es… La palabra y el silencio límites mutuos.
Prefiero de las personas las palabras al silencio, quizá porque expresamos, cuando hablamos con sentido, lo que la vida en su silencio nos ha ido dando.
Certero y sincero Fermín